Las voces de alerta sobre las graves consecuencias para la salud de la población por la pandemia del Coronavirus, no cesan; al mismo tiempo, los gobiernos en todo el mundo están en jaque por los negativos efectos sobre sus economías; cada día más gente sufre por la enfermedad, la baja de sus ingresos y, en muchos casos ya, la pérdida de su empleo.
Si bien es un fenómeno global, no es consuelo para Bolivia ver que a otros países les vaya peor que al nuestro, especialmente si en situaciones normales les iba mejor que a nosotros, por tanto, su capacidad de recuperación podrá tener mejores resultados.
Los pronósticos para Bolivia no son halagüeños, siendo que indicadores macroeconómicos cuyo desempeño desde la conclusión del auge en 2014 venían ya en picada -cuando debían estar subiendo- y otros que debían estar bajando iban en aumento, más bien.
Este es el caso del Producto Interno Bruto (PIB) -p.ej.- que luego de lograr en 2013 su pico más alto de los últimos 14 años -con un 6,8%- empezó a declinar hasta un estancamiento del 4,2% en 2017 y 2018, para luego registrar su expansión más baja de los últimos 19 años con sólo 2,2% por varios factores (incendios forestales en varios Departamentos, paro cívico nacional por tres semanas, cambio abrupto de gobierno, desórdenes sociales, etc.).
Si en el 2019 no nos fue tan bien como en años anteriores, lo de la gestión 2020 es desalentador no solo porque la recesión económica por de la pandemia del Covid-19 es un hecho, sino porque el Banco Mundial pronostica una caída del PIB boliviano de casi un 6%. De cumplirse este vaticinio, enfrentaremos la peor tasa de crecimiento en cuatro décadas, superando de lejos hasta los indicadores de la UDP (aunque, gracias a Dios, sin hiperinflación), con lo que el país perdería cerca de 2.500 millones de dólares, aunque si la pandemia recrudece, pudiera ser muchísimo más.
Veamos ahora la otra parte de esta historia: con la caída del PIB por una menor actividad productiva, comercial y de servicios, subirán el desempleo, la deuda interna y externa, y se podrá registrar un déficit fiscal histórico.
Sin embargo, como toda crisis plantea la posibilidad de hacer mejores cosas, basados en la buena fe, deponiendo intereses particulares, sectarios y las mezquindades políticas a las que nos tienen acostumbrados…¿por qué no forjar soluciones donde concurra no solo la “mano invisible del mercado”, sino también la “mano de la justicia del Estado” y la “mano fraterna de la solidaridad” (Michel Camdessus)?
Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional