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El hechizo terminó: ¡Salve, oh Patria!

Antiguas estrategias recogidas en poemas épicos desde Homero trazan los caminos de los audaces en busca de sus objetivos. Muchos de ellos, bajos y oscuros. El peor, sin duda, el ascenso al poder con decisión malévola de eternizarse.

En febril tarea, multiplican a su paso los cantos de sirena que horadan la conciencia alterando el buen sentido, confundiendo sueños con realidades y mentiras con verdades. Es la propaganda, invento perfeccionado por el totalitarismo, tanto el alemán expresado en el nacional socialismo, como el soviético expresado en el comunismo. El primero, juzgado y condenado, proscrito moralmente; el segundo, esperando todavía el inicio de su merecido “proceso de Nuremberg”.

Aquellos cantos invaden los oídos de la gente erigiendo ante sus ojos imágenes de seres mortales y defectuosos como todos, convertidos en mesías inexistentes, merecedores de adoración sumisa y, por tanto,  de convertirse en los dueños de vidas y haciendas para hacer y deshacer a su antojo merced a la ayuda de sus incondicionales, esbirros reducidos a burócratas mediocres y amorales, operadores eficientes de los abusos y estropicios decididos por “los jefes” vitalicios, sucedidos cual herederos dinásticos, por sus adláteres. Fundadores de los regímenes autocráticos con vocación totalitaria.

Larga nómina de tales regímenes registra la historia. A lo largo y ancho del mundo, esta Tierra, escenario de nuestra aventura existencial, puntillo diminuto perdido en el universo inconmensurable donde somos ignorados. En Bolivia se destaca, sin discusión, el último, el del “proceso de cambio”. Sí, ese “rey Midas” inverso que todo lo que toca lo fue degradando desde 2006, hasta el punto de llegar a 2025, año de recordación de la fundación de la República de Bolivia, con el país convertido en tierra de nadie donde pasa todo y no pasa nada, con la economía hecha pedazos, sin justicia y sin respeto a los derechos humanos, con graves riesgos de hundimiento definitivo en manos de criminales dedicados a todos los tráficos ilegales, a la corrupción descarada y a la depredación de la vida y la naturaleza a gran escala. Con envenenamiento de las fuentes de agua incluido.

Así llega Bolivia a los doscientos años desde aquel 6 de agosto de 1825 en que se firmó el acta de Independencia del Alto Perú respecto del reino de España, fundándose la república. En buen castellano, “hecha pelota” gracias al masismo. En dramática coincidencia con las elecciones generales fijadas para el 17 de agosto, día de la tricolor boliviana, otra coincidencia añadida.

Sin embargo, en medio de este desastre generalizado, cual destello esperanzador de última hora, asoman con nitidez indicios de que de nuevo se manifestará un rasgo recurrente en el devenir histórico boliviano: la capacidad de la sociedad boliviana de frenar en seco cuando el país se dirige a alta velocidad rumbo al precipicio y el desaliento cunde de tal manera que sólo se atina a cerrar los ojos. Sí, ese rasgo esencial de la identidad nuestra que también hoy se revela en las señales que la ciudadanía da ante la coyuntura electoral que se avecina.

La mayoría de la gente ha decidido ya por quién no votará, evidenciándose con claridad a través de repetidas encuestas que se puede cantar desde ahora al derrotado: el masismo, de todos los tonos y con cualquier rostro que aparezca. Por consiguiente, queda claro que los bolivianos optaremos, pese a todo y a todos, por los candidatos de la vereda democrática. Y esa es una gran noticia. El hechizo se rompió, como en el famoso cuento de Charles Perrault, “La bella durmiente”, en el cual se relata que un hada oscura, maléfica y siniestra, condenó a la bella princesa a dormir cien años hasta que el beso del príncipe la despertó. En este caso, el estrepitoso derrumbe del “pluriestado” o “noestado” terminó con el sortilegio malhadado.

A partir de tal constatación, se arma una agenda ciudadana de homenaje a nuestro país. No demanda ningún esfuerzo que no se pueda realizar como parte de la vida cotidiana. Sólo requiere buen sentido para acompañar el ejercicio y la defensa de los derechos, con el cumplimiento de los deberes cívicos; todo en función de los valores y principios de la decencia humana que es una transversal a la cultura. Así pues, iremos a votar y nuestro voto será válido, pues no somos siervos del “que sabemos”. Controlaremos el voto, como delegados de mesa y como voluntarios comprometidos contra el fraude azulino. Nos aprestaremos para estar al aguante ante las medidas duras que deberá tomar el próximo gobierno para evitar el colapso total del país, enfrentando sin violencia a los vividores de las llamadas “organizaciones sociales”, fortaleciendo los lazos de solidaridad entre nosotros. Con más convicción que nunca, actuaremos en función del respeto a los derechos de los otros y del cumplimiento de las normas de convivencia social, predicando con la palabra y el ejemplo.

Ese es el “¡Salve, oh patria” con que honraremos a nuestra República de Bolivia a sus 200 años.

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