La vida política se desarrolla en ciclos de tiempo. Los procesos históricos pueden comprenderse cuando utilizamos unidades de tiempo para analizar su inicio, crisis y final. El filósofo y politólogo Luis Tapia tiene un libro con ese nombre: «Ciclos» donde reúne ensayos de análisis de las transformaciones políticas en Bolivia considerando ciclos de tiempo. Así, la revolución federal, la revolución nacional de 1952, las dictaduras militares, la recuperación de la democracia y la instauración del neoliberalismo pueden interpretarse con ayuda de la noción de esta categoría: “Un ciclo político es la configuración y despliegue de un horizonte político, es un fragmento de historia producido por la acumulación histórica previa, por la invención de un momento constitutivo y el despliegue de la forma de vida política que se articuló. Un ciclo es el tiempo de despliegue de una articulación de la forma primordial, es decir, de una articulación de: a) estado y sociedad civil; b) sociedades dentro de un país c) relaciones de producción y formas de gobierno.” (Tapia, 2012: 9).
Tapia utiliza ese marco categorial, inspirado principalmente en René Zavaleta Mercado y Antonio Gramsci, para analizar diferentes procesos históricos hasta llegar al periodo de 1994 – 1999. El Proceso de Cambio puede analizarse con ayuda del concepto de ciclo. Producto de la crisis profunda del neoliberalismo, que es notoria con fuerza durante la Guerra del Agua y la Guerra del Gas, el Proceso de Cambio es un ciclo de articulación de distintos actores sociales, en su mayoría populares, que forjan un proyecto político en el que se oponen a la privatización de empresas estatales, reclaman un papel protagónico del estado en las actividades económicas, piden la refundación del Estado, es decir, una reforma institucional a fondo y una ampliación de la participación democrática real en oposición a la democracia representativa-pactada de la década de los noventas. Esa disconformidad no se traducía en simples protestas sociales articuladas entre sí sino en una nueva propuesta de país, una nueva visión de la relación Estado-sociedad, reclamando la participación actores y sectores hasta ese momento secundarios o excluidos de la dirección del Estado. Todo esto es producto de la acumulación histórica que puede rastrearse de las luchas sociales, encabezadas principalmente por la COB, contra los gobiernos dictatoriales, pasando por las resistencia a la implementación del Plan de Reforma Estructural del MNR de Víctor Paz Estenssoro y las luchas de sectores corporativos/sociales como los cocaleros contra los planes de erradicación de cocales. En la década de los noventas del siglo pasado sucedieron numerosos conflictos sociales de mediana intensidad. La Guerra del Agua y la Guerra del Gas pueden entenderse como etapas mayores de recrudecimiento de esa conflictividad que en su momento se solucionó provisionalmente con la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada. La crisis podía haber galopado hasta transformase en una guerra civil pero afortunadamente no fue así.
Pese a la potencia de la insurgencia de octubre de 2003, Bolivia se encaminó a una reforma profunda más no a una revolución. Producto de esos años de conflictos es que puede entenderse cómo se inició el ciclo del Proceso de Cambio: una nueva articulación de actores populares pero que incluía también a las clases medias urbanas y, con el tiempo (concretamente a partir del segundo periodo del gobierno del presidente Morales en 2010) incluso a sectores empresariales antes estigmatizados como oligarcas. Una prueba de esta nueva articulación fue el crecimiento electoral del MAS en todo el país, no solo en términos cuantitativos sino también en su capacidad para imponerse en el oriente y el sur, bastiones tradicionales de la oposición regional que progresivamente fue replegada hasta finalmente ser derrotada tras los acontecimientos del Porvenir el 2008. El MAS pudo así construir hegemonía y desplegar su plan de reforma nacional. La aprobación de la nueva Constitución Política del Estado el año 2009 fue un hito en ese proceso. La significación de este periodo es gravitante en nuestra historia, implica reformas estructurales pero también simbólicas. El rechazo a las prácticas políticas del pasado, la incorporación de los pueblos y naciones indígena originario campesinos (sin superar la complejidad y artificialidad de ese concepto) a la ciudadanía plena pero sobre todo en la participación mayoritaria para darle forma y conducir el nuevo Estado, la nacionalización parcial de algunas empresas estatales, son algunos elementos que nos pueden ayudar a identificar al ciclo del Proceso de Cambio.
Durante la crisis del ciclo neoliberal comienzan a perfilarse los actores y sujetos que serán protagonistas de la reforma futura, del nacimiento de lo que hoy conocemos como Estado Plurinacional aunque, contrariamente al discurso que viene desplegando el gobierno, sus antecedentes pueden rastrearse hasta los kataristas de la década de los setentas y el Manifiesto de Tiahuanaco. Sin embargo, el discurso cohesionador del MAS ha empezado a resquebrajarse y perder su efectividad desde el año 2010. El intento fallido de aprobar un gasolinazo demostró que la sociedad civil pudo rebasar a la dirigencia leal al MAS y revertir una decisión (eliminar el subsidio estatal de algunos carburantes) que era vista como antipopular y antidemocrática. Antipopular porque, a corto plazo, atentaba contra la economía de los más pobres y antidemocrática porque fue efectuada de manera discrecional, sin consenso, aspecto incoherente con un gobierno de los movimientos sociales. El conflicto del TIPNIS, los recurrentes y graves casos de corrupción (el FONDIOC es un ejemplo), el caso Zapata, son algunos hitos a partir de los cuales la imagen del gobierno fue cayendo en picada y su capacidad para articular discursivamente a la sociedad civil fue menguando progresivamente. Sin embargo, no fue hasta la implementación de la estrategia legal para burlar los resultados del referéndum del 21 de febrero 2016 donde podemos hablar de una crisis de legitimidad de proporciones serias. Ningún gobierno democrático desde 1982 había intentado burlar tan cínicamente la voluntad del soberano. Más grave aún es considerar que el referéndum es uno de los nuevos mecanismos de democracia participativa y directa aprobados mediante la nueva Constitución Política del Estado, es decir, una de las expresiones más significativas del Estado Plurinacional. La vulneración proviene paradójicamente del partido, el gobierno y las organizaciones sociales que impulsaron este proceso y ahora vulneran su marco legal constitutivo, acelerando el fin de su ciclo.
Una de las señales de la agonía de este ciclo es la incapacidad del MAS para rearticular el apoyo ciudadano que tuvo los años 2006 y 2010. La rebelión de las clases medias, traducida en la protestas de los médicos, la resistencia al nuevo código penal y sobretodo la defensa movilizada de los resultados del 21F, son prueba de que no importa cuanta propaganda o guerreros digitales a sueldo intente reconducir la opinión generalizada. El rechazo a una nueva postulación del presidente y vicepresidente a las elecciones de octubre de 2019 se ha vuelta una consigna del movimiento ciudadano emergente. Creo que una de las claves del fracaso del MAS pasa por considerar el nivel de indignación que ha producido en la ciudadanía. Así como produjeron indignación escándalos de corrupción como los narcovínculos, la propuesta de venta de gas a Chile o las matanzas en El Alto durante octubre de 2003, la ciudadanía reacciona, ya no con molestia, sino con indignación ante los actos de despilfarro de recursos públicos, las demostraciones de idolatría hacía el presidente Morales, los casos de corrupción que afectan a altos personeros de gobierno que terminan en impunidad, la superficial defensa del medio ambiente, el estado deplorable de la administración de justicia y, sobre todo, la burla a la voluntad popular del 21F.
A todo esto cabe preguntarse ¿Cuáles son las alternativas de la ciudadanía? Una respuesta preliminar es que con probabilidad viviremos un escenario de similar al ocurrido los años 2004-2005, aunque la insistencia del MAS en perpetuarse en el poder despierten en nosotros el temor de que no aceptaran una eventual derrota electoral en octubre del próximo año, es probable que inicie un periodo de descomposición del ciclo político del Proceso de Cambio. La nueva de Ley de Partidos Políticos tuvo un efecto acelerador en el calendario electoral, el objetivo era doble: Evitar a toda costa que la oposición se unifique y legitimar la postulación inconstitucional del presidente y el vicepresidente a las elecciones de 2019. Carlos Mesa tiene posibilidad de derrotar a Evo Morales en la primera vuelta de las próximas elecciones, pero es poco probable que se concreticen alianzas para conformar un solo bloque de oposición. La principal razón es la falta de tiempo que a su vez tiene otras consecuencias. Primero: la mayoría de las alternativas al MAS proponen una reforma a sus políticas, una corrección a muchos de sus planes ya en marcha, pero que no revelan todavía una nueva visión de país, no existe un horizonte político que revele el nacimiento un nuevo ciclo y es prematuro aventurarse a creer que las clases medias urbanas jugaran un rol distinto al que hasta ahora han desempeñado. Segundo: el recrudecimiento de la polarización del escenario político entre quienes pretenden a toda costa apostar el todo por el todo a la continuidad de Evo Morales y los que lo rechazan. Considerando los plazos del calendario electoral, Carlos Mesa es el candidato con mejor perfil para traducir el descontento ciudadano en potencia electoral y es difícil que hasta 27 de enero, fecha de realización de las elecciones primarias, eso cambie.
Ante un ciclo político que da muestras de estar llegando a su fin y la inexistencia de un horizonte de un nuevo ciclo político solo nos queda afrontar este tiempo de transición. Los retos que enfrenta a futuro Bolivia son grandes pues el autoritarismo y vulneración a la democracia en que decantó el Proceso de Cambio no pueden ser licencia para permitir que reaviven elementos negativos de nuestra historia. Defectos de otros ciclos políticos sobreviven en nuestro imaginario y en nuestras prácticas cotidianas: el racismo, el regionalismo, la intolerancia, el autoritarismo, el prebendalismo, el clientelismo, son algunos de ellos. Carlos Mesa tiene como reto no solo superar la imagen de ser un hombre débil ante coyunturas adversas sino también articular una propuesta que permita una transición hacia un futuro en el que no repitamos errores del pasado.