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Desde el cosmos

Sagrario García Sanz

Miro al cosmos y me fusiono con él. He decidido cambiar de perspectiva para ver si encuentro algo de comprensión porque desde abajo solo veo oscuridad a veces salpicada de muy pocos puntos de luz; demasiada contaminación no solo lumínica. Quiero saber qué se ve desde arriba mirándola a ella: la Tierra.

Allá voy. Me sumerjo en una negrura tan apabullante que lo absorbe todo: la luz, el sonido… es como fundirse con la nada. Mis ojos y mis oídos han perdido su función hasta que me doy la vuelta y la veo. Entonces mis pupilas se dilatan al máximo mientras mis oídos siguen en letargo.

Ahora entiendo que lo llamen el Planeta Azul, océanos y océanos de índigo se extienden ante mí de manera majestuosa. Lo rodeo, completo su contorno, y disfruto de los contrastes entre mar y tierra, entre luces y sombras, entre claros y nubes. El hemisferio supervisado por el Sol me regala las imágenes más bellas que se puedan grabar en mis retinas: los colores trasmiten su máxima intensidad cuando irradian una esencia arrancada por el astro rey. Mientras, la Luna vela a unas antípodas cuya noche trasmuta los azules en ecos de oscuridad rota por infinidad de luces artificiales: tan aglomeradas en algunas zonas, pero mucho más dispersas en otras. Sigue siendo tremendamente bella, da igual qué astro la acune.

Decido quedarme aquí durante un tiempo, donde disfruto de la verdad que me muestran mis ojos y no lo que me cuentan los de otros. No escucho nada, el sonido no es necesario, pero el silencio sí. Reflexiono sobre la inmensidad y la insignificancia, y, así, todo se vuelve relativo desde esta impresionante perspectiva; imagino que Einstein pasaría también por aquí hace más de un siglo. Le guardaré el secreto.

Y entonces bailo y bailo a su alrededor, describo mi propia órbita y giro una y otra vez mientras mis ojos se llenan de ella y no se resisten a refulgir con su brillo. No necesito más.

No sé cuánto tiempo ha pasado cuando decido volver. Estoy de regreso en la Tierra, pero aquí hay demasiado ruido, siento que me sangran los oídos por un exceso al que ya no me quiero acostumbrar. Como tampoco quiero que mi vista retorne a una sobreestimulación tan artificial e invasora. Así que me marcho definitivamente como Alicia a través del espejo y me zambullo de nuevo en un universo que solo me trasmite paz.

Ya no solo la miro a ella, el universo es infinito y hay tanto por ver.

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