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Disolución del Bloque de Unidad (o cómo rifar un país)

El —siempre precario— Bloque de Unidad se disolvió totalmente e irá por separado a las elecciones generales del 17 de agosto. De nada sirvieron las fotos que se tomó junto a banderas bolivianas ni los documentos que firmó. Pero lo más decepcionante es que de nada valió la palabra de quienes lo conformaron. Faltan 17 semanas para que Bolivia decida su futuro de los próximos cinco años y la porción democrática del electorado o la que anhela un cambio radical del manejo de la cosa pública no tiene una opción clara a la vista. Solo candidatos pequeños y egoístas, con siglas prestadas los más, peleándose entre sí por migajas políticas, quitándole así toda esperanza a la tan clamada unidad opositora.

Desde el primer día de la conformación del tan esperanzador Bloque, Tuto Quiroga parecía ya el menos dispuesto a compartir alianza con Samuel Doria Medina. Sus gestos, sus ademanes, su mirada, eran más elocuentes y verdaderos que sus forzadas sonrisas. El empresario dueño de Green Tower tampoco parecía feliz por compartir la misma mesa con el expresidente. Sin embargo, los ingenuos creímos que, pese a sus diferencias, la unidad opositora, pedida por millones de bolivianos durante ya varios procesos electorales, sería, después de tantas derrotas, finalmente consumada. (Finalmente, se sabe que la política, la alta política, no es un juego de amigos con afinidades entre sí, sino la deposición de intereses particulares entre adversarios, en pro de intereses más elevados).

El sistema de partidos boliviano (si se le puede llamar “sistema”) permite a candidatos huérfanos de sigla alquilar una sigla y a siglas huérfanas de caudillo alquilar a un caudillo. Esto fomenta el personalismo de los candidatos y el vacío de ideología de las organizaciones políticas, además del cuoteo y el clientelismo. Algo o mucho de esto sucedió cuando el FRI, partido de extrema izquierda, cedió su sigla a un candidato que se declara de derechas. Y no hace falta ser demasiado listo para intuir que —como varios otros taxipartidos— lo hizo a cambio de espacios de poder en la Asamblea o, en un eventual gobierno, en ministerios o el servicio exterior. Pero la precariedad de los partidos y la realidad de los políticos que no tienen partido también fomentan el oportunismo. Branco Marincovic, que ayer decía que Tuto era cómplice del MAS, pero ahora se lo ve junto a aquel en mítines, o Gary Áñez, ayer militante de CC y hoy de Libre, son prueba de esto último. Todo ello es señal de que el OEP no está funcionando bien y de que es una más de las instituciones que necesitan una profunda reforma.

Pero volvamos al asunto del Bloque.

Las infantiles fricciones entre Tuto y Doria Medina hicieron que las chances de un nuevo gobierno masista sean más grandes, y esto lo sabe cualquier persona con dos dedos de frente. Por tanto, los líderes del Bloque parecerían ser débiles mentales o, en su defecto, verdaderos cómplices del actual régimen. No de otra manera se explica que durante varios lustros sean incapaces de conformar un frente que dé cara a las tropelías del MAS y libere a los empresarios, jóvenes, campesinos de tierras bajas y periodistas e intelectuales demócratas del yugo autoritario que los somete desde hace mucho tiempo. (También hay que recordar que en 2019 y 2020 la situación ya estaba clarísima, pero de todas formas hubo un Camacho y una Jeanine Áñez que facilitaron el triunfo del MAS.)

¿Cómo salir de este que parece ser un callejón sin salida, un círculo vicioso que parece interminable? Por ahora muchas cosas siguen siendo ambiguas, confusas. Lo que está claro es que las ambiciones personalistas de la oposición están nuevamente jugando un rol protagónico en esta historia electoral opositora que parece ser un fracaso cantado. Tropezar con la misma piedra es cosa de humanos, pero tropezar diez veces en ella es ya cosa de estúpidos. O de muy miserables, por quienes no habría que sentir ninguna compasión. De todas formas, por estúpidos o miserables, el hecho es que casi 12 millones de seres humanos están a merced de lo que la estupidez o la mala leche los lleven a hacer.

Pese a todo, me parece que todavía queda una tenue lucecita al final del túnel. Tanto Doria Medina como Tuto están a tiempo de corregirse, de dejar de lado egos infantiles y de no defraudar, nuevamente, al electorado opositor. El tribunal de la historia juzgará…

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social

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