Jesús Lazcano
Era casi medianoche, cuando recorría calles cada vez más oscuras y estrechas, rodeado de silencio y humo, sentí una vibración del suelo, una luz se apoderó de una casa vieja, fui hasta allí, perseguí el olor del whisky y del dinero, al llegar no me dejaron pasar, dijeron que no llenaba los requisitos para entrar a un bar, me pareció extraño y quise investigar, entonces me uní a la fila, sonreí como ellos, me vestí como ellos y hablé como ellos. Al entrar, el lugar estaba dividido en dos: los rojos y los azules, aunque por supuesto, actuaban igual. Una persona de cara conocida me comenzó a hablar:
—Che, yo te conozco —mencionó.
—¿Ah sí? A lo mejor ya nos hemos visto, porque me pasa lo mismo —respondí.
—Quizá, ¡qué más da!
—Un gusto, mi nombre es Jes…
—¡No! —Interrumpió— No hace falta decir el nombre, solo dime tu profesión. Yo soy economista
—No sabía que así se manejan las cosas en un bar. No tengo una profesión. Soy escritor.
—Mierda, no sabía que eras maricón. Quiero ver si no eres maricón para jugar un cacho.
Sin darle mayor importancia, continué la charla y comenzamos a jugar.
—Y bueno, sé sincero, ¿a qué has venido? —preguntó con seriedad.
—Un temblor y luces fuertes llamaron mi atención.
—Interesante, tal vez fue por la música. Dime, ¿buscas algo?
—Claramente no sé lo que ofreces —contesté.
El señor soltó una carcajada burlona y se ofreció a mostrarme el lugar. Recorrí las habitaciones ambientadas para funcionar como bar, veía mesas de juego y lujos por todo lado. Reconocí a muchas personas, me sorprendí al encontrarme gente tan popular: estaba el supuesto líder del pueblo, ofreciendo hectáreas y juveniles faldas. Estaba el intelectual de historia, perdió la billetera y estaba pidiendo limosna. Bastante sorprendido, me acerqué a investigar
—Buenas noches, yo los conozco, un gusto verlos aquí. Me sorprende verlos juntos, la gente dice que se llevan mal.
Uno de ellos giró la cabeza y el otro respondió:
—¡¿Qué tal, dónde te firmo. Con eso dejarás de molestar?! —gritó
Antes de poder responder, me interrumpió el economista.
—¡Oye, escritor! ya puedo mostrarte algunas ofertas del bar, pero depende —agregó con tono bastante oscuro.
—¿Depende de qué? —repuse cauto.
—Si eres rojo, te ofrezco la inocencia, cultura, credulidad, lo gratuito y un grupo de desamparados. Si eres azul, te ofrezco libre expresión, dos prostitutas, empleados y militares a tu disposición. Te aclaro que cualquier opción, te da riqueza.
—¿No tendrás un poco de justicia? —respondí con sarcasmo.
—Hermano, te cuento que ya hace rato se la llevaron. No era gente de aquí. La han revendido, robado, cambiado y al final, dejado en el olvido.
Estaba con los tragos en la cabeza, pero, aun así, razonaba con claridad y nada tenía sentido, me sorprendía su descaro, entonces, le seguí la corriente
—Que lamentable. Siga, por favor —le pedí.
—Gracias. He notado que le interesan mis ofertas. Sígame, le mostraré las mejores.
—¡Claro! —respondí.
—Fíjese, si usted no es de acá, le ofrezco estas tierras, no son de nadie, o más bien, son de todo el pueblo y de regalo, le incluyo en el paquete la democracia y yo me ocupo de obligarlos a obedecer.
—¿A qué precio? —pregunté con cautela
Antes de que llegue a contestarme. Se abrió un telón y empezó el show de payasos, prostitutas y cerdos. Los payasos parodiaban a los pobres y los presidentes se reían. Los cerdos se bañan con la mugre de las banderas y ensuciaban las alfombras de dinero. Las prostitutas bailaban y la fiesta estaba en su mejor momento, en ese instante volví a sentir el temblor, mas los otros no lo percibían, hasta que (para terror de todos) vimos cómo empezó a partirse la tierra bajo nuestros pies, el aire desataba latigazos de furia y el dinero se quemaba. Los distinguidos y los cerdos escapaban, las prostitutas no tuvieron la misma suerte. Entre las puertas más privadas, estaba la del sacerdote, que salió de inmediato y empezó a rezar levantando su cruz de oro y pisando la de madera. Todo caía a pedazos y huían desesperados a la realidad del frío y la pobreza. Los hambrientos devoraron a los cerdos y los niños cortaban a pedazos a los distinguidos. Me perdí entre nebulosas sensaciones, el bar iba quedando lejos, cada vez más lejos y en medio del sudor desperté en mi habitación, luego, apuraba el paso para llegar al colegio, fui hasta la sala de los profesores, encendí el televisor y lo único nuevo eran los muertos y las cifras de dinero. Me quedé pensando en aquellos delirios de mis siestas y noté que nada era real, solo aquel espectáculo que vivo todos los días, lo veo en el colegio, en la familia, en el trabajo y hasta en los libros.
Todos somos un objeto más del bar del presidente, aquel destino sin lugar.
Biografía
Jesús Lazcano D’ León (La Paz – Bolivia, 02 de mayo del 2004), joven escritor, poeta, prosista, cuentista y ensayista. Dedica su obra a la protesta y lucha social, además, es activista feminista y de la comunidad LGBTIQ+.