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El fanatismo

Federico Guillermo Velasco Cronenbold

Se podría decir que dos profundos fanatismos han movido a los hombres en la historia: el religioso y el político. El primero, desde muy antiguo, y el segundo, desde la instauración de las democracias.

El fanatismo, consiste en el apasionamiento que mueve al individuo a entregarse con absoluta dedicación a una determinada causa, creencia o partido.

Para que esto suceda interviene la tendencia cerebral de crear adiciones, cuya repetición de placeres, hace que tiempo después sean parte de la vida de un individuo, por tanto, no puede fácilmente sustraerse del vicio, denominación común a cualesquiera adicción.

En la religión y en la política sucede algo similar, aunque no es propiamente una adicción deleitante, sino en la repetición constante de imágenes, discursos, mensajes, promesas que van conquistando la mente, hasta moldear y afianzar un sentimiento o una idea, al punto que se termina rumiándolo; por tanto, difícil de desarraigar.

Demuéstrale a un fanático de lo equivocado de su ideario, casi por reflejo no lo acepta o, en su defecto, distorsiona cualquier evidencia real que lo desafíe o lo cuestione; en tal caso se ha operado la disonancia cognoscitiva, la cual permite al individuo, después de una racionalización, dar sentido a sus ideas y despojarse de las contrarias y, de este modo, dar coherencia a sus construcciones mentales, aunque la realidad demuestre que están erradas. El fanático, para mantenerse incólume, levanta un muro infranqueable entre su mundo mental y el exterior.

El fanatismo no solo contiene el ingrediente intelectual, sino también el emocional, que mantiene la fragua encendida, y no es otra cosa, que la inquina al rival.

En el fanatismo religioso se cumple la ley de odios, la de semejanza y de la proximidad, por la cual los odios más profundos surgen precisamente entre quienes pertenecen a estrechos círculos humanos (familia, club, colegas de trabajo, etc.); vivo ejemplo, son tres religiones que arrancan de la Biblia: la judaica, la católica y la islámica. Los judíos fueron perseguidos y muertos por los católicos en Europa. Islámicos y católicos sostuvieron guerras sangrientas de fe en medio oriente, durante la Edad Media. Desde la reforma sobrevinieron otras guerras entre católicos y protestantes, que de éstos últimos nacieron nuevas sextas. La regla general, es que en estas luchas cada religioso se cree dueño de la verdadera fe.

Pero aquellos dos elementos (adicción y disonancia cognoscitiva) no bastan para afianzar un fanatismo, como manifestación apasionada, sino la conciencia colectiva considerable, que cuanto más se sumen al discurso o la teoría, tanto más, se refuerza el fanatismo; en efecto, cuando la gran mayoría acepta un Perogrullo, los contados escépticos, se cuestionan, si todos aquellos ven las cosas como la ven; entonces, solo nosotros seremos los equivocados, dudan pues hasta de sus propias convicciones. Esto sucedió en Alemania de Hitler, y, en la posguerra, cuando se interrogaba a los militantes nazis, respondían. ¿Cómo no podíamos ser nazis, si su ideología dominó toda Alemania? Era obvio serlo, respondían. Tenían, en parte razón, pues el aparato de adoctrinamiento y propagandístico nazi fue tan espectacular que se adueñó de las mentes germanas, cuyo torrente de miles militantes al principio y millones después, oponerse a tal corriente sería estar fuera de onda.

La propaganda y el adoctrinamiento político empezó con Lenin, padre del márquetin; Stalin fue un fiel servidor de sembrar odio hacia los contrarrevolucionarios; Hitler lo llevó al extremo, de sembrar odio a las demás razas; en la actualidad, aunque en menor tono, en los regímenes totalitarios el líder para sostenerse en el poder necesita del adoctrinamiento de la población hasta fanatizarla a su favor.

La propaganda hace que el jefe magno aparezca hasta en la sopa, como si fuese el mesías o el patriarca, cuando, por regla general, es un mortal muy inferior cultural, intelectual y moralmente a muchos de los ciudadanos.

Nota biográfica

Federico Guillermo Velasco Cronenbold, natural de Riberalta-Beni. 1947. Ha escrito obras de Derecho: Delitos contra la Propiedad, dos ediciones, 1985 y 1991, Delitos contra la Fe Pública, 1993; el Amparo Constitucional, 1994; la Casación Civil, 2004; y El Código de Ética del Abogado y la Abogacía, dos ediciones, 2008 y 2009, coautor Humberto Trigo Guzmán.

Ha escrito ensayos de orden diverso: Once Cuentos y Diez Ensayos, 1992; Escritos de Ciencia y Filosofía, 1995; La Rotación de los Planetas y el Radio de las Órbitas, 1992; Einstein y Newton y el Avance de Arco de los Planetas, 2003; La Puerta del Sol y de la Luna y la Astronomía Tahuanacota, 2005; La Identidad Beniana y los Desafíos del Beni, 2010; La Criba del Seis y los Números primos, 2012, Moxos Llegó a Tiwanaku, 2015; La Etimología de la Palabra Guayaramerín, 2021

Género cuentos: El Menesteroso y el Jugador, 2014; Burbujas, Lágrimas y Sueños, 2014; El Retorno de la Viudita, 2014; y El conflicto de un Escolino, 2014; El Tesoro y la Maldición de Nicolás Suárez, 2014; Tontín, 2014; Destino Fatal, 2014; La Rebelión de los Animales, 2014; El Viejo Jeep, 2015; Siete Cuentos entre Reales y Fantásticos, 2019; La Lechuza, 2020; El pregonero del Atardecer, 2021,

En Busca de su Origen, Premio a las Artes 2019, Primer lugar “Patujú de Oro”, en el concurso de Relatos Reales Sucedidos en el Beni.

Novela: Los Nazis y el Secreto de Tiwanaku, 2017.

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