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Covid, ¿hasta cuándo?

No te vemos, pero estás; es tu omnipresencia nuestra inseguridad. Casi sin darnos cuenta te hiciste un hueco en nuestras casas. Y después de un año y más, aunque no terminamos de comprenderte, vamos aprendiendo a convivir con vos.

Quiero que sepas que bienvenido no serás nunca; estás aquí, no tenemos alternativa. Tal vez no podamos sacarte definitivamente de nuestras vidas y esa es, aun con vacunas a la vista, nuestra mayor angustia.

Es increíble cómo en poco tiempo has sido capaz de modificar nuestra existencia. Nos has obligado a cambiar nuestras costumbres y, cuánto habremos abusado de la palabra que ahora tenemos que andar con bozal para no contagiarnos rabiosamente unos de otros.

Nos creíamos invencibles, con la nave controlada; nadie podía con nosotros porque nadie podía imaginarte siquiera, menos saberte despiadado, arrasando incluso con nuestros salvavidas, los médicos, las enfermeras, los trabajadores de los hospitales y de las clínicas.

Nos creíamos avanzados, tecnologizados, con el conocimiento infinito al alcance de un click; tan virtuales que habíamos dejado la corporalidad en un segundo plano. Tu llegada sirvió para abrirnos los ojos: nos estamos sacudiendo de un sueño de idiotas; de pronto nos recordaste que no se puede vivir en “la nube”. Aunque cruelmente, nos hiciste recuperar la memoria, pensar en la importancia y la necesidad de la salud para seguir adelante, y en que nadie está a salvo: ni viejos ni jóvenes, ni hombres ni mujeres, ni nuestros siempre briosos niños.

Nos has puesto de cara al dolor. Pero no cualquier dolor: este dolor no se compara con nada. La muerte destroza el alma, lastima de tal forma que, solo por ella, uno puede cuestionarse sobre la continuidad de su propia existencia sin ese ser querido que ya no estará más.

Has sido despiadado con nosotros, no te ha importado nuestro dolor. Te has ido llevando a nuestros parientes y amigos, y no dejas de hacerlo. Puedo entender un mundo malvado, que te guste privarnos de la sonrisa, incluso puedo imaginar que te satisfagan nuestras lágrimas, pero… ¿hasta cuándo?

Has convertido nuestros espacios en lugares tristes y nuestros tiempos en días negros, privados de arcoíris, ¡hasta cuándo!, ¡cuánto tiempo más! Dime qué vas a hacer con nuestros padres; ¿los vas a dejar en paz?, ¿vas a tener piedad de ellos? Y con nuestros hijos… ¡¿hasta dónde quieres llegar?!

Cómo duele tu maldita presencia… Dueles cual si fueras una vulgar enfermedad. Dueles hasta dejar sin aire. Dueles en los huesos y en los músculos. Dueles en el pecho y en la espalda. Dueles en los ojos, dueles en las sienes, dueles en los pulmones. Y picas, en la garganta, en la nariz. Y desesperas quitando el oxígeno, y aíslas, y cuarentenas, y asfixias el cuerpo y el bolsillo. Pero no sabemos qué duele más, si las molestias físicas de tu maldita presencia o la impotencia de saberte entre nosotros y no poder ni siquiera verte.

Debo reconocer que estás sacando lo mejor y lo peor de nosotros.

Lo mejor: reaprendimos a vivir cada día como si fuera el último, y parece que al fin valoramos el amor, la compañía de alguien que no sea nuestra egoísta individualidad. Quizá después de todo esto podamos soltar los aparatos que nos tienen enchufados las horas interminables a una realidad paralela y abrazarnos más. Supongo que, al final de esta noche, la falta de abrazos terminará enseñándonos a valorar los afectos de la piel.

Lo peor: nos devolviste a los miserables. Las vacunas para aniquilarte no llegan a todo el mundo por culpa de la desigualdad. Y cuando llegan, lo hacen muchas veces de la mano de políticos que andan más preocupados en las elecciones que en la salud del pueblo, por eso no tienen vergüenza y caen en el show y se aprovechan de la esperanza de la gente.

Esos cretinos no tienen conciencia del daño que hacen, pero nosotros sí; por ahora, sacamos fuerzas de flaqueza para lo importante, para el duelo a muerte. Tarde o temprano, uno de los dos no estará más.

Quiero que sepas que, aun heridos en lo más profundo, vamos por vos. Hemos perdido demasiado; no podemos rendirnos. Lo haremos por nosotros, pero, sobre todo, por los nuestros. Por los que se fueron sin haberte vencido.

Oscar Díaz Arnau es periodista y escritor.

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