Natalia Madrueño
Viento ¿Cuándo cuándo cuándo cuándo cuándo? ¿cómo cómo cómo cómo? ¿para qué para qué para qué? IDA VITALE
Porque todo y nada son palabras, porque yo misma soy sonidos y silencios emitidos al igual que tú, que él y ella. Al final de cuentas todos comenzamos con un nombre, una palabra que nos identifica; Vitale es Ida y yo soy Natalia, y seguramente por aquí en algún espacio está Fátima, Carlos, María, Iris, Alejandro, Martin, Fabiola, Pariz, Francisco, Guadalupe, Salvador y un señor o señora “I”, podría ser “X”, pero en voz de Ida “Compleja brevedad China: Se llama I todo lo que no se ve y todo aquello que abarca todo. Todo lo que se escucha y no se entiende se llama I. Lo más oscuro y lo más claro se llama I. Lo que es indefinible y contiene todas las definiciones, lo que no tiene origen y lo que da origen a todo se llama I” (Vitale, 2012:94).
Después del nombre qué sigue, seguramente una cadena de poesía personal, una canción o la poética hecha una afinidad de palabras. Si pudiéramos afirmar que cada uno de nosotros somos ellas, cuáles serían y por qué, el poder de la creación verbal es inmenso. Cuando cerré por primera vez, porque antes de escribir este ensayo lo leí tres veces: una en orden y dos en desorden, el Léxico de afinidades de Vitale, me dije a mí misma que si mi cerebro y mi corazón fueran una sola palabra me gustaría que fueran amor o infinito, palabras que además no leerán en este Léxico de Vitale, y que, en mi afinidad son indispensables. En cambio sí compartimos; abracadabra, abuelo, ajedrez, biblioteca, Borges, brisa, caligrafía, camino, capricho, Concepción, fuego, gato, grillo, hastío, humor, lectura, locura, lucidez, memoria, música, ojo, olvido, origen, paciencia, pájaro, pareja, poesía, progreso, recuerdo, retorno, revelación, ruido, sílaba, sueño, superstición, tiempo, tormenta, tristeza, unicornio, vagabundo, ventana, vida y vuelo.
Ahora bien, de Ida Vitale (Montevideo,1923), en su Léxico de afinidades, México: FCE 2012, (Colección Tezontle), extraigo para esta nueva relación un mundo de palabras afines las cuales creo parten de su esencia, son palabras grandes y pequeñas todas llenas de significado y poesía. Vitale ordena por medio del abecedario ese léxico que regresa, que devuelve su vida una y otra vez a diferentes espacios y tiempos, si bien no sabemos cuándo fue exactamente que se sentó a escribir el libro, qué estaba tomando antes o después de cada palabra, qué cielo disfrutaba, podemos saber que estas palabras la trasladan por medio de las memorias a un viaje de vaivenes cual océano entre cada letra delimitada en sus páginas.
Algunas de estas palabras se convierten en música y otras son poesía, pero siempre en todas, busca mostrar un vocabulario mágico y diferente. Entre el caos de las letras ordena su propia visión, clasifica sus gustos, sus curiosidades: “El mundo es caótico y, por fortuna, difícilmente clasificable, pero el caos, materia susceptible de convertirse en maravilla, ofrece como cualquier teogonía demuestra, la tentación del orden” (Vitale, 2012:11).
La dueña de 157 palabras reunidas en este libro, porque fuera de él seguramente son infinidad, desgaja de una forma íntima el sentimiento de sus estaciones y entorno. Comienza con Abracadabra, palabra extraordinaria que abre portales, rompe hechizos, hace trucos de magia, y en mi reconocimiento se puede cantar y rimar con las patas de rana haciendo sonreír a cualquier niño aunque en realidad ya sea un adulto.
Efectivamente, como seguramente ya suponen, Léxico de afinidades es un libro que me emociona, y por eso decidí tener una relación con él, admito que lo abrí muchas veces después de la primera vez que lo leí para reencontrarme con algunas palabras a veces al azar y otras por elección; es un libro para contar y querer más y más de él, para darle continuidad en lo individual; entonces ves los cuadros, buscas las historias y si tuviste o aún tienes abuelos los recuerdas, sabes que los quieres y los abrazas de nuevo. Y de pronto, ordenas otra vez lo tuyo y recuerdas los instantes: “Pocas cosas comparables al viento que mueve por igual árboles tan distintos, sacando un suavísimo ruido y un suavísimo olor hacia este hueco que, de pronto, se ha abierto en este desecado tugurio inmenso donde los autos mugen y yo apenas quiero ser sonido” (Vitale,2012: 97)
Cuando se empieza una nueva relación también se expone el físico, y he de confesar que soy una persona de detalles mucho más que de generalidades, prefiero un lunar bien colocado, una mirada o una mueca interesante, una palabra a fin en una voz fuerte y con mucho eco. Hablar físicamente del libro de Vitale es asumir y reconocer el parecido a su mismo espíritu; está lleno de esos adornos sutiles que tanto me gustan y que van ligados uno a uno, todo está ordenado, despierta como la autora apuntala en su apartado Caligrafía, cierta inquietud estética.
El libro es un arte casi manual como la caligrafía lograda después de tantas planas de práctica en Semana Santa de la señorita Violeta Aldabe. El libro, como la escritura de Ida Vitale, exige orden, ya que cada página como cualquier libro, tiene una jerarquía dentro del índice el cual es diferente y original; en lugar de números en la parte inferior derecha tenemos palabras, por ejemplo, la página 36 es la página biblioteca y la página 140 es la página música, podemos encontrar que jirafa debió ser solo 99 y sueño 179, pero no, son biblioteca, música, jirafa y sobre todo son sueño; el libro también cual caligrafía “acostumbra a la calma y a la prolijidad: una hoja limpia y sin arrugas, una pluma pulquérrima, brillante y sin pelusas y manos que no desmerezcan /…/ enseña la necesaria admiración por la buena labor ajena, y a la larga, la necesaria independencia” (Vitale,2012:46), sin embargo, no así necesariamente su lectura, ya que puedes leer indiscriminadamente cualquier palabra en el orden que te apetezca.
Siguiendo esta analogía entre lo que es caligrafía para Vitale y Léxico de afinidades para mí y al regresar a la primera palabra mágica que abre este bellísimo libro; “abracadabra. Para empezar, la magia: /abraxas, abrasax, abracadabra” (Vitale, 2012: 13), no pude evitar hacerme otra serie de preguntas, por ejemplo; ¿por qué es tan importante crear o no afinidad con nuestra biblioteca de vocabulario? ¿es a través de las palabras que podemos reconocernos? ¿todos deberíamos tener una lista de palabras que nos gusten por su significado, por su musicalidad, por su historia o por las memorias que seguramente nos traen al momento de escucharlas o leerlas? ¿algunas otras palabras deberían disgustarnos o hacernos sonreír con el sólo hecho de existir? Finalmente, como aseguraba Platón y la misma Vitale reafirma en alguna entrevista que vi; la poesía como la filosofía es curación.
Cuando hablamos de la importancia de crear o no afinidad con nuestra biblioteca de vocabulario, las respuestas que encontré todas fueron muy parecidas. Por un lado, Ida Vitale responde de alguna manera en la página Lectura que las palabras son un regalo de la vida, un espejo para recibir u obsequiar como el paquete de libros de Julio Verne para una niña de once años, abuso conmensurable hacia la pobre Eulalia. A todos nos gustan las historias y además, en los libros, siempre hay más de un beneficiado, un libro pasa siempre por más de un par de manos para convertirse en: “Espejo ustorio donde lo consumido nos consume” (Vitale, 2012: 104).
Por otro lado, todo lector del Léxico de Vitale, seguramente queda como yo, o al menos eso espero, pensando en su universo de palabras, ya que es a través de ellas que podemos reconocernos. Si alguien dice la palabra chocolate, hojas secas, lluvia, música, letras y guitarra, entre otras que ya he mencionado, seguramente aparezco por ahí, ya sea porque éstas me definen, describen, cantan o cuentan. Porque al igual que a la niña, adolescente y adulta Ida, amo las letras porque pueden ser historias, versos y música que puedo encontrar en la construcción de cada una de ellas. Son todo; bellas, feas, caóticas, ordenadas, maravillosas, simples, embrujan, seducen, sueltan, ofrecen, crean, quitan, trasladan, cantan todo y nada.
A este respecto, por cierto, no hay que olvidar la palabra Casualidad, “Es amoroso abrazo inesperado en un aire que sentimos veraz, una claridad que es el medio y el fin, dual. Descubrí su existencia y ofrecimientos cuando era una adolescente que todo lo devoraba, sabedora de su ignorancia” (Vitale, 2012: 51). En la página casualidad, la autora cuenta cómo el léxico se enriquece, por casualidades y por curiosidades. Cuando una palabra te despierta esto último, buscas respuestas hasta encontrar lo que necesitas: “La curiosidad es la forma que tiene el cerebro de marcar la información que merece la pena recordar” (Camerer, en Blanco, 2016: s.p.).
Por estas mismas casualidades y curiosidades conocí a Vitale, comencé a leer de ella un libro cuyo título fue, lo que en primera instancia me llamó la atención, después, al igual que en las relaciones, cuando lo traté y lo conocí mejor, de manera literal me abrazó y me sedujo, me enamoró: Léxico de afinidades fue la primera opción y con la que terminé envuelta después de otras opciones de lectura.
En él pude aprender palabras nuevas tales como carpetovetónico, que al igual que a la misma Ida, es una palabra que a mí no me enseñaron en la escuela, confieso, tampoco la sabía ni por cultura general, y que ahora, junto con algunos personajes como el laudero Paco Aguilar y algunas piezas musicales como El concierto para violín de Walton, Rosamunda de Shubert y Los conciertos espirituales de Schütz pasaron a mi acervo de conocimientos, nueva Playlist y disfrute personal.
De manera que confirmo y recomiendo que todos deberíamos tener una lista, escrita o mental, así como de canciones o piezas musicales, de palabras que nos gusten por su significado, por su musicalidad, por su historia o por las memorias que seguramente nos traen al momento de escucharlas o leerlas, dejar que como en el Léxico de Ida, las palabras se hablen entre sí, se confeccionen y desconfeccionen para volverse a armar, dejar que se investiguen, dialoguen y busquen su génesis en ellas mismas para que una vez definidas, no necesariamente en significado, nos acompañen en cada instante: “confusión de nombres, confusión de rasgos, como la que, para muchos, vuelve descorazonadora la mitología griega, cuyos dioses cambian de características y de funciones al pasar de una región a otra, de una advocación a otra, sin que logren saber si están ante el mismo Heracles, ante el mismo Apolo, ante la misma Venus” (Vitale, 2012: 22).
Además, algunas otras palabras deberían disgustarnos o hacernos sonreír con el sólo hecho de existir, hacerse sonar, o aclimatarse a nuestro contexto. Aclimatarse es una palabra que me da risa sin profundizar en su significado, lo que me ataca es su sonido al igual que la palabra arrumaco, la escucho y también me da risa, como casi cualquiera de aquellas palabras que se componen en algún espacio con su doble rr. Leer la palabra periclitar me trajo un recuerdo de reconocimiento, hace mucho tiempo que pertenezco a un grupo de watsap llamado: Palabras que nos dan risa, es un grupo de dos personas, por cierto, en donde cada que escuchamos una palabra que nos hace sonreír, sin profundizar en la carga semántica de la palabra, la compartimos en un audio, la escribimos y nos reímos.
Aquí está el asunto, me temo que lo anterior lo escribo porque al leer a Vitale, deje de sentirme en un grupo de dos y le agregué una tercera, imaginaria integrante que compartió con nosotros la palabra periclitar : “Era graciosísima, sonaba como suponía que sonaban las campanitas de los trineos. Una música de la que abusaba la radio por entonces y que me encantaba” (Vitale, 2012:165). Lo malo es que esta integrante tenía entre ocho o nueve años cuando experimentó con esta palabra, mientras que los integrantes de mi grupo tenemos treinta y tantos.
De las palabras hacedoras de Ida Vitale en un Léxico de afinidades y una nueva relación para reconocernos, emerge de la curiosidad de leer y aceptar como lector que no hay formas concretas en las palabras, al menos no cuando se trata de Ida y que aunque gran parte del texto está escrito en prosa, Vitale nunca ha dejado de ser poesía o canto, esta forma de crear y concebir los mundos es lo que la hace única. De pronto, extraigo una voz de la contraportada: “Debo confesar que, cada vez que encuentro un libro como este envidio al lector a quien le espera un placer que no se sospecha” Álvaro Mutis.
Al mismo tiempo, a manera de diálogo entre dos amigos cuando se trata de escritura, Vitale le escribe a Álvaro Mutis en su página Mutis: “Bienaventurados hay que dan vida con su espíritu a un mundo que sin ellos no existiría y sacan de esa capacidad su mayor fascinación. Desde que te conocemos me he encontrado metiendo la cabeza en lazos que me eran ajenos: un imaginario Coello, un refectorio jesuita, citas de León de Greiff, una mesa de juego en que se pierden viajes y cosechas” (Vitale, 2012: 147).
En cada momento que cerré el libro de Ida Vitale fue para darme un suspiro entre ella y yo, nuestra relación es como todas aquellas que traen consigo un puñado de experiencias para guardar. En esos espacios de separación, logré introducirme en lo nuevo y recordar lo viejo; con ella escuche nuevos cantantes, busque música que desconocía, hice una lista de libros que debo encontrar para leer, me gustaron algunos personajes desconocidos, historias y nuevas palabras, me reí con sus compañeritos y conocí a algunos de sus amigos, en momentos también canté y retomé la guitarra.
Después me pasó que al caminar, pensaba en mi propio Léxico de afinidades, y también pensaba en el de mi novio, sobrinos, padres, hermanos, amigos, vecinos, personas del camión, la señorita de la cafetería, el muchacho que la veía de lejos y no le hablaba, la maestra sentada a mi lado, el señor que va dejando pasos en el camino nuevo hacia la librería. Todos deberíamos hacer con las palabras lo mismo que Vitale, claro, si no es que lo hacemos ya, en la palabra casualidad recuerda como hay que silabearlas, masticarlas, llevarlas a cuestas en nuestras salidas para ver si se le encuentran padres (Vitale, 2012: 51).
Finalmente y antes de silenciar mis renglones; De las palabras hacedoras de Ida Vitale en un Léxico de afinidades y una nueva relación para reconocernos, se desarrolló en una conexión personal entre el libro, su esencia y yo. Sin querer o con querer, en la recuperación de las experiencias de una mujer exquisita, y sin llegar a decir que es una autobiografía, un libro de memorias o un diccionario personal, sino más bien, el valor y la fuerza, la utilidad e inutilidad de la poesía en prosa de su intimidad, sus recuerdos, juegos, visiones y miradas que son letras, pude tener una nueva relación con mis propias palabras acompañada de Ida Vitale y su Léxico de afinidades, para reconocerme por fin, otra vez, en ellas: “Todo ausente tiene derecho a la aventura a la que lo insta una esperanza absurda. Todos tienen derecho al retorno” (Vitale, 2012, 175).
Bibliografía
Blanco, Dr. José Isauro. HÁBIL MENTE. Educare, México, 2005.
Vitale, Ida. Léxico de afinidades. Fondo de Cultura Económica, México, 2012.