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Dictados de la hora     

Heberto Arduz Ruiz

Un nuevo amanecer tendrá que distenderse algún día, próximo o lejano, sobre cuanto acontece en la actualidad en materia de salud. El discernimiento humano ni la ciencia, difusa para este objeto, no puede determinar el origen  del covid 19 y, peor todavía, saber cuándo se extinguirá.

Si hemos vivido plenamente esta larga época tampoco podemos asegurar. Prevalece, sin embargo, un aire de desconsuelo, tal vez, o de una tediosa espera para redimir angustias y volver a la existencia rutinaria que cada ser establecía como normalidad.

En la actualidad  no  viajar  a algún otro lugar, así se trate del confín del mundo, suena a una aspiración fracasada. No poder reunirse con la familia en fines de semana significa otra limitación impuesta por la pandemia. Lo propio sucede al reducido número de amigos íntimos, con los que solíamos congregarnos en aniversarios natales, o  efemérides departamentales, y por último, cuando alguien proponía un “junte” o botellón, como denominan en el reino de España, mediante llamadas telefónicas o vía wasap, (según admite la academia de la lengua el uso de este término). Nada de nada, todo en suspenso.

Cada uno junto a la familia guardando distancia, hasta que vuelva a brillar el nuevo sol, e ilumine los días bajo una atmósfera de libertad y encuentros compartidos,  fraternalmente solidarios.

Desde el ventanal del departamento que habito observo un escaso transitar de los vecinos del condominio, en el que era habitual solicitar el uso del área del Spa por cada familia a fin  de disfrutar de la piscina, saunas o gimnasio, que hoy  se muestra vacío  sin que a nadie le interese. Todo por miedo al índice de contagios y decesos, por cuanto los canales de televisión transmiten noticias a sabiendas de que se oculta información sobre datos estadísticos, o no precisa en real alcance.

En el presuroso caminar por la desolada avenida, otrora repleta de gente alegre, al aire libre, terso y frío, nos damos de trompadas con el viento que golpea los barbijos, sin mostrar el rostro por motivo alguno; máxime aún ante un mal invisible que arrasa sin piedad  vidas del entorno, o de la propia familia. Dios se apiade de la humanidad lacerada debido al covid 19; elevemos nuestras plegarias  para que  pronto se esfume la peste y la familia toda no corra más riesgos.

En medio del azorado ambiente en que transcurren nuestros días, las personas que gustan de la lectura, o de cultivar el arte en cualquiera de sus manifestaciones, tienen tiempo disponible, aparte del trabajo que cada individuo debe cumplir. Esta es la faceta positiva, no cabe duda.

Los habitantes que viven del trabajo del día a día sufren mucho, ya que no pueden solventar los gastos del sustento familiar.  Afortunados los que disponemos de alimentación segura, así como no estar enfermos en momentos en que hospitales y clínicas se encuentran colapsados; al igual que poder disponer de un techo donde guarecernos y tener unida a la familia. Todo ello a Dios gracias.

Quizás sí, quizás no podamos superar el momento y sobrevivir al mal tiempo que nos envuelve en su tul nada visible. Precisamos, en definitiva, atemperar el ánimo tenso, a tiempo de encender la esperanza y la chispita de  fe indeclinable, por cuanto de otra manera fracasaremos en el intento sin haber batallado en contra del enemigo invasivo y truculento. Es mejor estar en Babia que pensar en el alargue de la pandemia, en paz con tu conciencia y  tus semejantes. Y con Dios, por supuesto.  

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