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“Deplorable people”

Analistas norteamericanos parecen coincidir en que lo que sucedió en las elecciones estadounidenses no fue tanto un triunfo de Donald Trump, como una derrota de Kamala Harris. Un dato que abona esa conclusión es que desde el 2004 el candidato demócrata no perdía la mayoría del voto popular.

Los kamalistas, que de a poco van saliendo del estado de negación, vuelcan la responsabilidad de ese desastre en la clase trabajadora, en los granjeros ignorantes y en los insensibles que no reconocen las bondades de la inmigración ni la lucha identitaria por los derechos de las minorías.

Pese a que la economía se mantiene mejor que en otras naciones -el empleo es estable, los salarios han subido, la inflación baja y la productividad está por los cielos-, la clase trabajadora ha sufrido una pérdida de su nivel de vida; los precios de los bienes y servicios han subido más del 20% desde el final de la pandemia y han aumentado las tasas de interés, las primas de seguro y los alquileres.

Fareed Zakaria, quien opina desde la cadena CNN (a la que Trump acusa de antitrumpista) piensa en las causas que provocaron la derrota de Harris: Una, la ceguera de la administración Biden al colapso del sistema migratorio, con el caos en la frontera y un sistema de asilo diseñado para pequeños grupos de individuos que fue usado por millones para entrar legalmente.

Zakaria advierte que, en vez de reconsiderar sus medidas migratorias, los demócratas etiquetaron a los críticos como faltos de corazón y racistas. Se perdieron un cambio de opinión púbica en un par de años. El 2020, nos dice, la proporción de gente que quería que se redujera la inmigración era 28%; en 2024 es 55%. A Kamala se le preguntó qué hubiera hecho diferente de la gestión de Joe Biden y ella respondió que nada. El periodista cree que debió contestar: cerrar la frontera pronto y rotundamente.

Otro de los errores, continúa Fareed Zakaria, es más difuso; el uso de las políticas de identidad de la izquierda (diversidad, equidad e inclusión). En su mayor parte provenientes de la “burbuja académica urbana”, lo que enajenó a los votantes de la corriente principal.

Antes de que se me “acuse” de trumpista, apelo al tiempo que vengo batallando (desde el movimiento unipersonal #MeNeither) contra el wokismo. Llevo más de ocho años escribiendo sobre este asunto, y repudiando las expresiones de vaciamiento de la Humanidad. De ahí que comprenda a quien dice que la gente que vota a Trump no piensa, habla o actúa como Trump. Muchos solo lo quieren en la presidencia para que frene a quienes consideran vienen destruyendo una cultura y un sistema en los que ellos confían. De ahí que no les importe su mal (pésimo) comportamiento.

Una carta desesperada escrita por una demócrata a Harris se alineó a mis conjeturas sobre el fracaso de la candidata. Una parte de esa misiva decía: “¿Por qué usted y otros demócratas están dejando en manos del Partido Republicano la defensa de los derechos de la mujeres, tan populares y ganados con tanto esfuerzo, basados en el sexo? ¿Por qué permitir que los republicanos sean la voz de la razón que cuestiona a un juez federal que envió a un violador trans a una prisión de mujeres; o que cosechen aplausos por garantizar el fin de la participación de los hombres en los deportes femeninos? Todos los días oigo a los demócratas de base y a los exdemócratas  hablar de lo disgustados que están con el abandono por parte del partido de las mujeres y las niñas en el altar sexista, regresivo, autoritario y homofóbico de la ‘identidad de género’.”

Y es que como apunta Zakaria, la obsesión hizo que los demócratas vieran en exceso a la gente a través de su identidad étnica, racial y de género. El tema de la identidad,  colige, se ha convertido en una cuestión profundamente iliberal: juzgar a la gente por el color de su piel y no por el contenido de su carácter. Igualmente, insiste, el discurso de las universidades y la cultura de la cancelación se han transformando en maneras en que la izquierda en boga censura o restringe aquellas ideas liberales más apreciadas como la libertad de expresión.

En el 2016, Hillary Clinton llegó a hablar de los votantes de Trump como “deplorable people”. Y Biden, en esta elección, dijo que eran “basura”. Así como ahora los demócratas critican a los “latinx” que lo apoyaron. El politólogo Fernando Posada se queja de que es precisamente esa postura soberbia de quienes están convencidos de ser los únicos buenos, o los únicos en tener la razón, la que deben replantearse los dirigentes demócratas. “Nada les pudo resultar más inútil que el pedestal moral desde el cual buscaron construir su campaña”.

Donald Trump obtuvo el 52% del voto popular. Esto haría pensar que si fuera acertado el identikit que han dibujado las “ególatras élites del progreso”, de sus votantes (racistas, xenófobos, misóginos, homofóbicos y clasistas) todas las mujeres y los grupos minoritarios (negros, hispanos, inmigrantes legales, gays y obreros) estarían fuera del espectro ganador. Lo que resulta una caricatura. Pasa que, como señalaba un exasesor de Obama, si los progresistas tienen como política que todos los blancos son racistas, todos los hombres son tóxicos y todos los millonarios son malvados, es difícil tenerlos de tu lado.

Creer que más de 72 millones de personas han sido manipuladas o no cumplen los mínimos estándares morales muestra una hedionda arrogancia, que los demócratas tendrán que vencer. Aunque para ello deban volver a los principios liberales. Y aun cuando ello signifique buscar el voto de la gente “deplorable”.

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