Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Grappa y tequila reposado. Kristina Balkina camina por una playa que fue, malla de dos piezas, negras, tatuajes en costado, muslos atrás, brazos. La mujer tatuada, falta Ray Bradbury. Vivir en tu piel los misterios, religión del vicio, misa con hostias carnosas, carnívoros labios de perro infiel. Odesa se incendia, ya ni tiene a Catalina, terrible emperatriz rodeada de eunucos decorados, entorchados y libreas de lacayos ilustrados. Misiles de ojos rasgados sobrevuelan los conventillos de Froim Grach, Creedence menciona a New Orleans, ciudad donde una mujer de tetas al aire devora un hot dog enfrente de un policía de traje azul. Parque Audubon. Espero a Caroline que no llega, pone una críptica nota acerca de un bar. Mi cama semeja cortijo de muertos. Misiles norcoreanos quieren ganar la guerra putina, la lagartija no puede sola. La Balkina camina sobre los desechos de Vladimiro, le aplasta el frágil cráneo con hermosos pies desnudos. Ni polvo era el cabrón sino algo como esputo. Bella desnuda sobre el remedo de hombre; Giordano Bruno sentado sobre la fea y tibia calva de Bergoglio.
Hago limonada de limones sutiles. Ácida porque lo tenue no vale, no ahora, no hoy. Que la boca se amargue. Anoche vi a un cobarde después de veinte años. Quise romperle la sonrisa pero saludó. Cortesía obliga y no me fabriqué un collar con sus maltrechos dientes. A ratos me asaltan impulsos cafres, caribes con ansias de parrillada de gente sacrificada. El festín que haría con diputados y revolucionistas, congresos como inmensos campos de barbacoa. Furia de Caupolicán. Juan Carlos Onetti pone sus pies en los soportes metálicos de la barra. Entristece, se llena de crepúsculo aunque ya son las nueve y escupitajos de lluvia se pegan a las ventanas. El Arcángel conversa por teléfono con amigos locales. Hablando en caló, en jerga narco de Tamaulipas, que la chingada, las morras y la pinta, nombre pintoresco de la penitenciaría. Recuerdo: “Oh, calle de Lecumberri, ya se acabó tu alegría, por allí pasó Madero rumbo a la penitenciaría”. La pinta… La Niña y la Santa María. México en lecturas.
Dime, Kristina Balkina, qué significa esa concha de mar impresa en tu hombro derecho. Sirena fuiste cuando todavía existía el mar de Azov. ¿O es en Trebisonda, Crimea? Todavía aroma el café de Mariupol, huele más que todos los muertos, mejor que ellos. El mundo virtual tendrá mucho por reconstruir de lo físico; lo otro se perdió para siempre. Los niños tienen que crecer con sabor a sangre. Ojos de girasol y dientes de vampiro.
Debía escribir una carta pero en la sección de documentos del ordenador encuentro textos y videos cubiertos de años, ni siquiera de polvo lo que les daría cierto romance. No es que sea meticulosa cuestión fría ni disección de extremidades pero no hay el placer de desempolvar secretos. Estos tienen una descripción, un número, extensión de palabras y fecha de creación. La máquina piensa por mí pero no goza con tus glúteos tan regulares, como frutos de hespérides que ya jamás robaré. Esta cuestión de lo efímero va acentuándose, cuando desaparece la acción que de minotauro hice en Creta, de toro o saltador de toros, en palacios pintados de rojo y negro imaginación, de cuando devoraba sílfides y ovillos de lana burda para hacer frazadas.
Protesilao desembarca primero y primero muere. Quién le exige ser cojudo, pobre héroe que apenas disfrutará un instante de su joven viuda por gracia y limosna de los dioses. Luego olvido.
Limón sutil. Nombre hermoso. Poética botánica, como la que escribe Gsús Bonilla.
No puedo postergar mucho más para enviar la carta a los campos donde perecieron los suecos, tierra negra, bosquecillos dispersos en manchas en los raiones del este. Pero la Balkina remueve arena con los dedos de los pies y sabe mover caderas. No viene de la Martinica, más bien del hielo, no del curtido ron oscuro sino de la leche. La noche de los solitarios carece de reloj, ni péndulos ni clepsidras, una recta entre dos puntos: ayer y mañana. Caminas tú sobre la Historia. Parodias a Heródoto y tu cuerpo pesa más que las perdidas ciudades del Magno. Vi, dice el de Halicarnaso, o dice Borges por él, eso y más. Me intriga saber que hay debajo del Takamaklan pero me distraigo cuando apoyas tu espalda en un árbol y sueltas los cabellos de tal forma que se borran de mi mente todos los poetas ciegos y solo arde un deseo que de sol no tiene nada y mucho de inferno. Tu nariz fina y alargada como adarga de lansquenete, igual de letal. Crimen que cometes con ella, aguja que no deja rastro cuando hiere el plexo, apenas un punto rojillo coagulado, parece picadura de mosquito.
Decirte, decirte, quizá estés otra vez escondida en el metropolitano de Kiev aunque me parece recordar que huiste al sur. En vano porque bombardean Odesa. Cochabamba sería una opción para ti pero terminarías encarcelada por infarto popular. Prefiero mantenerte aquí, en el ordenador HP de quince años de edad. Quieta y muda permaneces hasta que activo el play. Entonces el tiempo se ha detenido, ilusión que mata peor.
El rubio general Custer dispara sus revólveres de plata tratando de preservar su presente. Hasta que un brujo cornudo de bisonte piel y hueso se le aproxima por detrás y lo corta. Imagino que las squaws sacaron puñales de pedernal y le comieron el todavía caliente corazón. Eso duran historia y vanidad, un cierre de párpados.
Me aferro a ejemplos, digresiones, para explicar que te contemplo casi desvestida, en la inmemoria o memoria de la nada, horas que no fueron, un sueño de Lewis Carroll. Me alegra verte, haces de mí serpentina, lo asocio con la llegada del carnaval en el sur semidesértico. Suenan bombos y sonajas. Me arrojo sobre un largo espino de mistol y termino esta vida con épica aquea del mayor de los Ayaces.
08/01/2024
Imagen: La muerte de Ayax Telamonio