Clarisa Sumilinda Escalante Chávez
El silencio escondía un secreto, mientras el sol agonizaba en la tarde. Tus recuerdos llegaban a mi mente y en el silencio imploraba tu regreso. Todas las tardes recordaba los momentos que vivimos. Extrañaba tus abrazos, tus besos y los poemas que me escribías. La última vez que nos vimos fue aquella noche que te fuiste prometiéndome volver. Desde aquella vez, todo cambió en mi vida, no volví a ser la misma. Frente al mar observaba la caída del sol. Logré entender qué es lo que pasaba. Me sentía triste, porque no podía ayudarte. Debías resolver ese problema solo. Quizá por eso desapareciste alejándote de mí en silencio. Dejándome sólo tus recuerdos que acuchillaban mi mente cada vez que el sol agonizaba en la tarde. Tu imagen aparecía en las olas del mar, llamándome, pidiéndome ayuda.
Una tarde cuando el sol se ocultaba como de costumbre, te vi frente al mar. Corrí con todas mis fuerzas para abrazarte, pero te sentí algo frío. Mi corazón lloraba a mares. Te miré y te dije: “Sabía que vendrías a verme en algún momento. Te he extrañado mucho”. “Regresé para verte. No te voy a dejar sola. Eres como una luz que ilumina mi camino. Te amo y siempre te amaré, me dijo”. “¿Qué fue lo que te sucedió? ¿Por qué te fuiste?, le pregunté”. Por un momento pensé que me respondería, pero ya no estaba ahí. Se había desvanecido. Entonces entendí que había aparecido para despedirse. Sentí que al final nos íbamos a unir como el sol y la luna, la noche y las estrellas, el silencio y el secreto. La penumbra iba muriendo lentamente con la llegada del alba y yo estaré lista para el próximo y definitivo encuentro.