En un país como Bolivia cuya historia ha sido jalonada por golpes autoritarios, inestabilidad y polarización constante en estos 200 años de vida republicana, no es novedad de que hoy la democracia esté levitando, en vilo, asediada por la zozobra, a raíz de la confrontación de grupos parasitarios, sean estos de derechas o izquierdas. Vivimos en un Estado no solo aparente sino inútil y des institucionalizado donde campea la burocracia, pero sobre todo, el autodidactismo de sus funcionarios que se hace visible en la continua improvisación de políticas públicas, y hoy como nunca en el programa económico que se cae a pedazos igual a la lepra en tiempos pretéritos.
En qué radica y cuáles son las causas de que la democracia esté en vilo. En primer lugar, aún no se ha moldeado una democracia auténtica que facilite una convivencia pacífica y respetuosa entre las distintas nacionalidades habitantes de este territorio. Por esa razón, ni siquiera la democracia representativa como la forma más elevada fue asumida como tal. De ahí que la democracia en nuestro país tenga nombres como demo partidaria, sindical, cooperativa, patrimonial, caudillista, burocrática, burguesa, que no ha dado fruto bueno alguno sino el caos político como modus vivendi de la actividad política, tejida por intereses de grupos minúsculos sin noción del principio del bien común.
Lo más asombroso es que ese endeble sistema democrático está en constante crisis. Siempre al borde de un síncope. Los ciudadanos no tienen simpatía alguna ni confianza ni seguridad en los partidos políticos tampoco en las instituciones que se dicen democráticas. El poder judicial sometido al mejor postor, retardación de justicia, prevaricato y jueces parcializados con quien pone más dinero en sus cuentas, es ya un mal incurable. El ejecutivo no es capaz de dar seguridad a los ciudadanos, peor de protegerlos frente a la creciente inseguridad, mucho menos garantizar por lo menos un bienestar medio. Es tan inepto el poder ejecutivo que no tiene los huevos para liberar los territorios dominados por el narcotráfico, el contrabando y las tierras en manos de grupos familiares, que sin duda alguna se alimentan del crimen organizado para mantener sus privilegios. El legislativo es una cueva de mafias partidarias que trafican con el poder estatal, para perpetuarse en la función política. Así, la política y los políticos en Bolivia han perdido la ética como ideal de comportamiento público. Una asamblea incapaz de generar políticas que ofrezcan servicios sociales para todos en condiciones dignas, a pesar de la heterogeneidad en su composición, nunca ha tenido unidad que respetara la pluralidad. Un legislativo en el que solo se mide el pragmatismo antes del bien del pueblo, solo genera fragmentación y conflictividad.
Nuestra frágil democracia está en vilo, porque el poder que debiera ser un instrumento, un medio para, se la usa como fin. Los políticos no quieren y ansían el poder para hacer esa política necesaria en la vida social, tan necesaria como comer, vestirse o hacer el amor en función del conjunto y sobre todo, los más necesitados. No. Hoy se mete y hace política cualquier chapulín solamente para revestirse de poder. Cuando la acción política es despojada de su mística, su espiritualidad de servicio, se corrompe y sólo genera caos y confusión en todos los niveles de la sociedad. Por esa razón, las patologías que sufre la sociedad boliviana respecto de la política son, por un lado, el populismo y por otro, la antipolítica. Sin duda, hoy en tiempo electoral con un poder Electoral aparente que no se sujeta a la ley de partidos y nada más traza atajos para mantener un partidismo corrupto, el horizonte se torna color de hormiga. Aunque las hormigas no le confiarían su color a ninguno de los partidos en pugna electoral.
Iván Jesús Castro Aruzamen es Teólogo y filósofo
