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Dichos y hechos groseramente ordinarios

Las tensiones y cuasi surrealistas eventos que rodearon la celebración del 193 aniversario de la República de Bolivia, en su versión plurinacional, fueron terreno fértil para despertar el ingenio, creatividad y la malicia de columnistas, y ciudadanos en medios, redes sociales, plazas, bares, burdeles y cantinas.

El insólito periplo de la medalla presidencial, que terminó sustraída en puertas de un lenocinio y devuelta en el pórtico de una iglesia encandila, mas no debiera asombrarnos. Resulta contradictorio. A la par que Su Excelencia ostenta este símbolo republicano fuera de todo protocolo, persiste en un discurso refundacional vaciado de contenido, despreciando y denostando 180 años de historia republicana que precedieron a su mesiánica llegada.

Estos hechos, sumados al ya regular acompañamiento de sindicatos cocaleros, entre otras organizaciones afines al gobierno, en paradas militares, gatillaron el manifiesto malestar de militares activos, la indignación de exautoridades y avergonzó a una ciudadanía todavía consiente de esa incómoda sensación.

A riesgo de que se me acuse de portadora de una ética y estética pequeño burguesa, antipopular, colonial y neoliberal sin moral, afirmo que el pomposo “barroco populista” de la Casa Grande del Pueblo y el rasgo misógino y corrupto del proceder de elites políticas y sociales, estos días cobran dimensión grotesca al naturalizarse en variadas manifestaciones ante la sociedad.

Pareciera irrelevante evocar las sexistas coplas carnavaleras, la otrora voluntad presidencial de jubilarse en su chaco con una quinceañera, su desenfado al definir el servicio militar como vía de escape para jóvenes que embarazan campesinas, para convertirse en padres irresponsables.

Sin embargo, las bromas son cosa seria. Desde la psicología, ya Freud sostenía que “todo chiste, en el fondo, encubre una verdad” en otras palabras: “dime un chiste y te diré quién eres… El chiste manifiesta atisbos insospechables de lo que realmente es el ser humano…” afirma un psicólogo (2012, http:psicologocarlosmoreno.com).

Tras esta precisión conceptual, afirmo que los escandaletes plurinacionales de palabra, broma y obra, lejos de ser extraordinarios, se han rutinizado de manera groseramente ordinaria. Hace días, Evo Morales hizo conocer dos episodios relacionados con mujeres. “En uno de ellos, una joven le ofreció ser madre de un hijo suyo, del que no iba a asumir responsabilidades paternales; y, en otro, en el que dos militantes- mujeres de las más leales al MAS, le dicen que cuando está con tragos se pone “cariñosito” (Radio Patria Nueva). En otra ocasión, presumiendo picardía, confesó que tras el cha’ki posparada militar, después de ver el salay y escuchar cantar, “sólo falta zás cholita”

A los pocos días, bajo los efectos de la incontinencia verbal, le preguntó al ejecutivo seccional de la autonomía regional del Gran Chaco de Tarija, cuánto iba a cobrar de comisión por un coliseo financiado por el programa Bolivia Cambia. Entre broma y carcajadas, transparenta lo más genuino del mapa de contravalores hacia sus bases y a nuevas generaciones. Lo hace a la par que el Vicepresidente minimiza y desvincula del delito de corrupción de la tan arraigada práctica de tráfico de influencias. El potencial afrodisiaco del poder patriarcal y la tolerancia social a sus manifestaciones resulta inocultable.

Por lo señalado, parafraseo a Andrés Gómez V: “Más que el semental de caballería y el diputado exhibicionista – agresión a mujeres periodistas y a diputadas opositoras-, me alarma que miles de personas no se indignen ante la cadena de iniquidades que vieron en una década de fiesta azul”. En otras palabras, tras 12 años de efectos tóxicos de “ch’aki” acumulado de poder.

No es que hayamos “tocando fondo”, sino que hay un mar de fondo que revela una cruda y mal oliente realidad, cuya dosificada ocurrencia, en tiempos de bonanza, terminó adormeciendo nuestros sentidos. Se congeló la tarea pendiente de construir ciudadanía y de transformación ética y política, el 2006 prometida. Pese a ello, emergen voces que, al corear “NO es NO” se permiten indignarse ¿Será suficiente?


Erika Brockmann Quiroga es politóloga y fue parlamentaria
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