Otro de los temas reflexionados en el libro que analizábamos la anterior semana (La resistencia, de Ernesto Sabato) es la libertad. “Desde joven he vivido la zozobra de la libertad”, recuerda el lector, en tono escéptico, y añade que él mismo se recuerda “como quien corriera un tramo por un sendero perdido, y luego volviera hacia atrás, sin hallar el dato definitivo que probara que aquél era un buen camino”.
Desde la soberbia y cortoplacista perspectiva moderna (la cual encanta a masas en todo el mundo), ahora se tiene más libertad: el aborto, las uniones libres, el consumo de drogas y de alcohol, las fiestas desenfrenadas, ¿acaso no representan más libertad? ¿No buscó el ser humano desde hace milenios romper las tradiciones y mitos que lo oprimían? Hacer lo que nos gusta en el momento ¿no representa más libertad y, por tanto, más felicidad? Lo que muestran los hechos, sin embargo, es que no es así. Hombres y mujeres que abortan, se drogan o se unen sin compromisos o pactos matrimoniales, no parecen ser más felices ni siquiera más plenos o menos tristes que quienes se deciden por la vida humana, el matrimonio y vidas sobrias y sin drogas. La libertad, pues, se desfiguró con la fría razón, pues esta la llevó a un concepto errado, haciendo pensar a las masas que la libertad es libertinaje o que no supone límites o respeto a la autoridad. Habla Sabato: “Vuelven a mi memoria imágenes de hombres y mujeres luchando en la adversidad, como aquella indiecita embarazada, casi una niña, que me arrancó lágrimas de emoción en el Chaco porque en medio de la miseria y las privaciones, su alma agradecía la vida que llevaba en ella”.
Los fenómenos de ansiedad y depresión nacen, en gran medida, del ateísmo, el descreimiento y el agnosticismo, pues ya que todo debe ser controlado por el mismo ser humano o está librado al azar o la diosa Fortuna, ya no hay una roca firme en la que pararse: ya todo puede ocurrir, todo es posible. El caos de la historia es lo único seguro. El hombre ahora siente que, si no obra de una u otra forma, las cosas no saldrán como él las desea; todo debe ser planificado, todo debe ser medido. Esto representa una presión constante que su limitado cerebro no puede soportar. Por otra parte, el relativismo y la “deconstrucción” han llevado al ser humano a ya no sentirse arropado por ninguna idea clara: ya no hay la Verdad, sino un montón de verdades que dependen de la perspectiva o, peor, de la ideología del momento; pero, en cambio, ideologías relativistas y ateas abundan y son aplaudidas por millones. Entonces, como todo puede ser verdad, dependiendo de cómo se vean las cosas, ya no hay nada que les dé sentido a las cosas ni a la vida.
“Lo peor es el vértigo”, dice el autor. En otras palabras, la incertidumbre; es decir, lo que hoy sentimos los más de los seres humanos: la desaparición de la estabilidad, de los vínculos sólidos, de la roca espiritual que fue el apoyo seguro de nuestros mayores.
Este libro de Sabato puede dejar en algunos un sabor amargo, ser el lamento de un hombre que no ve una luz al final del túnel. Empero, también puede ser una invitación a, precisamente, la resistencia y el cambio. A una nueva manera de vivir y de educar a los nuestros. “Los hombres encuentran en las mismas crisis la fuerza para su superación”. Lo que hoy vivimos, la manera en que pensamos el mundo y lo interpretamos, no pueden ser las únicas posibilidades de vivir. Nuestros hijos y nuestro núcleo familiar pueden ser ese dique que contenga la marea del individualismo y la atomización, a la par que el descontrol de la relativización de valores. Estamos invitados a construirlo o re-construirlo, ya que no se necesitan muchas más pruebas de que la técnica no nos está llevando a ningún lugar de mucha felicidad. Dice Jeremías 2, 13: “Doble falta ha cometido mi pueblo: Me ha abandonado a mí, que soy manantial de aguas vivas, y se han cavado pozos, pozos agrietados que no retendrán el agua”. Esta cita bíblica no sugiere otra cosa más que el afán insaciable de progreso técnico, aun cuando este no llegué a un fin trascendental o vea más allá de lo que se ofrece a corto plazo.
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social