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El bosque mágico

Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Paul Robeson canta Joe Hill: “I dreamed I saw Joe Hill last night”. En el dormitorio de mi hija Emily hay un afiche que lo recuerda, al lado de un cuadro tal vez de Bonnard.

Los defensores ucranianos del Luhansk llaman a la floresta de Serebryansky “el bosque mágico”. Era una reserva natural destruida por los rusos en años de asedio. Sin embargo, cuando oscurece y se levanta la bruma para mimetizar de olvido la horrible realidad, todavía existe el universo del misterio, trasgos antiguos que degüellan a los mercenarios y los esconden en la hojarasca. Decía Kafka, cuando narraba acerca de Ulises amarrado al mástil y con los oídos cubiertos de cera para no caer ante el embrujo de las sirenas, que más peligroso era el silencio de ellas que su canto. En el bosque del oriente ucraniano el imperceptible movimiento de los pocos insectos que quedan no afecta el sosiego del crepúsculo, más se teje en la sombra y en el reposo que en el crepitar de las máquinas de guerra. Los rusos ni lo saben y menos lo perciben y sus fuerzas van mermando hasta que en el futuro persista único el ramal de sus huesos en donde anidarán otra vez los urogallos. No es que esté escrito, se urde en la penumbra cuando todo parece dormir.

Canta Iva Zanicchi: “Sí que estoy cansado, mi capitán”. Pueblos austrohúngaros se suceden en mi retina. Contaba Alexei Tolstoi, en su gran trilogía, de la calavera de un soldado austriaco encadenado a su ametralladora. Imágenes de Charuga, filme croata (Rajko Grlić, 1991) acerca de un célebre bandido esloveno. Lo dicho, Austria-Hungría se mueve con plenitud de pantalla gigante en mi chica memoria. Cerca del bosque de Serebryansky está Yampol. Deseo, anhelo, muero por creer que es el Yampol de Isaac Bashevis Singer. Puede que lo sea o no pero hay algo de hechizo en las letras que conforman los nombres en esta región, fronteras como vapores, como luces malas de la pampa argentina. Hasta me parece oír la vieja canción folklórica irlandesa que rescatara Tolkien, bellamente expresada en un animé de su obra: orcos marchan descorazonados hacia una segura muerte. “Where There’s a Whip, There’s a Way”, como si fuese hoy, contemplando el desastre del ejército de la nueva Moscovia con su pequeño amo enano y cobarde. Visionario Tolkien, dentro de una magia similar a la suya, de sombras envolventes, de contraluces que descubren acechantes monstruos.

Largas sombras de mujeres danzan en la floresta, entre la niebla y el rocío. No importa si hadas madrinas son o mensajeras del infierno. Están, sus siluetas respetadas por los ucranianos que han vivido allí por siglos. Luego de un instante, desaparecen. Tanto augurio como promesa, hay que interpretar los sigilos de la naturaleza, sobre todo si son singulares, pertenecen a unos mientras los otros permanecen ajenos. De los bosques de Luhansk queda poco pero retornarán a crecer cuando los nacionalistas y sus matones de Moscú hayan abonado la tierra. ¿Que si lo harán? Por supuesto. Guardo el epílogo de mi libro sobre la guerra en Ucrania para terminarlo en el sitio. Muy posible que lo haga en Poltava, en sus calles arboladas y bucólicas, pero viajaré sin pausa a Transcarpacia, a los bordes de Besarabia, a Sumy donde vivía Anna y cuya casa fue volada a inicios del conflicto. Calculo que estaré allí por tres meses, entre otros movimientos geográficos de los que tengo interés: Belgrado, Lublín y Sarajevo. Debo pasar por Lviv, Lvov, Lwów, acerca de la cual comenta Ekaterina, Kate, que vive como fuera de la realidad bélica. Ciudad de chocolate y acogedores humos de las tascas en invierno. De nuevo, Austria-Hungría, justo ahora que acabo de cerrar mi Biblia personal: El mundo de ayer, de Stefan Zweig, y me sumerjo, hoy domingo de peatones, en una época que tuvo tanto de onírico.

Igual a cada mañana abro tu foto y rezo maledicencias de los enemigos. Luego apuro el café y con mi taza color naranja opaco te digo salud. Recuerdo a los anarquistas griegos en París, puro ojos y cabellos oscuros, levantando las tazas y saludando al resto de nosotros. Me pareció risueño pero extraño. Ahora lo hago contigo cuando despiertas y cuando duermes. A las barricadas. Ya solo en sueños.

Después de largo tiempo ha vuelto la soledad. El único sonido del domingo es un mosquito al que aplasto contra mi brazo. Silencio. Las sirenas de Franz Kafka ven pasar a su deseado héroe sin sentarle las garras. Ulises nunca supo si aquellas cantaron porque tenía los oídos tapados. Ahí nace la elucubración, en lo que pareció ser sin nunca serlo. De eso se nutre el arte.

Molesta este ahogo de resfrío, los cambios de temperatura que van del sauna a la congeladora. Revisaba mi ropa y encuentro que dejé mis abrigos en Denver, que si fuera ahora a Europa del Este no tendría con qué cubrirme bien. Mi pesadísimo abrigo verde de la guerra de Corea que compré en tienda de segunda. Cargado de fantasmas. Tengo que volver a Denver y de allí proseguir viaje. Ver a mis hijas, a Emily y su colección de grabados en las paredes, a Aly y sus máscaras guatemaltecas.

Quizá debiera beber un ron de siete de la mañana, más para curarme que para honrar a Hunter S. Thompson. Pero no lo haré. Algo de Dire Straits me elevará el humor. Tengo mucho acumulado para leer y acomodo buena parte de mis horas pensando en ti.

He visto fiestas de extraños seres en la Bukovina. Tengo en imagen la floresta de Białowieża, en la frontera polaca-bielorrusa. ¿Te acuerdas, Tatiana, saliendo en tren de Vinnytsia? Hay tareas insoslayables, y esta es una, trashumar por los todavía humeantes troncos de Serebryansky. No sé si festejaré la victoria porque no he luchado pero me llenará profunda alegría cuando vuelva a caminar en Kiev por mi calle de León Tolstoi, sentarme como ayer en el parque detrás de la universidad, allí donde anunciaban para enero del 2019 una presentación de Jethro Tull. Todo llegará, hoy tengo la paciencia que me faltó, esa que arrastra por la pendiente del fracaso. Una maleta y una mochila, un par de libros escogidos y el ordenador que reunirá emociones y recuerdos, iras a la vez que fantasías.

Esperaré el alba, cuando la noche sucumbe a la seducción de la neblina, y escribiré la última línea con el apoyo de todos los muertos.

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