Maurizio Bagatin
Sopla el viento de la tarde, viento de Santa Ana y del Tata Santiago. Viento que abre las puertas al agosto, a la nueva siembra y al castigo por quien no cumpla sus promesas. Se doblan cientos de banderitas de los frentes políticos que se disputarán la presidencia de este país imposible. En su Bicentenario sigue la encrucijada de siempre, la eterna dicotomía, el imborrable maniqueísmo. Nada simple. Hasta el viento tiende a esbozar frentes divididos, el polvo que llega, la basura que se alza y vuela, torbellinos que a veces reconducen todo al lugar originario y que a veces distribuye todo al azar, como la fortuna, la casualidad o la fatalidad. Como las vidas.
Sentado en una silla de mimbre, Don Ángel enfrenta el último sol quemante del invierno valluno. La hora de la tarde y la edad le imponen una siesta, con un ojo sigue vigilando los juguetes recreativos que ha traído de Quillacollo, mientras el ojo descansa de su tiempo. Me acerco y le pregunto sobre la cebra y el caballito que tiene a sus pies, son juguetes para niños que pueden imaginarse estepas, selvas y andar como Miguel Strogoff o como Giovanni Drogo y enfrentarse al desierto de los tártaros. Me habla de cuando era productor de cacao en su Sapecho natal, el cacao entonces no había generado esta competencia que hoy es la causa de mucha división entre los comunarios, la brutal ambición que ha devastado tierra y territorio. Muchos emigran hacia Caranavi, la “hoja sagrada” es mas apetecible y aun mas devastadora. Recuerda del “testamento espiritual” de Javier Hurtado, fundador de la empresa Irupana y yungueño por adopción, el cual denunció la “economía de suicidio colectivo” que había adoptado todo el territorio yungueño, por angurria de dinero, y que llevaría a la destrucción de un tejido social una vez pacifico, sencillo y trabajador. Nos reímos, no conocía la historia de la cebra de Lord Walter Rothschild, del excéntrico noble ingles que quiso utilizarlas para conducir su carruaje por el centro de Londres. Como el buen íncipit de Anna Karenina, también los animales tienen características muy parecidas a la de los humanos: “Cada animal no domesticado es salvaje a su manera”. Anna Karenina va un poco más allá y termina como sabemos, mientras la cebra recreativa de Don Ángel parece ser la primera cebra domesticada, y de esto nos reímos antes de despedirnos fraternalmente.
Bajan cargas de papas en el mercado de Colcapirhua, llegan de Chapisirca, de Morochata, de Cocapata, de Tacopaya. El mundo de los tubérculos es un mundo en crisis y sin embargo la papa sigue siendo nuestro pan, no existe un solo plato sin ellas. Acompañan el trancapecho y el anticucho, deleites para los últimos en salir del trabajo y los trasnochados de siempre. El campesino que descarga la ultima carga recomienda la “pinta boquita” porque este año han sufrido menos que las demás variedades: “Estamos perdiendo nuestra diversidad en los tubérculos”, será el llamado “Cambio climático”, el mal manejo, muchos agroquímicos o el poco descanso de la tierra, ¿Qué será? Nuestros bioindicadores, los de ayer, ya no reconocen toda esta violenta transformación de nuestro mundo campesino. Aquí nos quedamos con solamente tres variedades: copacabana, waycha y sacambaya, las demas al olvido, la Desiré Holandesa ha suplantado a todas las demás, desapareció la papa Runa, y por rendimiento todos se han dedicado a esta variedad introducida. Ninguna lección de Historia ha servido, ni la de Irlanda, ni el recuerdo de la soberanía alimenticia incaica.
Como la moneda de los pobladores del México precolombino, el cacao para Don Ángel sigue conservando una simbología muy profunda, me muestra sus bombones hechos artesanalmente con sus manos, antigua sabiduría heredada y cultivada en el tiempo y en el espacio. Ahora se sienta frente al mercado de la que fue el antiguo deposito del oro andino, el maíz. Todo se ha ido transformando, la memoria se ha debilitado y a Don Ángel le quedan algunos recuerdos de niño, cuando iba a recolectar las mazorcas de cacao y con su abuelo seleccionaba los granos mejores para la que se volvió una de las cooperativas mas exitosa del país, El Ceibo. Parece una tarde de fábula, y lo es, recorro la aventura de Mixtli a través de las narraciones de Don Ángel, miro el niño que cabalga una cebra producida en China y degusto un bombón que, con sus manos callosas, Don Ángel, ha ido elaborando con la misma parsimonia y el mismo de siempre.
Cacao de Sapecho y una cebra domesticada en una tarde de final de invierno en Colcapirhua. Mucha historia en así tan poco tiempo.