Me arrepentí de haber sido testigo de un “debate” protagonizado por los dos únicos candidatos a la Vicepresidencia, porque antes que ver la parodia en que ni presentadores ni candidatos ofrecieron nada que contribuya a mi salud mental, bien pude nadear, lo cual habría sido más beneficioso para mí.
El “debate” no tuvo ningún antecedente en el contexto de nuestro sistema electoral, y no hay que ser muy iluminado para darse cuenta de que el TSE organizó tal evento ante los perfiles tan cuestionables de J.P. Velasco y Lara, quienes no tienen ningún mérito para acceder al segundo mandato más importante del Estado. Uno de ellos será el vicepresidente, pero cualquiera que sea el elegido, no constituirá ningún motivo de orgullo para el país; y así, no existe expectativa de tener una Asamblea Legislativa muy superior a la actual.
Armaron toda una polémica para la conformación del equipo de periodistas, por los canales designados para el evento y/o por una eventual parcialización de ellos, sin que al final ello tuviera ninguna relevancia, porque los cuatro comunicadores que intervinieron, de tener una trayectoria importante en el periodismo nacional, fueron degradados a simples presentadores, porque el formato era ese y en consecuencia nada aportaron, y a no ser por las instrucciones o reglas que debían observar los candidatos, que les fueron advertidas —pero nunca cumplidas por estos—, su participación no tuvo otra connotación, de donde se infiere que cualquier otra persona pudo haber cumplido ese rol.
Pero vayamos al punto. Después de haber visto ese remedo de debate, lo primero que se me viene a la mente son los nombres de Julio Garret Ayllón, Jaime Paz Zamora, Víctor Hugo Cárdenas, Jorge Tuto Quiroga, Carlos Mesa y hasta del propio Álvaro García Linera, quien, más allá de todo lo que ya se sabe de él (sus mentiras, su demagogia, sus excesos, su racismo, etc.), hizo de la Vicepresidencia un cargo realmente trascendental; fue más allá incluso, porque ante las limitaciones tan marcadas de quien estuvo al mando del país, fue una especie de presidente adjunto, al extremo de que gran parte de las políticas y decisiones del gobierno masista fueron tomadas por quién fuera cabeza del Órgano Legislativo.
En cuanto a los primeros nombrados, de más está decir que en el ejercicio de sus funciones exhibieron todo el cúmulo de formación intelectual con que fueron favorecidos, haciendo honor al papel que durante sus funciones les cupo desempeñar conforme a lo que en su momento preveía la CPE.
El debate del domingo 5 de este mes fue una caricatura de confrontación ideológica o programática. Ambos candidatos tuvieron dos minutos para exponer generalidades de los ejes temáticos y en más de una ocasión les sobró tiempo. Cuando hicieron uso de sus 120 segundos fue porque repitieron una y otra vez sus pobres propuestas de un lado y sus ataques personales del otro. Ninguno respondió a las preguntas del adversario y no hubo moderador que recondujera aquella retahíla de evasivas mutuas.
Sin desconocer los merecimientos profesionales de quienes fueron “moderadores”, ese evento no sintió siquiera su presencia, porque nada de lo poco que ellos hablaron influyó en la vacuidad verbal de Velasco y Lara, alicortos los dos. Lo lamentable será que ya sea con J.P. o con Lara, ya no será la “quinta rueda del carro”, como en otros tiempos llamó a la Vicepresidencia otro presidente nato del Congreso, sino el neumático de una llanta radial, a pesar de que ahora constitucionalmente sus atribuciones son distintas y de lejos más relevantes de las que preveía la anterior CPE.
Un debatiente casi con desesperación quería responder antes de que el otro terminase de preguntar, con un libreto aprendido de memoria y, por supuesto, sin que nada tenga que ver su respuesta con la interrogación. El otro, con cierta soberbia y expresión mordaz, pretendiendo una superioridad que no la tenía, nada que pudiera aportar preguntó y más bien perdió su tiempo en la cansadora consideración suya de un racismo de Velasco… que este tampoco se esmeró en desmentir.
En síntesis, no sé si afirmar con contundencia que Quiroga y Paz se equivocaron en la elección de sus acompañantes de fórmula, porque los casos son distintos; en uno el interés por el informático no fue precisamente su idoneidad para el cargo; en el otro, cuyas limitaciones e inestabilidad emocional son preocupantes, tampoco puede desconocerse que fue él quien captó un gran caudal de votación. En ambos, hoy, pueden también ser el motivo de una derrota electoral de su fórmula.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor
 
         
 
                         
	 
                  
                




