¿Clasificamos al Mundial? No. Estamos habilitados a un repechaje que será un torneo relámpago entre selecciones de fútbol que, si están ahí, tendrán sus medianos méritos, igual que la selección boliviana. En lo personal, no puede menos que causarme alborozo que hayamos alcanzado un logro que para otros países sudamericanos sería casi una frustración, pero que en el caso nuestro es motivo de festejo por las limitaciones que en muchos aspectos afectan a nuestro deporte (y que no son motivo de la presente nota). Sin embargo, una cosa es que el hincha, el que sufre —como yo— cuando el reloj parece detenerse en los últimos minutos de un partido que nuestros bravos jugadores lo están ganando con esfuerzo. Una cosa es que el hincha suelte todas sus emociones cuando el impulso, a veces descontrolado, de nuestros jugadores echa por la borda 89 minutos de gloria y en el último nos haga pasar de las lágrimas de felicidad a los sollozos de impotencia. Es normal en todo el mundo que cada hincha de su selección tenga escondida una lógica tendencia a jugar al director técnico que puede solucionar todas las deficiencias del que oficialmente está al frente del equipo y, en su intransigencia, critique una alineación, repudie un sistema de juego o condene severamente un arbitraje.
Pero cuando se trata de la opinión profesional de un periodista que ha escogido el área deportiva como la que marcará el rumbo de su desempeño, quien informa debe guardar un mínimo de sensatez y equilibrio y utilizar un lenguaje emocional medido para no centrarse en la pasión más que en la objetividad informativa. No debemos perder de vista que el éxito del periodismo deportivo se debe exclusivamente al fútbol, cuyo antecedente más remoto data del Campeonato Mundial de 1954 celebrado en Suiza. Antes de él, los partidos de fútbol apenas se recopilaban en forma de crónicas radiales y archivos fílmicos, en ambos casos con ediciones técnicas muy limitadas. Y es precisamente por el vertiginoso adelanto de las comunicaciones que el periodista deportivo tiene la posibilidad de informar y entretener, evolucionando gracias a las maneras de producir nuevos contenidos, consolidándose como la tipología informativa de mayor acceso social en gran parte de los países de esta parte del mundo. Sintonizar un dial al día siguiente de un partido ganado hace del periodismo un vehículo que transmite, primero, información, pero a veces también desmesuradas emociones a su auditorio.
Por ello, ante el avance en los mecanismos que el periodista deportivo tiene, este debe tener una moderación que dentro y fuera de las fronteras no se practica, pues da rienda suelta a sus emociones y magnifica los éxitos, como el que acabamos de conseguir, asumiendo opiniones excesivamente laudatorias respecto de jugadores que circunstancialmente hacen un buen partido y crucificándolos cuando no llenan las expectativas de quien está con el poder de un micrófono o una cámara por delante.
El periodismo deportivo se ha vuelto exageradamente visceral, con noticias cargadas de fuegos artificiales que, como es lógico, rápidamente se disipan y producen en el aficionado una confusión y desconfianza que lo demeritan y desvirtúan. Porque es bueno instituir programas de debate, de contrastación de ideas, de análisis de expertos en estrategias del fútbol. Lo que no está bien es festejar un repechaje como si hubiésemos conquistado la copa del mundo. Y casi conociendo de memoria al ya grande círculo de periodistas deportivos, se sabe que las lapidarias críticas al director técnico —si es que, como resultado de los partidos del repechaje, no obtenemos el pase al mundial de Estados Unidos-Canadá-México— serán inevitables.
¿El mundo del deporte es completamente distinto a otras ramas del periodismo? De acuerdo. ¿Que es espectáculo, polémica, sentimientos? Evidente. En consecuencia, un análisis sosegado no vende tanto; por eso el periodismo de esa área está acostumbrándose a irse a los extremos, a la irracionalidad y a hacer que los programas de deliberación sean verdaderos partidos de fútbol —acá más bien solo con ciertos atisbos de descortesía entre panelistas—, logrando que cada opinión periodística tenga sus adeptos entre la audiencia y, por tanto, profundizando la rivalidad deportiva que no debe trascender una cancha.
Debemos ver en el periodista un elemento de orientación; y por eso mismo el profesional de la información debe ajustarse a los códigos del oficio, acudiendo a la autorregulación y controlando el poder de influencia que ejerce sobre el espectador y el oyente.
Augusto Vera Riveros es jurista y escritor