Todo indica que en Bolivia hemos estado viviendo cuando menos durante dos años con un enemigo que, frente a nuestros míseros mecanismos de inteligencia, pudo haber recogido mucha información que tiene que ver justamente con su desenvolvimiento, si no fuera porque acá no hay mucho que ocultar en materia diplomática, en la que no tenemos ni tuvimos estrategias de ninguna clase en relaciones internacionales, y ni qué decir en materia militar, en la que su mediocre preparación tampoco representan peligro para nadie, excepto para la misma estabilidad interior, y no precisamente por un gran poderío, sino más bien por la precariedad en el sistema político civil del país y la ya demostrada insolvencia moral de los uniformados a lo largo de nuestra historia.
Ahora bien, no es que sea buena noticia, pero el caso del exembajador de los Estados Unidos en Bolivia no es el único, ni será el último. En el complejo mundo de la diplomacia y de los sistemas de seguridad nacional, el espionaje hace su trabajo desde hace siglos, y gracias a él caen gobiernos, se ganan o pierden guerras y se desatan otras, porque ha sido y es una modalidad en la formulación del secreto en las sociedades organizadas, cuya tensión dialéctica con la transparencia es el fundamento en que yacen las regulaciones jurídicas que tratan de armonizar los derechos que protegen, por un lado, y la información pública por los ciudadanos en sistemas democráticos, por otro.
Tal parece que Manuel Rocha estuvo vinculado al espionaje cubano durante cuarenta años bajo la modalidad del embajador perfecto. Cuba es un país cuyo servicio de inteligencia debe ser de las pocas cosas que funcionan adecuadamente. El espionaje encomendado a Rocha es prueba de que la dictadura castrista puede perforar sistemas de inteligencia aparentemente blindados. Entonces, cuando menos durante esos años la isla estuvo oportunamente informada sobre intenciones, políticas, métodos y formas de implantar el socialismo en países tan vulnerables como Bolivia. Queda claro que en cuanto a información secreta militar e industrial se refiere —áreas en las que el país poco tiene que ofrecer—, ni Rocha ni ningún otro que eventualmente pueda estar cumpliendo espionaje obtuvo información clasificada. En cuanto al otro tipo de espionaje, es decir, el político, que tiene que ver con las decisiones del gobierno que lo acoge, desarrollo económico o acuerdos, en nuestro caso, sobre todo sectoriales, Cuba ha obtenido buenos resultados. Lo comprobamos.
De cualquier manera, cualquier tipo de espionaje constituye siempre una amenaza a la seguridad nacional. Las intenciones de los espionajes son variadas, pero del contexto que se desprende de líneas arriba, la de Cuba —a través de un embajador que no fue el suyo y que ni hizo sospechar tal calidad— sin duda fue implantar el socialismo en Bolivia.
La procedencia del embajador estadounidense —sumada a su hasta hace poco considerada desafortunada arenga: “Quiero recordar al electorado boliviano que si votan por aquellos que quieren que Bolivia vuelva a exportar cocaína, (…)”— fue decisiva para los resultados que a partir del 2002 se produjeron en las subsiguientes elecciones, pero hoy vemos que no por la aparente injerencia del diplomático en asuntos enteramente de interés nacional, sino por el decidido favorecimiento como resultado de su verdadero rol de espía, a la causa del socialismo. Magistral jugada la de la Cuba dictatorial, que hizo decir a Rocha lo que en la consciencia general también calculó se iba a apoderar como una advertencia sincera, aunque oficiosa. El gobierno de derecha entonces vigente, la insatisfacción de la gente con él y, sobre todo, un revés a la injerencia de la primera potencia del mundo en asuntos internos —sabido como es, que la gente vota siempre en rechazo a la intromisión en la libre autodeterminación de los pueblos débiles— dio a Cuba inmejorables resultados.
La realidad que hoy sabemos nos permite concluir que en el trasfondo de esa “advertencia” de Manuel Rocha estaba el oculto deseo de que, luego de veinte años, se instalara un régimen de izquierda, aunque de distintas características respecto al fallido gobierno de Siles Zuazo, es decir, esta vez, con evidentes restricciones a los derechos humanos, civiles y políticos.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor