De: Homero Carvalho Oliva / Inmediaciones
Mea culpa
Los escritores no necesitamos morirnos para que hablen bien de nosotros, suficiente con presentar un libro e invitar a alguien para que lo haga; sin embargo, al igual que en los velorios asisten los familiares del difunto, sus amigos y algunos conocidos o compañeros de trabajo, de barrio o de colegio; entre ellos no faltan los desubicados o los que van a hacerse ver, los que van a tomar cafecito o vino, los que se largan tremendos discursos que no tienen nada que ver ni con el muerto ni con el autor y los que simplemente quieren mandarse la parte hablando de ellos antes que del occiso o del escritor. Tanto en los velorios como en las presentaciones de libros los muertos y los autores tenemos nuestros quince minutos de fama, ambos son ejercicios de vanidad en los que se celebra al protagonista vivo o muerto.
Acompáñenme a reírme de mi mismo y de algunos personajes que he ido conociendo a largo de casi cuatro décadas de vida literaria; no nombraré a ningún personaje en especial porque estoy seguro que los que lean esta crónica han tenido experiencias similares y sabrán identificar a los suyos. Lo digo porque tengo mucha experiencia en estos menesteres y, por suerte a mi edad, sesenta y un años, he asistido a más presentaciones que velorios. Así que aprovechando mi experiencia les contaré algunas de las cosas que he visto, errores que he cometido y algunas anécdotas. Antes de presentar mi primer libro Biografía de un otoño, en el año 1983, en la ciudad de La Paz ya asistía a las presentaciones de algunos de grandes escritores bolivianos y a estas alturas son mucho más lo libros de otros escritores que he presentado que los míos (menos mal).
He presentado poemarios, novelas, libros de cuentos y uno que otro ensayo; en algunas ocasiones lo hice porque al autor le habían fallado a última hora sus presentadores y me pidió que lo haga y como no puedo decir que no lo hice por solidaridad; mi amigo Andrés dice que si fuera mujer tendría la escalera de hijos. Algunos de los que me rogaron que les presente sus libros se olvidaron de mí al día siguiente y nunca me han vuelto a escribir ni a llamar por teléfono para tomar un café y eso que me esmere hablando bien de sus obras, en fin, creo que es mejor así. Este año me hice la promesa de ya no presentar más libros. Veremos si puedo cumplirla. Espero me perdonen si ya no les presento los suyos.
Elegir a un buen presentador cuando no es un amigo de confianza es un arte, porque se corre el riesgo de que caigamos en el ridículo o abrumemos a los generosos y tolerantes invitados.
La ópera prima
Para quienes presentan sus primeros libros el acto es muy importante, “de vida o muerte”, me dijo un conocido que, cuando presenté su libro, afirmó que yo era “su gran amigo”; es como si el libro fuera una quinceañera que espera que su fiesta de presentación en sociedad sea todo un acontecimiento, que no falten los invitados y que no importa si se cuelan algunos, mejor para el autor, así la sala no se ve vacía. El padre primerizo no sabe lo que le espera, cree que irá todo el mundo y aunque se nos advierta que solamente asistirán los parientes más cercanos y los amigos uno quiere creer que el éxito y las ventas están aseguradas porque nuestro libro es un prodigio que nunca antes fue escrito. ¡Qué la inocencia nos valga!
Es doloroso aceptar la realidad. Recuerdo que en el suplemento cultural Semana del periódico Ultima hora, de la ciudad de La Paz, salió una noticia que daba cuenta de los libros más vendido los últimos meses de 1983, la fuente internacional era una agencia noticiosa y un reportero había encuestado varias librerías paceñas para equilibrar con lo nacional. Los números de ventas en capitales como en Madrid, Buenos Aires y México pasaban los cientos de miles; en el caso de La Paz el reportero se apiado de los autores y no puso la cifra, yo estaba en segundo lugar y apenas había vendido algunas decenas de libros. Y eso que, en mi caso, había tenido generosos comentarios de los prestigiosos escritores Julio de la Vega y Jesús Urzagasti. Cuando les cuento esto a muchos jóvenes escritores no me creen o pretenden no hacerlo hasta que llevan sus libros a las librerías y viene la decepción.
La mesa llena
Existen escritores y escritoras que creen que mientras más presentadores hablen de su obra mayor será el número de libros vendidos. Nada más falso, lo único que logran es una jornada tediosa en la que uno repite el discurso del anterior. ¿Qué pueden decir de diferente seis o siete personas de un poemario o de una novela? La cosa se pone tan aburrida que hasta un velorio puede ser más divertido si hay quienes cuenten chistes colorados o anécdotas picantes del difunto. Encima de que han hablado cinco personas, sesudos análisis de la gran obra, luego sigue el autor o autora que agradece uno por uno, hace un resumen de lo que dijeron, lee algo o mucho de su libro y cuando uno cree que el acto ha terminado, vuelve a tomar el micrófono y dice: “¿Alguna pregunta? ¡Dios mío! Lo digo porque me ha tocado estar acompañando a otros y tenía que escuchar y repetir la frase: “como ya dijo mi antecesor”; debo reconocer que también alguna vez lo hice y me arrepiento, les pido perdón a los que tuvieron que aguantarse más de una hora de discursos; como una forma de redimirme de este delito es que, desde hace varios años, en la mayoría de mis presentaciones ya no le pido a nadie que presente mi libro y lo hago para no molestar a mis lectores.
En varias ocasiones he presenciado que en la testera había más personas que en la sala, tan poca gente que uno más y se hubiera notado el gran vacío. Hace 37 años que publico libros y al principio solamente venían mis amigos y mis familiares; con los años he tenido salas colmadas de gente, me he ganado lectores a pulso y les agradezco su preferencia, en los últimos años las editoriales han vendido muchos de mis libros, han ganado dinero y yo he ganado lectores. Un día un primo me dijo, “ya pues pariente deje de publicar libros y dedíquese a trabajar, así tendrá dinero”
Respecto al tema de las ventas en las presentaciones puedo afirmar que, en Bolivia, 30 ejemplares vendidos es un buen promedio, llegar a los cien ya es éxito total. Ahora evito hacer presentaciones, lo hago porque las editoriales me lo exigen, porque es la noche en la que pueden vender libros para recuperar su inversión, esa es la única ocasión en la que hacen marketing y después de la presentación se olvidan del autor. La verdad es que ahora me interesa más publicar en el exterior y cada vez me va mejor.
Además, como señala Daniel Espartaco Sánchez: “De las pocas cosas buenas que han traído las redes sociales es que ahora más que nunca podemos prescindir de esos patéticos espectáculos de vanidad llamados presentaciones de libro”, subes la noticia y “todo el mundo se entera”, ¿Será así?
El presentador soberbio
Hay una especie de presentador que se cree más que el autor y que la obra que está presentando, es una oportunidad única para lucirse y aprovecha el acto para mandarse la parte. Los he escuchado y soportado en varias ocasiones, tanto en presentaciones de otros como en las mías. Este espécimen sabe más de la obra que el propio autor y se pone a hablar de otros libros que ha leído, de cómo cierta escena le recordó una ciudad que visitó hace algunos años, que un fragmento le pareció similar a otro de un gran escritor y que estaba seguro que era pura coincidencia, casi no nombra ni la obra ni a su autor, el protagonista de esa noche es él. En Santa Cruz de la Sierra vive uno de estos pesados individuos que alguna vez fue mi conocido hasta que puse en evidencia una de sus pedanterías en contra de la literatura cruceña en un artículo en el que afirmaba que la literatura aquí no tenía futuro.
El presentador desubicado
El autor invita a una personalidad con la que no tiene amistad pensando que le hará un magnífico comentario y resulta que le sale el tiro por la culata. Fui testigo de algunos de estos casos, en uno de ellos un historiador-presentador rebatió los argumentos del autor de un libro sobre la guerrilla; en otro, en una feria del libro de Santa Cruz, un antologador de cuentos de fútbol confesó que todos los cuentos eran malos y al ser reprochado por alguien de que entonces no debería haber publicado esa antología, el cínico respondió que quería ver su nombre en una compilación. Sin embargo, la más chistosa en la que participé fue en una FIL La Paz, en una mesa redonda sobre literatura y política, el moderador encargado de presentarnos y darnos la palabra se tomó treinta de los sesenta minutos que disponíamos los cinco invitados para hacer su conocer su posición con respeto al tema, después de él muchos no quisimos exponer nuestros criterios, porque ya no había tiempo.
También está el presentador que no ha leído la obra y quiere improvisar leyendo la contratapa. A mí me ha pasado que me olvidé de la presentación del libro de una amiga e improvisé hablando de su carrera literaria y de sus otras obras, por supuesto que se dio cuenta y al terminar, bondadosa ella, me reprochó en voz baja y me hizo sentir mal.
El bien intencionado
Como soy medio ingenuo por no decir pelotudo quiero creer que esta especie tiene buenas intenciones, son aquellos que al presentar el libro cuentan capítulo por capítulo toda la novela, como si fuera el resumen de un colegial leen y explican los poemas Sin embargo, debo reconocer que no solamente son los presentadores, también lo somos algunos autores. Se cuenta que, hace décadas, el inefable P. Neftalí Morón de los Robles, hizo la presentación de uno de sus libros en el paraninfo universitario y cuando le tocó hablar empezó a leer cada una de la páginas de un voluminoso libro de poemas y ensayos; a las dos horas el público que colmaba las butacas empezó a salirse y él no se inmutó, al ver la sala casi vacía, se dirigió a los que lo acompañaban en la testera y, guiñándoles el ojo, les dijo: “Quedamos los valientes”.
Cuando presenté Los Reinos dorados cometí el mismo error, me emocioné con la lectura y leí todo el libro porque es un solo poema, menos mal para la audiencia que no era muy extenso, no cual no me justifica. Mea culpa, no lo volveré a hacer, lo juro.
Las cofradías
Los escritores como los de cualquier otro oficio nos apandillamos entre nosotros, ya sean en asociaciones, grupos, sociedades o clubes a nivel regional, nacional e internacional. Estos gremios funcionan como cooperativas de ayuda mutua, en las que las presentaciones de libros es un acuerdo tácito: yo te presento y tú me presentas, es decir hoy por ti mañana por mí. Una época pertenecí a algunos de ellos y tengo gratos recuerdos de nuestras charlas y borracheras, que luego fueron transformándose en broncas con otras cofradías, odios que se mantienen hasta el día de hoy, junto con otros odios que aparecen sin que uno se enteré del porqué; aunque muchas veces se trata de colegas que quieren olvidar favores recibidos. En Bolivia son muy comunes estas camarillas cuyo accionar está justificado mientras no hagan daño a los demás. Hace varios años tomé la decisión de alejarme de estos grupos y de la farándula literaria, así como del alcohol y otras yerbas, desde entonces leo y escribo más, estoy transitando el largo y difícil camino interior y no es nada fácil reconocer los errores cometidos.
Los “eventólogos”
Un amigo bautizó como “eventólogos” a los expertos en asistir a eventos. Aquellos que se van a un café se piden un vaso con agua y leen en los periódicos que evento habrá ese día, ahora también están activos en las redes sociales para ver las agendas de los centros culturales y de las instituciones públicas y privadas. En Trinidad había un personaje muy famoso que no se perdía velorio, si él no visitaba al difunto era como si el muertito hubiera sido un don nadie.
En la década de los ochentas recuerdo con cariño a un buen amigo, le decíamos “Picaso”, era pintor y le gustaba beber, un buen tipo. Cuando recuperamos la democracia él retorno del exilio; siempre sabía que presentaciones de libros había y nunca faltó a ninguna porque le gustaba tomar vino y comer bocaditos gratis. El “Picaso” siempre tenía a la mano una palabra de aliento para el pintor, el músico, el escritor o el fotógrafo; a diferencia de otros como un petiso cabezón de Santa Cruz que habla mal de todo el mundo y se queja de la calidad de las bebidas y de la comida, sin embargo se guarda los bocaditos en su eterno saco que parece de su hermano mayor y que siempre lleva puesto aunque haga un calor como para andar desnudos.
“New age”
Los escritores de mi generación gustamos de los actos tradicionales y solemnes en centros culturales, no nos arriesgamos como los jóvenes que hacen presentaciones en boliches, bares y cafés que se dan el lujo de mezclar literatura con música y exposiciones de artes plásticas, hacen mucha performance y es encantador verlos divertirse haciendo lo que les gusta; además de publicar no solamente libros también editan sus propias fanzines, sus plaquettes, revistas o poemas sueltos en hojas. De joven en las décadas de los setenta y ochenta también hicimos esas publicaciones y luego nos ganó la solemnidad de la vida, siento nostalgia de esos años prohibidos. En nuestro ambiente literario tampoco faltan los que han pasado los cuarenta años y siguen creyéndose jóvenes.
Entierro
Al igual que sucede con los muertos, una vez que se los entierra se recobra la realidad y se puede hablar mal de ellos; lo mismo sucede con los libros, toda vez que pasó la presentación será el lector quien dirá si le obra le gustó o no. En el peor de los casos habrá un comentario malintencionado o perverso, pero que no deja de ser publicidad porque hace que se enteren quienes no sabían de la existencia del libro y por último, como decía mi padre en una de sus famosas dedicatorias: “les dedico este este nuevo libro para se muerdan la lengua y se envenenen un poco más acortando sus vidas”; en el mejor de los casos puede ser que un gran crítico escriba algo y deslumbre a los lectores descubriendo simbolismos que el escritor no imaginó nunca o los confunda definitivamente haciendo creer que es una obra muy difícil de leer.
En la actualidad existe gente en las redes sociales que pretenden “enterrar” a escritores, pobres diablos que buscan hacerse ver, les encanta provocar a los más jóvenes buscando eliminarlos de la escena literaria porque los consideran su competencia; no saben que el verdadero escritor no se rinde nunca. Por ahí guardo algunas cicatrices porque he sido emboscado por algunos francotiradores y he sobrevivido a sus intentos de homicidio. Soy un sobreviviente por muchas cosas y me siento orgulloso de serlo.