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El horno del tiluchi fue avasallado

Hugo H. Padilla Monrroy

Inspirado en el cuento: El asalto al nido ajeno de Anatolio Villamor

En las selvas del País de Candiré, habiendo salido de su hornito la familia Tiluchi, en busca del sustento diario, a recoger unas hojitas de tamarindo y ramitas de chichapí, para acomodar el aposento, donde depositarán sus huevitos esperando el nacimiento de sus polluelos.

Ese hornito que, día tras día fueron construyendo los esposo Tiluchi, recogiendo barrito en el pico, acomodándolo con el cemento fluido de sus boquitas, de manera artesanal, sin más esfuerzo que sus vuelos presurosos desde el barrialito más cercano, hasta la rama firme y protegida de un árbol de Ochoó, construcción orientada con la más fina sabiduría arquitectónica en contra de los vientos fríos y gélidos de la época invernal, verdadera obra del estilo “barroco-colonial-avícola”, desde la puertita del hornito se observaba el bello paisaje del Llano Mojeño, adornaba el fino, natural, ambiental jardín, un curichisito con bellas flores del Patujú, Jarajorechi, bordeado y tapizado con alfombras de “Once horas”.  

Pasaba por allí un Sapo, de esos que viajan desde otro jardín, al observar la belleza del entorno selvático, miró el curichi, levantó la vista a un árbol, vio el horno Tiluchero vacío, pensó en vivir en la placidez del lugar, quiso aprovechar la ocasión, buscó al Rey Tigre Mojeño, para pedirle permiso de vivir allí, no lo encontró, sin embargo, se topó con el Rey León, le pidió posesión y este muy orondo sin saber la ubicación, meneó la cabeza en signo de asentimiento.

Por ello el Sapo se fue en busca del guardián, un Marimono altanero, el más fuerte, el de la fuerza en la selva, le pidió que le hiciese entrar en pacífica posición del jardín, donde asienta el frondoso Ochoó portador del hornito Tiluchero, encontró con el Teniente Marimono, a quien manifestó su intención:

  • ¡Li hey hablado con el León, li hey pedido que me lo deje vivir por aquisito, ti lo estoy comunicando, mi lo ha aceptado mi pedido!, escuchó el guardián.

El Marimono, replicó, con dobleces:

  • Yo no podré, señor Sapo, posesionarlo en el sitio que usted pide, sin consentimiento del Rey Tigre Mojeño, quien está en otros menesteres definiendo con otro Tigre Serrano, los dominios selváticos del reinado de estas tierras del Candiré.

Continuó el Marimono:

  • Ayudado del Caimán, del señor Ratón y del Alacrán, podemos complacer su deseo, ¡si usted, … bueno!, …. ¡usted sabe compañero!…

Después de un buen rato de charlas y acuerdos, comunicando a la comunidad animal, se constituyeron al sitio donde se encontraba el árbol del hornito, Marimono y Sapo con sus acompañantes, pues, por curiosidad se adjuntaron otros animalitos menores dispuestos a ayudar al Marimono en su delicada tarea.

  • Es bueno, dijo el Marimono al Caimán, –  como autorizó el Rey León, en ausencia del Rey Tigre Mojeño, posesionemos al Sapito en el hornito-nido que han dejado los Tiluchis: puesto que esta ave nos fastidia con su “tilú-quitilú-quitilú”.
  • Muy bien, procedamos ¡ya! – dijo el Caimán.
  • Ya que nuestro Rey León lo ordenó, el Rey Tigre de estas selvas no se halla presente, los Tiluchis se fueron de viaje a volar por otros aires, como autoridad, señor Sapo le doy posesión de este curichi, del árbol de Ochoó y del hornito que le servirá de vivienda. – apuntó con autoridad el Marimono.
  • “¡Si, si, si!”, – contestaron los otros acompañantes con toda algarabía en aprobación, sonaron petardos y flamearon banderas extrañas diseñadas con mezcla en diversos colores, había ausencia de las hojitas verdes con que, los animales nativos festejaban sus fiestas y algarabías.

El Marimono como fuerza pública ordenó, que el Ratón, el Alacrán y la Apasanca, suban a lo alto del árbol, con lianas y tejidos arácnidos, suspendan al Sapo y lo introduzcan al hornito, mientras que esa autoridad como Guardián junto al Caimán y los otros animales permanecían, al pie del árbol cuidando el retorno de la familia Tiluchi, a fin de impedir su entrada con la presencia en su hogar, ese lar, que, con esfuerzo, trabajo y tenacidad habían construido y adornado.

La posesión llevose a efecto así, arbitraria y bulliciosamente.

Más, como siguieron alrededor del árbol el grupo de animales insurrectos, anotíciado el León de los sucedido, mandó ordenar, por intermedio de su colaborador el joven Ciempiés que, se dispersen aquellos animales que ejercían extorciones, ante el riesgo de ser criticado por tan errónea y absurda concesión. Otros muchos animalitos de la Selva del Candiré, reprocharon la actitud del Rey León, también la dejadez del Rey Tigre, la prepotencia del Marimono, del Caimán, la actitud comedida del Ratón el Alacrán y la Apasanca, por el abuso en contra de las pobres avecitas; el Picaflor, los Tordos, las Paculitas protestaban a voces desde los arboles vecinos, incluso desde las aguadas, las apacibles Garzas, el Carao, gritaban al cielo su protesta, en comunidad, el Bagre, los Pacuses, los Bucheres, desde el borde del curichi, enloquecidos meneando colas alborotaron las aguas, en protesta sorda, al fin protesta.

La familia de Tiluchis, retornaba al hogar y observó con tristeza, quizá sin rencor el avasallamiento de su morada, al tiempo que cantaron al aire su ¡Canto Victorioso!, “tilú-quitilú-quitilú”, desde una ramita del árbol de Mapajo, el Tiluchón dijo a la Tiluchita:

  • Vamos a una rama más alta de otro árbol de Ochoó, allá en la otra banda del Arroyo Tiyere a construir un nuevo hornito, nosotros podemos, sin afectar a ningún batracio, que se atreva a subir más alto que nosotros, no seremos fuertes, pero si somos inteligentes y trabajadores.

Así, en ese momento, la familia voladora, trabajadora y tenaz, empezó una nueva obra, bajo los mismos signos de orden que, la naturaleza les ha dado para su vivir en las selvas de Candiré.

En cuanto al Sapo, se vio cómodo por unos días, sin embargo, no podía bajar por su alimento, de vez en cuando un mosquito o una pequeña hormiga caía en sus fauces, se sintió oprimido en tan estrecha habitación, le faltaba el agua necesaria, después de sufrir algunas semanas de calor y sed, no se animaba a caer al vacío desde lo alto del hornito, nadie más se acordó de él, murió en abandono y preso de sus ambiciones.

Poco tiempo después, el hornito avasallado, desde lo bajo era visto por todos los seres terrestres del bosque como el lapidario sepulcro de la envidia, desde lo alto las aves voladoras y migrantes como las Torcazas y Cuquisas veían, como era el castigo divino a las ambiciones de los que, envidian el trabajo y progreso de otros, tampoco el Guajojó cantaba sus versos por las noches y tardes, cerca del Ochoó del hornito, el madero nativo, secó de tristeza y vergüenza, quemado por un rayo en tormenta matinal.

Lector: Si alguna vez has visto a hombres – y no animales-, realizar lo que contiene este cuento, acomoda convenientemente los personajes que actuaron, en las circunstancias que te parezca semejante comparación. (AV 1936).

Desde la Selva del Candiré, febrero de 2023

NOTA: Con las disculpas a los animalitos de las Selvas del Candiré que, fueron actores imaginarios de este relato. <Ficticio o parecido a una realidad, no sé >          

Vale.

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