Maurizio Bagatin
…escuchábamos Squallor, el grupo más grotesco y demencial que jamás haya existido. No creo reflejasen explícitamente la personalidad de Luca, aunque algunas canciones y la figura de Pierpaolo en algo deben haberlo tocado profundamente y definitivamente. Me avisan muy temprano esta mañana que se fue por otro viaje, quizás acompañado por nuevas psicodelias, por viajes afuera del tiempo y del espacio. Luca fue un Aleph, es el Aleph y será el Aleph, aquel Pierpaolo en búsqueda de serenidad en un mundo que tal vez sea perceptible solo a unos cuantos, tal vez en camino hacia la Ixtlán que siempre soñó.
Ayer plantamos árboles en Bella Flor de Pucara, como me había prometido planté un álamo a recuerdo de Luca. Lo planté recordando muchos momentos de trabajo y muchos momentos de ocio, recordando que decíamos a propósito del tiempo: “Si lo espera, el tiempo, no transcurre, si lo deja, se va”. Éramos un buen equipo de trabajo, Paola “la rossa” era todo un fuego, se hablaba y se jugaba también, aun el mundo del trabajo, la fábrica algo de humanidad conservaba, en la esquina estaba preparándose la revolución digital. Un ingeniero al pantógrafo japonés diseñaba nuevas formas para el futuro, en alguna oficina se planeaba una nueva forma de obediencia al capital. Con los años noventa terminó definitivamente una época.
Empecé a escribir con la noticia de una partida, de un despido de la tierra, ahora me encuentro con la memoria que recorre años de trabajo en la fábrica. Algún filosofo comparó la fábrica a Auschwitz, y luego muchos visionarios intentaron desviar este horror. Marx invitaba a una dictadura del proletariado, nosotros vivimos huérfanos hasta del sindicato, como el humo entraba por fisuras invisibles a los ojos, también el bienestar iba defenestrando sueños e ilusiones de una clase social. Mejor pensar entonces al fuego de Paola “la rossa”, evitar así la devastadora alienación, retroceder frente al fetichismo de la mercancía, leer a Baudelaire.
El Aleph y la memoria, la revolución hecha de rabia y de acciones. Nos faltaron todas estas convicciones y estos sueños, estos sueños y estas ilusiones. Nos condujo una sola reacción. En las noches más oscuras la ciencia ficción se adueñaba de nosotros, como un eclipse total. Paseando con Herbert George Wells entre mundos en guerra y la voluntad de algunos seres que hoy no parece de este mundo. Fueron los que quería profundamente otro país, deseaban cambiar realmente el curso de la historia. Se hablaba de Enrico Mattei, de Adriano Olivetti y de Ettore Majorana, en algún momento surgió el nombre de Federico Caffé, siempre en nuestra mente el pasado de una ciudad ligada al sueño de Antonio Zanussi.
Pero naufragábamos en el gin tonic y el negroni, noches mágicas solo en la apariencia y en la fútil ilusión. La poesía se estaba despintando con la degradación de un entero territorio, de una época, de un mundo que vimos frágil y del cual nos sentimos impotentes para construir uno nuevo. Seguíamos el camino hacia un sueño petrificado y aparecieron Castaneda y Huxley. ¿Nuevos horizontes o nuevas fronteras? Me quedan los rojos cabellos de Paola “la rossa”, la imagen de una realidad que sigue produciendo y produciendo al infinito, mientras nuestra tierra no es infinita, propio como nuestras posibilidades.