El MAS no está muerto, como muchos creen: está muriendo, que es diferente. Los proyectos populistas, hegemónicos y “revolucionarios” no mueren ni fácil ni rápidamente. Recordemos lo que pasó con el MNR de los 50 y 60. Cuando fue gobierno tras la Revolución, se aferró al poder y hasta hizo fraude electoral para tener mayorías aplastantes en el Parlamento. Luego de su caída en 1964, se dividió en varias facciones, mucho más por rencillas personales que por desavenencias ideológicas. Pero ello no impidió que decenios después siguiera gobernando: entre el 85 y el 89, entre el 93 y el 97 y finalmente, levantándose como el ave fénix, entre 2002 y 2003. Si suponemos que algo parecido puede sucederle al MAS, no hay motivos para pensar que el partido azul está ya muerto. De hecho, militantes evistas, copistas, androniquistas, choquehuanquistas y arcistas deben sumar todavía una cantidad significativa, y si un eventual régimen no-masista gobernase mal en la gestión 25-30, un MAS rearticulado (con otra sigla o con la misma, no importa) podría ganar nuevamente. Como ocurrió en la Argentina, donde, tras el mal gobierno de Macri, regresó el peronismo, y con fuerza.
De todas maneras, hay indicios suficientes para concluir que el MAS, tanto ideológica como organizativamente, está ya en un proceso de franco declive. Ideológicamente, evismo y arcismo son cadáveres. La única esperanza de renovación o de una izquierda con aura democrática podía ser el androniquismo. Sin embargo, al menos por lo que propone su candidata a la Vice —ya que del propio Andrónico no salen propuestas—, aquella facción tampoco parece tener corpus ideológico ni propuesta seria. En una reciente entrevista a cargo del periodista Juan Carlos Monroy —tal vez de las menos fáciles que tuvo—, la candidata propuso “adaptar el modelo” masista (una “renovación con memoria”, dijo), cuando lo que Bolivia requiere, según varios economistas y estudios y algunos organismos como el FMI, es cambiar radicalmente de modelo (si es que el del MAS fue realmente uno).
Sobre las empresas públicas deficitarias —esas que el MAS fue creando para satisfacer la empleomanía masista—, la candidata de Alianza Popular indicó que lo que harían sería “reinventarlas con una mejor gobernanza”; y para el caso de YPFB, Ende o BoA, dijo: “No las vamos a tocar; son parte del patrimonio del país, del pueblo…”. “Las vamos a defender hasta el límite”, concluyó. Empero, todo aquel que no tiene la mala suerte de ser un idiota sabe que son, claro que sí, patrimonio, pero de una élite privilegiada de militantes del Proceso de Cambio y no precisamente “del pueblo” —el cual hoy se está empobreciendo porque los precios están por las nubes y no hay empleo—, además de ser nidos de corrupción e ineficiencia.
Monroy además le preguntó si reducirían ministerios, a lo cual Prado respondió: “No tenemos eso previsto”. Entonces, ¿habrá que seguir manteniendo a supernumerarios que se dedican a “descolonizar” o a promover la medicina tradicional (a la que nadie acude)?
Más allá de todo aquello, la decadencia del MAS se deja notar también a través de figuras individuales, a saber, en la impostura de la ideología que estas profesan y sus vidas personales (pues cuando se es político, y sobre todo cuando se quiere acceder a un cargo electivo, vida personal y vida pública son uno solo). Es el caso de la politóloga Susana Bejarano, militante encubierta del masismo durante años y ahora candidata a senadora por La Paz. En una Barricada que le hizo María Galindo, con voz temblorosa porque fue agarrada en curva, tuvo que admitir que una de sus hijas estudia en el Colegio Franco (uno de los más elitistas de La Paz) y que parió en clínicas privadas… Entonces, uno puede preguntarse con razón por qué una mujer socialista no pone a su hija en un colegio fiscal y pare en un hospital público, haciendo, con ello, que ideología propia y vida personal comulguen, o que por lo menos no colisionen tan cínicamente… La respuesta es sencilla: 1) los colegios y hospitales públicos son de un nivel pésimo (a veces incluso miserable) y 2) los izquierdistas suelen tener el corazón (o la boca) bien a la izquierda, pero el bolsillo bien a la derecha.
Como dice el historiador Robert Brockmann, “la contradicción de pertenecer a la alta burguesía y profesar ideas socialistas siempre ha sido el punto ciego de quienes se encuentran en esa situación”. Este aserto puede explicar el caso de los Bejaranos, los Cronenbolds, los Prados, los Lineras, los Montaños y tantos otros que hoy conforman una privilegiada élite. Podría decirse, una especie de nomenklatura criolla o andina. Sin embargo, parece que el electorado por fin se dio cuenta de tales imposturas y que votará en consecuencia. Al menos, eso esperamos…
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social