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Cultura y música en el canto de Marcos Tabera

Iván Jesús Castro Aruzamen

El cantautor es por lo general alguien que expresa su pasión por la música a través de letra y un cantar desde el fondo, diría el Facundo de Faustino Sarmiento. En el subcontinente los cantautores se cuentan con los dedos de las manos como los filósofos o son muchas veces unos bautistas clamando en el desierto. Y en nuestro país no es la excepción. Nilo Soruco, Alfredo Domínguez o Luis Rico, Matilde Casazola, los hermanos Junaro son algunos de esos trovadores con voz y letra propia.

Y en la música andina de fusión está ahí nuestro Marcos Tabera. Chukuta, pico verde, bolivarista y paceño. Cantautor. En su arte no solo se fusiona lo local con lo foráneo, sino que entre lo ancestral y la música occidental y en las rugosidades de ese encuentro se da un diálogo. Para Marcos la música le llegó como una inclinación; pues ya en su adolescencia formará parte de su primer grupo, Latinoamérica que hacia música del folclor latinoamericano y también música en inglés. Después de su paso por el grupo Latinoamérica, luego de haber pasado por el colegio Don Bosco y San Calixto, por esos secretos de la vida y los ocultos caminos del destino, fue reclutado por Khonlaya (raza de truenos) para ser vocalista, pues el grupo hasta ese momento solo hacia música instrumental; pero ya iba incursionando en el dialogo entre la música andina y la música contemporánea.

En una de esas largas charlas de medio día tras el almuerzo. Yo aquí en el templado valle cochabambino y él en la concurrida New York. Le pregunto: ¿Qué es la música andina? ¿qué la caracteriza? La música andina, dice Marcos, expresa en su temática lo colectivo, porque el sustrato último de la cultura aymara es la comunidad. Por tanto, desde su perspectiva, la música de fusión es abierta o en otras palabras, centrífuga, porque respeta lo autóctono, lo propio, lo cultural en su expresión cosmogónica y desde esa perspectiva dialoga musicalmente con la música occidental contemporánea. Desde esa perspectiva para Marcos: “El arte no es para complacer a nadie sino para cuestionar”.

Y le hago una pregunta lacerante: ¿cuál es el estado actual de la música en Bolivia? ¿no vive una especie de mediterraneidad? Aún le falta a nuestra música en Bolivia encontrar su identidad, responde. Existe una diferencia entre la música –continua– para entretener y otra muy distinta es la música que propone, que cuestiona. Por ejemplo, la música de los Karjkas es el reguetón del folclor boliviano, dice contundente. Y yo le doy la razón porque el folclor en nuestro país se ha convertido en song solo para chicherías. Para terminar, afirma, que para que la música en Bolivia encuentre una identidad clara debe mejorar su relación con la poesía.

En ese diálogo musical de Marcos entre su herencia autóctona y lo occidental, los elementos culturales de los andes viajan por el aire del brazo de sones anglosajones, como el blues, el rock o la balada. El viento, el agua, la tierra, el charango, o personajes como el pajpaku adquieren sonoridad universal porque no abandonan su relacionalidad en el cosmos, pues lo ancestral en las culturas andinas está imbuido de la relación y la armonía.

Todo en el universo y en nuestra realidad está relacionado. La relacionalidad es la lógica subyacente en la existencia de las cosas, a pesar de la diversidad de cosmovisiones en distintas culturas. No hay duda de que el cosmos en su fundamento último es Armonía. Así la relacionalidad del ser humano con su entorno es el paradigma presente en las culturas presentes en el Abya Yala ya antes de 1492. La relacionalidad implica también interdependencia.

Para el teólogo indio Michael Amaladoss la armonía es música: “An imagen of unity that is common in Asia is harmony. Harmon y is a musical imagen. Harmony is opposed to monotony: the sounding of a single note (uniformity). When  two notes, which are assonant, are sounded together or in quick sucession ther is harmony between them. A melody is harmonious because it is a secession of harmonious notes”.

En Viento expresa el músico esta imagen de la armonía como una imagen musical:

Viento antigua marca de los Andes,

silvando en cumbre fecundadas te vas,

en aire y danzas de furor.

Viento, tu solo vives caminando,

cantando a oscuras el silencio ahogarás

fuego en la sangre has de traer

El viento como elemento natural vive en relación con el resto de seres de la naturaleza: la piedra, las montañas y el hombre andino que no puede sustraer su mirada ente este fenómeno natural y que al mismo tiempo moldea su espíritu indómito. Gracias a las notas del músico conocemos el canto del viento en los andes.

Alfonso López Quintas, pensador español, afirma: «La música nos ayuda a comprender por dentro el largo alcance de nuestro ser porque toda ella es relación; no se basa en notas sino en intervalos, que son el impulso que nos lanza de una nota a otra, y con intervalos configura temas, y, al entrelazar temas según las distintas formas musicales, compone los grandes edificios sonoros».

Para Tabera uno de esos temas es el agua. Así en Agua manifiesta la espera y la fecundidad de ese elemento vital en el mundo y para el ser humano:

Agua espero tu llegada,

entre estériles palabras,

entre la penumbra disfrazada de color,

Como sombras sin ribera,

Sin fulleros ni fronteras volverás,

… volverás a ser

Agua, vamos a ser lluvia,

anegar los miedos, volver a nacer

Agua, vamos a ser rio,

remontar la fuente para revivir.

Aun te espera la mañana,

entre las manos del tiempo,

entre los silencios que te llaman a callar.

O en Semilla Tabera habla de la simiente que germina de la tierra como ruta, latido, luz; es decir, la semilla origen donde crece la vida:

La simiente del cosmos y el ser

la semilla armada viene al amanecer

[…]

Desde el surco, volver a nacer,

en rutas ardientes para germinar

utopías bañadas de luz

semillas sembradas para redoblar

En ese edificio sonoro que construye este músico viajero configura el apego del ser humano a la tierra, a la aldea, a su entorno; si la migración es un desplazamiento muchas veces sin retorno para miles de seres humanos, esto no significa el olvido de la pertenencia a un espacio y una geografía y por eso como último reducto queda el retorno con la muerte o en la muerte para no seguir siendo un apátrida. Así canta Tabera en Charazani:

Vuelvo a Charazani a mi tierra,

tierra de los sabios kallahuayas.

Vuelvo a Charazani,

palomitay donde tus ojitos me embrujaron,

agua de putina milagrosa, regalo de vida y esperanza,

sangre milenaria en mis venas, kantus y sicuris en mi alma.

Yo regresaré ami Charazani.

Yo quiero morir en mi Charazani.

Vuelvo a Charazani.

Otra vez Alfonso López Quintas nos dice: «La música nos acostumbra a pensar, sentir y actuar de modo relacional. Un sonido a solas no presenta valor musical. Ni tampoco cuando está yuxtapuesto a otros sonidos, sin unirse a ellos mediante el impulso del ritmo. Lo adquiere al entrar en relación con otro». Por esa razón en los tonos de Tabera los sonidos adquieren esa relacionalidad y valor musical en su contacto con el otro. Sino escuchemos lo que expresa en el Pajpaku ese personaje tan característico en las calles de nuestras ciudades, admirado y detestado, pero solo sabemos de él en la fantasmagoría de su discurso callejero, sin embargo, el canto de Tabera nos lleva hasta la interioridad del Pajpaku:

Farandulero vendedor de milagros, desde el olimpo tu veneno vital.

Va la lluvia seca humedeciendo tu verbo, es fuego helado que te quiere quemar.

Pajpaku hacedor de nada, viajando a ningún lugar Pajpaku lleno de vacíos, muy solo entre la multitud. Fiebre de frío, lluvia que quema, cambio constante, fantasía real, tu luz obscura, susurra a gritos tu alegre dolor Pjapaku sol de media noche, con tu silencio atronador Pajpaku sucio inmaculado, muriendo antes de nacer.

El carácter creativo-relacional de la música derriba las fronteras de la lengua, la cultura, la religión y las geográficas. Y establece ese dialogo fecundo en el que las partes no pierden su identidad. En el Blues del charango el Misisipi y el Quirquincho cantan al triunfo de la fraternidad

De los siglos de cadenas el charango, desde la puna y el viento amargo sur, de la misma noche eterna, de la misma sombra, hasta el Misisipi a nacer en blues.

De las manos enterradas en las minas, desde las mismas sangrantes de algodón, de los ojos atrapados en versos y hogueras, hasta el Misisipi, navegar en blues.

De los surcos heredados en la espalda, de la espalda del quirquincho su dolor, de la encina de Lousiana cuelgan las auroras, hasta el Misisipi desbordando en blues.

Después de escuchar al autor de El inmortal [Tu permaneces aquí muy dentro de mi corazón/ haz trascendido en el tiempo, eres inmortal], no queda duda de que el carácter relacional de la música, acrecienta la madurez de nuestra inteligencia y promueve en el oyente una cultura del corazón; una madurez anclada en la profundidad que vincula el largo alcance del pensamiento que nos invita a no quedarnos en lo inmediato sino explorar las conexiones para aterrizar en una comprensión amplia que vaya más allá de la unilateralidad o parcialidad. La obra musical de Marcos Tabera no es ajena al entorno vital, ni al mundo ni las emociones que generan un ámbito musical donde los sonidos vinculados entre sí forman una estructura sonora, que permite integrar aspectos de la realidad distintos y al mismo tiempo complementarios a través de diálogo dado en la música de fusión de nuestro cantautor de rizos nevados como el Illimani.

Iván Jesús Castro Aruzamen es Teólogo, filósofo, poeta y escritor

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