Márcia Batista Ramos
(…) morir es una costumbre
que sabe tener la gente.
JORGE LUIS BORGES
El gran cuentista rioplatense, en una acción intencional, provocó su propia muerte en Buenos Aires, Argentina, el 19 de febrero de 1937.
Es muy probable, que no quisiera que lo recuerden por ese hecho: el del suicidio; preferiría ser recordado por su prolija obra: Diario de viaje a París (Testimonio y observaciones, 1900); Los arrecifes de coral (Prosa y verso, 1901); El crimen del otro (Cuentos, 1904); Los perseguidos (Relato,1905); Historia de un amor turbio (Novela,1908); Cuentos de amor de locura y de muerte (Cuentos, 1917); Cuentos de la selva (Cuentos infantiles, 1918); El salvaje (Cuentos, 1920); Las sacrificadas (Cuentos escénicos en cuatro actos, 1920); Anaconda (Cuentos, 1921); El desierto (Cuentos, 1924); Los desterrados (Cuentos,1926); Pasado amor (Novela, 1929); Suelo natal (Cuentos,1931); Más allá (Cuentos, 1935).
Sin embargo, siempre se lo recuerda por el cianuro ingerido como un último acto, en un drama tan real, vulgarmente titulado: vida.
En septiembre de 1936 ingresa al Hospital de Clínicas de Buenos Aires. Después de cinco meses de internación es operado, encuentran cáncer.
Nueve días después, luego de recibir a su hija Eglé y su amigo Julio Payró, habla con sus médicos. Por la tarde sale a caminar, a la mañana lo encuentran muerto.
Bebió un vaso de cianuro. No dejó carta, no escribió disculpas… Aquel momento, no les pertenecía a sus lectores, era solo suyo. No merecía ser escrito…
Horacio Quiroga no fue un “poeta maldito”, pero maldijo su propia vida y bebió un vaso de cianuro, en el Hospital de Clínicas de la ciudad de Buenos Aires a los 58 años de edad.
Horacio Silvestre Quiroga Forteza, nació en Salto, Uruguay, 31 de diciembre de 1878. Cuando su padre Prudencio Quiroga, era vicecónsul argentino en Salto.
A los dos o tres meses de nacido su padre falleció con un tiro en la cabeza, que él mismo se auto infringió, en un accidente de caza.
Horacio Quiroga fue cuentista, dramaturgo y poeta.
Es considerado el maestro del cuento latinoamericano, de prosa vívida. Su obra se sitúa entre la declinación del modernismo y la emergencia de las vanguardias.
Sus relatos a menudo retratan a la naturaleza bajo rasgos temibles y horrorosos, como enemiga del ser humano. A menudo se lo compara con el estadounidense Edgar Allan Poe.
La vida de todo ser humano termina con la muerte. Pero, el literato uruguayo, recibió de su padrastro, a los 17 años, la triste lección de que la vida debe ser finiquitada cuando no se la quiere más vivir. Esta experiencia fue terrible, cuando su padrastro Ascencio Barcos, tras quedar semiparalizado, apuntó el cañón de una escopeta a su propia frente y jaló el gatillo. Horacio Quiroga presenció el desenlace.
Fue un ciclista implacable, en su temprana juventud. Estudió en Montevideo e inspirado en su primera novia escribió “Una estación de amor”, en 1898. Como joven inquieto, interesado por las letras, fundó la Revista de Salto en1899.
Luego del suicidio del padrastro y de un desengaño amoroso, esperó la mayoría de edad para tomar el dinero de la herencia paterna y partir en primera clase a París, la ciudad de la Luz, recorrer sus calles y beber sus efluvios, conocer la Feria Mundial, para luego volver en tercera clase, ojeroso y hambriento; tal como cuenta en Diario de un viaje a París:
«Yo soñaba con París desde niño a punto de que cuando decía mis oraciones rogaba a Dios que no me dejara morir sin conocer París. París era para mí como un paraíso donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra».
Ya en sus últimos días en la ciudad de la luz: “¡Oh mi América bendita… ¡Cómo te adoro en París!» o «París, será muy divertido, pero yo me aburro».
Fueron las experiencias del joven Horacio Quiroga; quien, en 1901 publicó su primer libro, “Los arrecifes de coral”. Alegría silenciada por la muerte de sus hermanos Prudencio y Pastora, quienes nunca se recuperaron de la fiebre tifoidea en el Chaco.
Los embastes del destino, llegan sin espera, siempre de sorpresa y cambian el curso de la vida, dejan marcas imborrables. Muy silenciosamente, el destino va escribiendo el final de cada existencia. Si. La muerte. La muerte de cada uno…
En el mismo año, de las muertes de Prudencio y Pastora, ocurre otra calamidad. Su amigo uruguayo Federico Ferrando se iba a batir a duelo con el periodista Germán Papini Zas, por unas críticas literarias. Ferrando fue uno de los fundadores de «Consistorio del Gay Saber», un movimiento que buscaba nuevas formas de expresión a través del modernismo. Quiroga, intranquilo, se ofrece a ser su «padrino» y cuando limpiaba el arma un tiro impactó directo en la boca de su amigo, que tuvo muerte instantánea. Fue detenido, interrogado y liberado a los cuatro días, cuando se comprobó que el infortunio había sido un accidente.
Después de todo, con el dolor a cuestas, Horacio Quiroga abandona la República del Uruguay y radica en Argentina, definitivamente.
El cambio de domicilio, no le alejaría de las tragedias personales. Porque en realidad nunca es el lugar, el problema es la persona y lo que ella absorbe de cada situación.
Horacio Quiroga se acomoda en Buenos aires y en 1903, siendo profesor de castellano en el Colegio Británico, acompaña como fotógrafo a Lugones en una expedición a las ruinas jesuíticas de San Ignacio, Misiones.
Cree encontrar su lugar en el mundo. De aquel viaje saldría “Los perseguidos” en 1905 y uno de sus cuentos más famosos, “El almohadón de plumas”, publicado en Caras y Caretas en 1905.
En 1908 se muda a la selva. Sobre la orilla del río Paraná construye una cabaña. Junto a él está la adolescente Ana María Cires, una de sus alumnas, a quien dedica su primera novela, Historia de un amor turbio. De la unión nacen Eglé y Darío, a quienes educa en su casa y enseña cómo sobrevivir allá afuera.
Ana María Cires se suicida en 1915. Lo hace ingiriendo líquido para revelar fotos. Agoniza durante ocho días, en los que Horacio estuvo a su lado. Aturdido, regresa a Buenos Aires con sus hijos. La fotografía lo llevó a Misiones y también lo alejó.
En 1927 contrajo segundas nupcias con una amiga de su hija Eglé; con quien tuvo una niña. Regresó a Misiones para dedicarse a la floricultura.
En 1935 publicó su último libro de cuentos, “Más allá”.
Horacio Quiroga, el 19 de febrero de 1937 decide terminar con su vida. Posiblemente, fue un ejemplo aprendido de su padrastro.
Ese mismo año 1937, Eglé, su primogénita, se quita la vida.
Darío, su hijo, espera hasta 1951, para seguir el ejemplo de sus padres y hermana, terminando así con lo que fue una triste costumbre en la familia.