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El cojo le echa la culpa al empedrado

A pocas horas de terminar el 2024 (aprovecho la mención para elevar mi protesta por haber escuchado todo el año en el periodismo radial y televisivo, entre entrevistadores y entrevistados, decir “veinte-veinticuatro”), y sin arrogarme representación de ninguno de los millones de bolivianos que pueblan este país, expreso mi pesar, mi desazón y mi desánimo por el año político que tuvimos y mi nerviosismo por el que se avecina.

No es mi intención ser agorero, pero si los últimos meses de este año ya fueron tremendamente malos en el ámbito político, podría decir que el 2025 será aún peor en esa materia. Tampoco quiero ser latoso si una vez más digo que el origen de nuestros males son casi de exclusiva responsabilidad de los casi veinte últimos años de gobiernos irresponsables y corruptos. Pero en materia económica la cosa estuvo aún peor; claro que no hay que marcar límites que no se puedan fundir entre una y otra área, porque la política tiene mucho que ver con la economía, y mientras el gobierno nos trata como a idiotas, tratando de hacernos creer que “estamos saliendo adelante”, que tenemos una economía estable, que tenemos grandes industrias, que pronto volveremos a ser líderes en la producción de hidrocarburos, que la inflación es una de las más bajas de la región y no sé cuánta novela más, también nos quiere meter el cuento de que la raíz de todos los problemas es el bloqueo de carreteras organizado por Evo Morales hace algunos meses, ya dejando de lado de alguna manera al inicial pretexto de una evidente primera etapa de fracasos en sus decisiones políticas, que atribuían al Gobierno (constitucional pero corrupto) de Jeanine Añez.

Ni lo primero ni lo segundo relacionados en el párrafo anterior son evidentes, porque bloquear un país tan pobre como Bolivia por más de 20 días es un crimen de lesa humanidad y un atentado de la economía y supervivencia de sus habitantes, pero la antesala de una quiebra financiera a que en este año la siempre débil economía nacional ha llegado no puede obedecer a esa opresiva medida, sino a los garrafales errores y las políticas populistas implantadas desde 2006.

Un descomunal incremento de la burocracia, la implementación de decenas de industrias innecesarias que solo traen pérdidas a todos (excepto a las legiones de masistas que se hacen cargo de ellas), el inexistente trabajo en materia de exploración de pozos de hidrocarburos, la incapacidad para frenar el contrabando, el sometimiento de un régimen de hambre a los jubilados con el inhumano engaño del reajuste en sus pensiones a través de la Gestora Pública (que no es más que una entidad de jugosas ganancias para quienes todavía tienen el estómago para aguantar este populismo inepto a cambio de buenos salarios en cerca de cincuenta agencias en el territorio nacional), el incremento en el 100 por ciento de los costos de la canasta familiar, la inexistencia de divisas, el desempleo debido al masivo cierre de pequeñas y medianas empresas privadas ante la inestabilidad política, la inseguridad jurídica para atraer inversiones extranjeras, la corrupción que en Bolivia siempre ha existido, pero que en el gobierno del MAS ha llegado a límites insospechables, el gasto público desmedido y algunas cosas más que las restricciones de espacio me impiden señalar, son los verdaderos motivos para la debacle económica.

No voy a repetir, pero tampoco recular en nada de lo que anteriormente se dijo respecto a los muchos millones de dólares despilfarrados por Evo Morales, García Linera y el entorno del que muchos del gobierno actual también fueron parte. Más bien me voy a limitar a lo que ya no admite discusión: la falsa discusión entre izquierda y derecha. En el mundo, lo realmente importante son los resultados que pueden derivar de determinadas políticas implementadas. No sé cómo no se sonrojan los que todavía defienden el socialismo a estas alturas de la historia, pues no hay país socialista —en términos de ejecución programática— que sea próspero ni que respete los derechos humanos y cumpla las leyes.

Izquierda y derecha ya no pueden continuar en esta estéril controversia. No sirven las dualidades, pero son valiosos los matices pragmáticos. Marx y Mussolini son la vergüenza de la historia y deben permanecer enterrados no solo en cuerpo, sino en sus ideas. Sin una visión clara ni una estrategia definida para salvar al país, Bolivia seguirá caminando en la cornisa. El 2025 será determinante, y ojalá me equivoque, pero el pronóstico no es alentador.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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