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Confesión de partes: malos consejos para buenos escritores

Homero Carvalho Oliva

“La mayoría de los escritores no pueden ganarse la vida escribiendo. Es una 
profesión hermosa, pero mal pagada”. 
Truman Capote
"Los escritores compensan la falta de estímulo escribiendo para el porvenir, o
 mejor, para esa forma cálida del porvenir que es el reconocimiento de unos
 cuantos, no necesariamente amigos". 
Carlos Monsiváis

Desde que publiqué mi primer libro, hace más de cuarenta años, hay ciertas preguntas, al margen de la creación literaria, que se repiten en conversaciones que sostengo con escritores noveles. Interrogantes que tienen que ver con ventas, fama, viajes y premios. En este artículo, basado en mi experiencia personal, así como en la de algunos amigos y en la observación de estos temas en los medios y las redes, intentaré buscar respuestas para despejar el camino a futuros escritores, que sepan lo que les espera si deciden conquistar este oficio: ¿Gloria, fracaso o incertidumbre?

¿Vender o no vender? Esa es la cuestión.

Cuando publicamos nuestra primera obra literaria, creemos que nadie en el mundo ha escrito algo tan genial y que los ejemplares se venderán como pan recién salido del horno. Guardo un recorte fechado en noviembre de 1984, del vespertino Última hora, de la ciudad de La Paz, que publica una lista de los libros más vendidos en Estados Unidos, Francia, España y Argentina. En la nómina aparecen, entre otras, novelas como El nombre de la rosa, de Umberto Eco; para darle un toque local, incluyeron en la nota una encuesta en las librerías de La Paz y aparece, en segundo lugar, el primer libro que publiqué: Biografía de un otoño (1983); en primer lugar, está Aluvión de fuego de Óscar Cerruto. Los reporteros tuvieron la piedad de no incluir la cantidad de libros vendidos, porque mientras en los otros países sumaban miles de ejemplares, en Bolivia apenas llegábamos a unas decenas.

A partir de entonces, hace más de cuatro décadas, puedo decir que vendí centenas de otros títulos, que sumando reediciones llegan a algunos miles de ejemplares, pero eso fue decayendo en la última década y ahora las editoriales hacen tirajes muy pequeños y nos entregan el porcentaje del 10 % de ley en libros que terminamos obsequiando.

Para el primer libro no es fácil conseguir una editorial que se arriesgue a publicarlo, porque aún no eres conocido. De hecho, mis tres primeros libros los publiqué con mi dinero; era joven y soltero, hasta que las editoriales empezaron a tomarme en cuenta. Ten presente que “algunas editoriales no quieren escritores, quieren libros para vender”. De las editoriales con las que he publicado, dos me pagan regalías en dinero efectivo cada año, una de Bolivia y otra de España. Si definitivamente no tienes los recursos económicos para publicar, siempre está la posibilidad de ediciones digitales, ya sea para la venta en línea (Amazon u otra plataforma) o para distribuirlo de manera gratuita.

Cierto es que algunos escritores venden más que otros; sin embargo, en Bolivia, es muy difícil vivir de la literatura. Entre escritores, alguna vez coincidimos en que ni siquiera nuestros compañeros de colegio, de universidad, de barrio, colegas de trabajo, ni siquiera los de joda, nos compran libros. También están los que preguntan, descaradamente, cuándo les vamos a obsequiar nuestro libro. La escasa venta de libros ha ocasionado el cierre de librerías (aunque proliferan los puestos de libros piratas), así como de editoriales nacionales; algunas de las que sobreviven te cobran por la publicación y han aparecido editoriales independientes que publican por demanda y, en la mayoría de los casos, se trata de libros autofinanciados por escritores y escritoras que aman la literatura y quieren que los lean.

Existen grupos, asociaciones y sociedades literarias por doquier y, si así lo deciden, pueden adherirse a algunos de ellos o fundar los suyos. En nuestro país hay círculos de escritores que organizan ferias en colegios, en provincias y en los parques, llevando los libros del autor al lector; son vendedores de sus propios libros y creo que les va bien. Estas fraternidades son interesantes cuando los miembros se apoyan solidariamente, pero se vuelven dañinas cuando monopolizan las actividades culturales y sabotean a otros.

Agrúpense o trabajen solos, hagan fanzines, plaquetas y libros artesanales; organicen videoconferencias en plataformas gratuitas. En esta época las posibilidades son ilimitadas, durante mi juventud, sin tener estas ventajas, hicimos revistas y periódicos en policopiadoras y, en la pandemia, nos juntamos con otros escritores (Dios los cría y el diablo los junta) y tomamos las redes por asalto. Nos inventamos encuentros literarios, lecturas de poemas, diálogos, entrevistas, publicaciones digitales y estuvimos comunicados con el mundo entero.

De premios y reconocimientos

Todos los escritores, en algún momento de nuestras carreras literarias, hemos ambicionado ganar algún premio. Estos galardones literarios son un incentivo para seguir escribiendo, constituyen una referencia válida de la realidad literaria en el momento del fallo y ayudan a la difusión y promoción de las obras ganadoras.

Los premios sirven para reconocer la calidad de un texto y alivian en algo la precariedad económica; al principio de nuestra carrera queremos ganarlos para presumir la gloria y después, simplemente porque necesitamos el dinero (a mí me han servido para pagar deudas, costear viajes y comprar más libros). A veces sucede que obras que han ganado premios no son tan populares como otras que ni siquiera concursaron. García Márquez cuenta que se negó a enviar Cien años de soledad a un importante concurso; no quería que tuviera el estigma de un premio. Hay obras que poseen el mejor de los premios: la preferencia de los lectores.

He sido jurado de muchos concursos, tanto de poesía, de cuento como de novela (he comprobado que la mayoría de los que hablan mal de los premios son los que siempre pierden). He debatido con colegas que, en un exceso de responsabilidad, creen que otorgar un premio es conceder el Nobel de Literatura y que ellos se juegan sus prestigios; comparan las obras presentadas al concurso con otras publicadas que están fuera del mismo, especialmente con autores extranjeros; nada de eso, los premios no consagran al autor, la verdadera consagración viene con los años. Un premio nos proyecta y es responsabilidad del ganador mejorar con el tiempo.

Hay premios como el Goncourt (Francia), que ganarlo significa un gran prestigio, pero económicamente es simbólico. Hay premios que nunca te pagan o no les da la gana siquiera de organizar el acto de premiación, como el caso de Perú, porque uno de los ganadores es opositor al gobierno. Hace algunos años gané un importante premio de novela, en vez de entregarme el dinero prometido en la convocatoria, me dieron una carta para solicitar pasajes de avión y hay un premio que hasta ahora me pagan. Así que mucho cuidado con los premios.

Los premios y alguna que otra obra exitosa (poesía, cuento, novela) pueden atraer a la esquiva fama. En cierta ocasión, un joven me expresó su molestia contra el mundo porque, pese a que había publicado su primer libro, no lo llamaban para entrevistarlo. Algunos novatos, quieren llegar al cielo sin antes morir en el intento. En mi caso, son más los concursos que he perdido que los premios que he ganado, me enorgullecen mis derrotas porque me obligaron a mejorar.

Lamentablemente, en Bolivia cada vez hay menos premios, y no existen residencias ni becas de creación literaria como las hay en los países vecinos.

Somos muchos los bolivianos que hemos ganado premios en el exterior; en los últimos años bastaría con destacar los nombres de Magela Baudoin, Giovanna Rivero, Pilar Pedraza y Liliana Colanzi, que han obtenido importantes galardones, ¡por lo menos nos va mejor que en el fútbol!

La maldita fama

Existe el prejuicio romántico de la creación por amor al arte, sin buscar ningún reconocimiento. Sin embargo, el artista, en general, siempre ha buscado la forma de que su arte pueda ser promocionado. En el caso de los escritores, esta tarea la debería realizar el agente literario y/o la editorial; en Bolivia no existen los agentes y las editoriales lo hacen de manera ocasional para la presentación o en ferias del libro. Ante esa situación es válida la autopromoción en las redes, con mayor razón si tenemos en cuenta que los medios de comunicación no le prestan atención a la literatura.

No busquen la fama con desesperación; llegará si trabajan sin tregua y tampoco odien a los que la tienen merecidamente; esa actitud simplemente demuestra su impaciencia por llamar la atención. La fama despierta la antipatía entre los acosadores virtuales que usan las redes para amplificarla. En Facebook y en Twitter (X), no es extraño leer los comentarios de usuarios a quienes les da bronca los logros que han costado muchos años de desvelos; me refiero a todos los oficios y profesiones. El odio, la envidia, les dará algunos segundos de fama en las redes, que serán replicados porhaters(odiadores)que están atentos a las infamias para dejar salir la peste del resentimiento que los carcome.

En este tema también hay que tener en cuenta la animadversión que se genera entre algunos escritores viejos contra los de las nuevas generaciones y, por supuesto, la de los jóvenes contra los ya consagrados (parricidio). Cuando estos enfrentamientos generan estilos y tendencias literarias surgen nuevos movimientos literarios, de lo contrario pasan al olvido. Solamente algunos enfrentamientos entre escritores famosos son recordados de manera anecdótica.

He aquí el consejo de Gabriel García Márquez que sabe de fama: “Los jóvenes piensan más en la fama que en el trabajo. Quisiera decirles que no deben perder tiempo en escribir para los críticos, sino en escribir, simplemente. Es mucho más importante eso que ser argumento de los escritos ajenos”.

La falsa bohemia

La bohemia como movimiento cultural se asocia con el alcohol, porque en el siglo diecinueve grupos de artistas, escritores y poetas, se reunían en cafés y bares para disfrutar de su libertad y manifestar su contracultura, exagerando hasta el amanecer con el consumo de bebidas espirituosas y otras yerbas. Una ciudad acompañaba esta actitud ante la vida: París y todos queríamos ir a morir allá. En el siglo veinte se romantizó la figura del escritor que buscaba la inspiración en el alcohol; se confundió la imagen de escritores alcohólicos como estereotipos: la imagen del “artista atormentado” que necesita de los excesos para poder crear. Lo cierto es que muchos de estos escritores no eran bohemios y se alejaban de estos ambientes; algunos dipsómanos tuvieron vidas dramáticas y muertes trágicas.

Tuve mi época de “bohemio” y no me arrepiento de lo vivido, ni pretendo redimirme, soy un escritor impenitente; reconozco que esas feroces experiencias también me hicieron lo que soy, con mis muchos defectos y mis escasas virtudes. Quizá en esos pérfidos bodegones se despertaron algunos de los demonios que me habitan y que, con el tiempo, he ido apaciguando o, por lo menos, logrando treguas. Creí hacer amigos en inolvidables borracheras, en bares como el Averno  de La Paz; nos reuníamos con personajes como el Picaso y el Viscarra, celebérrimos buscadores de cielos etílicos y de rutinaria presencia en la noche paceña; en esos bares aprendí que Sartre tenía razón cuando afirmaba que “el infierno son los otros”, porque las hermandades también pueden ser una ilusión y que Nietzsche fue preciso al advertirnos que “cuando miras al abismo, el abismo también te mira”, sé de algunos contertulios de entonces que no pudieron huir al abismo.

Tengo buenos como malos recuerdos de esos años feroces, que cicatrizaron para convertirse en fuente de mi escritura y de mi ser espiritual; pasados esos años, y otros que siguieron como una maldita secuela, me alejé y me encontré a mí mismo. Ahora cuido que el tiempo no me devore sin dejar testimonio de mis historias. Puedo afirmar que, para crear, necesitas disciplina y que el abuso del alcohol y las drogas te pueden afectar, a veces, irremediablemente, produciendo estados alterados de conciencia. Mi mejor época creativa, en la que gané más premios, visité más ciudades, fui invitado a encuentros literarios y dirigí talleres literarios, fue posterior a la de la “supuesta bohemia”. Un paradigma contemporáneo sobre este tema es Stephen King, cuya dolorosa experiencia la cuenta en su libro Mientras escribo, autobiografía y manual de escritura, que recomiendo en mis talleres.

Un buen o mal ejemplo (como quieran llamarlo) fue Víctor Hugo Viscarra. Desde su muerte, por cirrosis en un hospital público, su fama creció. He escuchado muchas historias acerca de él; seguramente algunas son ciertas y otras inventadas, como sucede con aquellas personas que se vuelven personajes y se los mitifica. De lo que estoy seguro es de que ninguno de los que ahora hablan de Víctor Hugo lo hubiera invitado a su casa para que descanse. Sé quién fue Víctor Hugo, porque lo conocí y, lo cierto, es que era una persona atormentada, compleja y con muchos traumas, como lo somos muchos otros que lo disimulamos o lo asumimos para seguir existiendo y no recurrir al alcohol. Mejor pensar dos veces para decidir a quién queremos emular.

Deben tener cuidado con los vicios, al igual que con la política, que poco o nada sirve para la creación literaria cuando hace que te autocensures para no herir al partido o a los líderes. El testimonio de un buen amigo, que me escribió una carta hace meses, es conmovedor cuando afirma que ha perdido a la mayoría de sus amigos por su militancia en un partido político y su obsecuencia en la defensa de un líder y que, en esa organización, no había ganado ni uno solo. Concluye diciendo: “Eso me pasa por cambiar mi independencia por la militancia”. Que la militancia nunca condicione tu creatividad. Los amigos, los verdaderos, son los de la infancia, algunos del colegio, la universidad y muy pocos del oficio. 

De reseñas, críticas y criticones

Una de las preocupaciones más frecuentes, que me hacen llegar los jóvenes que se inician en este oficio, es acerca de la angustia que les producen los acosadores de las redes sociales. Como dijo Jack el Destripador, vamos por partes: Tenemos que diferenciar entre reseñas, críticas literarias, comentarios y ciberataques o acosos en las redes.

La reseña es un texto breve que busca señalar los rasgos más destacados de una obra literaria, sin profundizar en el análisis de la estructura, las técnicas o buscar los errores que haya cometido el autor en la escritura de la misma. La crítica literaria, en cambio, es un ensayo y tiene que ser escrito por un experto, por lo general literatos, licenciados en literatura o filosofía y letras. Mónica Maud señala, acertadamente, que “el crítico, además de poseer conocimientos amplios (y es lo que lo hace un experto), tiene también esa innata capacidad de ver más allá de la letra, de llegar hasta los infinitos límites de la palabra… y por qué no, de escarbar la huella misma del escritor”. Una buena crítica nos ayuda a mejorar, a comprender mejor el proceso de escritura, nos descubre aspectos que no habíamos percibido en nuestras obras y va definiendo el corpus literario de una sociedad.

Algunos confunden el análisis crítico de la obra con el ataque “ad hominem” al autor y para ello usan también las redes sociales y/o los panfletos pasados de moda, en los que se las dan de discípulos de Charles Lynch, intentando linchar a sus supuestos enemigos que en la mayoría de los casos ni se dan por enterados. En este círculo del infierno literario están los patéticos que atacan a todos los escritores, simplemente porque creen que la sociedad no les ha dado el prestigio que creen merecer. Dan tanta pena que, si no hablan mal de ustedes cuando estén triunfando, deben preocuparse. Lo chocante es saber que ciertos escritores les festejan sus infamias; acaso creen que así evitarán que los ataquen porque les tienes terror; están equivocados, estos sujetos no creen en la amistad. Poseer este tipo de odiadores es un halago, lo triste sería no tener nada digno de ser envidiado.

Sin embargo, no vayan a creer que las infamias son nuevas, siempre las hubo. Hace un par de décadas, un par de ociosos imprimió un pasquín en el que publicaron los avisos necrológicos de varios escritores, entre ellos Edmundo Paz, Giovanna Rivero, Ramón Rocha, Gonzalo Lema y mi persona. Nos asesinaron y nos condenaron al infierno; la verdad, no me molesté porque al ver los nombres de los difuntos supe que estaría en grata compañía y hasta imaginé los diálogos entre los difuntos.

Nunca hay que dejarse llevar por las críticas malintencionadas. En Bolivia hay algunos tan obsesionados con dañar al prójimo que leen todo lo que publicamos, hasta nuestros posts de las redes; eso tiene su lado bueno: por lo menos, sabemos que tenemos un lector fiel. Ahora, con las redes, estamos más expuestos a los falsos críticos. Hace muchos años, “frente al pelotón de fusilamiento”, respondí a algunos de ellos; luego aprendí con Tácito que “quien se enfada por estas críticas, reconoce que las tenía merecidas”; ahora, gracias al consejo de mis hijos, las ignoro y sigo escribiendo, porque no sé hacer otra cosa y soy feliz haciéndolo.

Escuchen a Borges: “Cada vez que leo algo que han escrito contra mí, no sólo comparto el sentimiento, sino que pienso que yo mismo podría hacer mucho mejor el trabajo. Quizá debería aconsejar a los aspirantes a enemigos que me envíen sus críticas de antemano, con la seguridad de que recibirán toda mi ayuda y mi apoyo”. No busquen enemigos, vienen solos, especialmente si te deben favores.

En un artículo de Javier Marías, titulado “El peor de todos los tiempos”, recogido en el libro Mano de sombra (Alfaguara, 1977), el novelista y periodista español escribió: “En fechas recientes se ha publicado un panfleto de veinticuatro páginas contra quien esto firma, y no me resisto a saludarlo y celebrarlo ante ustedes; ya que me ha hecho una enorme ilusión. Imagínense: mi primera novela salió hace veinticinco años, cuando yo tenía diecinueve (…) a lo largo del tiempo, alguna gente ha tenido la bondad de conceder algunos premios a mis obras. Muchas son las críticas que han recibido, en general más positivas que negativas. Tampoco me han faltado ni me faltan enemigos entre mis colegas escritores, en la prensa, entre críticos, editores… Yo agregaría que estos enemigos están en cualquier actividad que realicemos, aunque ni siquiera nos conozcan. Marías concluye su artículo afirmando: “He conseguido, al cabo de un cuarto de siglo, la condecoración mayor a la que todo escritor aspira: un odiador privado”.

Si los ataques son virulentos y se meten con la familia, lo mejor es bloquearlos; aunque no es mala idea dejarlos que visiten tu perfil y vean tu crecimiento, tus victorias, tus éxitos, así, cada día, la envidia los consumirá. Umberto Eco afirma que: “Las redes sociales le dan el derecho de hablar a idiotas que antes hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad”, aunque, hoy en día, es el odio el que los emborracha y los hace mostrar sus miserias en las redes.

De invitaciones, viajes y otras cosas peores.

¿Qué puedo hacer para que me inviten a ferias internacionales de libro, festivales de poesía y encuentros literarios? Es otra de las preguntas habituales.

Las invitaciones pueden ser: por la calidad de la obra (la carta del convite nos hace sentir orgullosos y satisfechos por nuestra escritura), por contactos (personas que sugieren tu nombre) o por intercambio de favores (amiguismo, camarillas, hoy por ti, mañana por mí). Para que lo sepan, hay invitaciones que cubren todos los gastos (pasajes, hoteles, alimentación, viáticos), otras que pagan solo pasajes, pero no estadía o viceversa, incluso algunas en las que tienes que costear todo, hasta el taxi del aeropuerto al hotel. En Bolivia el estado no paga pasajes ni viáticos.

De joven hice amistad, en varios países, con muchos escritores, escritoras, editores y traductores y, con el tiempo, fui perdiendo contacto con ellos porque lo más importante para mí eran los amigos y el alcohol. Me abandoné a mí mismo; gracias a las redes recuperé a algunos de ellos. No sé si me hubiera mejor entonces; ya no importa, importa lo que soy ahora o creo ser, porque nunca tengo la certeza de serlo y por eso me reinvento cada día.

Hace un par de décadas un grupo de escritores se molestó porque invitaron a La Habana a un escritor que no les caía bien; el aludido, que posee gran sentido del humor, propuso que las invitaciones a encuentros, congresos y ferias de libros, así como a festivales de poesía, sean sometidas a consultas populares a través del Tribunal Nacional Electoral. Imagínense: llega una invitación, se publica en la prensa y los escritores y poetas interesados en asistir presentan sus candidaturas para someterse a referendos con voto universal. 

No se hagan de mala sangre si no los invitan o no los hacen participar de encuentros literarios, lecturas de poesía y/o ferias callejeras; lo que tienen que hacer es organizar sus propios eventos; las ciudades tienen centros culturales públicos y privados que pueden albergar sus proyectos. Se trata de tomar la iniciativa y sepan que los viajes, las invitaciones a otras ciudades, tanto dentro como fuera del país, siempre han provocado el rencor de los marginados. Así que cuando los inviten, prepárense para los ataques.

Libros peregrinos

¿Qué debo hacer para que me publiquen en el extranjero?

Desde el siglo pasado, algunos de nuestros mejores escritores y escritoras han sido publicados en el extranjero. Puedo nombrar a Alcides Arguedas, Adela Zamudio, Óscar Cerruto, Augusto Céspedes, Jaime Saenz, Jesús Urzagasti y muchos otros. Desde hace una década, muchos escritores de la nueva generación han logrado que editoriales importantes e independientes se interesen en hacer conocer sus obras fuera de nuestras fronteras. Me parece genial y así lo he afirmado en varias de mis columnas en las que destaco estos logros individuales, porque creo que, si uno de nosotros es conocido en otros ámbitos, su nacionalidad nos honra a los demás.

Publicar en el exterior también tiene sus secretos: la mayoría de los escritores y escritoras bolivianos que viven en el exterior tienen un agente literario y eso les facilita los contratos con editoriales de varios países; si vives en Bolivia, tienes que esmerarte y buscártelas solo, enviar solicitudes a editoriales. Si con los años logras hacerte un nombre, puede ser que alguna editorial extranjera se interese en publicarte y ellas te buscarán para que formes parte de su catálogo.

En un reportaje de Ricardo Bajo, publicado en el periódico La Razón el 2 de enero del 2022, titulado «Con licencia para leer: 009 escritores bolivianos con agente»[1], que incluye a nueve escritores nacionales que han publicado en el exterior, el único que no tiene agente literario soy yo y tengo 20 libros publicados en Estados Unidos, España, Perú, Chile, México, Brasil y otros países, incluso ediciones bilingües.

Así mismo, muchos escritores estamos siendo incluidos en antologías de cuento, poesía y ensayo como nunca antes se lo había hecho y esto constituye un reconocimiento a la literatura que se produce en nuestro país. Nuestras obras son objeto de estudio allende nuestras fronteras; se escriben tesis de maestría y de doctorado y se las compara con escritores de renombre universal. La literatura boliviana está siendo leída, porque nosotros mismos nos estamos valorando y estamos llevando nuestras voces a encuentros literarios y festivales de poesía fuera del país. Así que no se desanimen, sigan escribiendo y les llegará la buena racha.

Paradojas del oficio

En el camino de la literatura, como en cualquier otro oficio, se encontrarán con gente buena y mala, solidarios, generosos, así como traidores, hipócritas y de otras calañas. En cierta ocasión, alguien se enojó porque no incluí en un comentario que su novela era perfecta para un guion de Hollywood. En otra oportunidad, un par de jóvenes que me rogaron que les escribiera una reseña sobre su poemario, envidiosos del éxito del primer libro de Carmen Lucía, la atacaron en un panfleto. Paradójicamente, sus denuestos contribuyeron a difundir el poemario; imaginen sus caras, rojas de ira, cuando luego ella ganó premios, más ahora que la traducen, la publican en varios países y escriben estudios académicos sobre sus obras. Esos malagradecidos de postín me recuerdan una anécdota de mi padre que, en cierta ocasión, cuando alguien le comentó que fulano estaba hablando mal de él, le respondió: “Qué raro, no recuerdo haberle hecho ningún favor”. 

El momento de quiebre será cuando sus libros sean comentados, cuando ustedes ya hayan hecho su camino, sacrificando muchas cosas, y, además, de ser buenos escritores, se hayan convertido en gestores culturales, columnistas de periódicos, cronistas, organizadores de encuentros literarios y lecturas de poesía, ahí aparecerán las hienas. Tengan la certeza de que aquellos que nunca los tomaron en cuenta se rasgarán las vestiduras si alguna vez no los invitan a sus encuentros o no los mencionan en algún artículo o comentario del Facebook. Algunas de estas personas estarán atentas a lo que escriban y nunca les agradecerán si se refieren a ellos; pero si no lo hacen, se resentirán y se quejarán haciéndose las víctimas. En una ocasión, un sujeto, de esos que se crean perfiles falsos para atacar a los demás, escribió en su Facebook “una declaración de guerra” contra un escritor que no lo había incluido en una nota periodística. No se molesten, quiere decir que su palabra es tomada en cuenta y valorada y esas malas críticas son la prueba de que ustedes estuvieron en la guerra, son las cicatrices del fuego enemigo.

El reconocimiento del otro

Gracias a Claudia Vaca, poeta y escritora, conocí y reconocí a Axel Honneth y su Teoría del reconocimiento. El reconocimiento de los derechos del otro, ya sean legales, legítimos, por talento o por oficio, y el respeto de toda la comunidad colectiva o individual sobre estos derechos, son valores intrínsecos de la sociedad. La solidaridad es empatizar con las emociones del prójimo, no el sentido cristiano de piedad, en el de identificarse con los demás, porque sus demandas y/o sus cualidades nos enorgullecen, algo que parece muy difícil en la actualidad, especialmente porque nuestras mezquindades y nuestros egos nos hacen creer que nuestra luz es suficiente para iluminarnos, olvidando que la luz de los otros nos ayuda a proyectar nuestras propias sombras.

Para decirlo en los términos de Honneth: “La dignidad de una persona se valora por la aceptación social del método de autorrealización en un horizonte de tradiciones culturales dadas en una sociedad. El individuo que experimenta este tipo de devaluación social normalmente cae preso de una pérdida de autoestima y, por consiguiente, de la oportunidad de poder entenderse como un ente estimado en sus capacidades y cualidades características”[2]. La constatación de no ser visto, de no ser tomado en cuenta por su comunidad, ya sea como nación, etnia, movimiento social o individuo, genera trauma, que se expresa por el desprecio o menoscabo hacia los demás; en el caso individual, así sean sus maestros, arquetipos o, incluso, personas que les hayan hecho un favor en algún momento, se trata de negar la actitud solidaria y generosa que se haya tenido con ellos.

Para un escritor, recomendar y apoyar públicamente a sus colegas no es solo un gesto de camaradería, sino también un acto de fortaleza y confianza en su propia obra; al hacerlo elevamos el nivel de la profesión en su conjunto, es la celebración de la diversidad y riqueza de la literatura. El escritor no es un vendedor callejero, no compite por un cliente único, ni la literatura es una pelea de perros disputándose un hueso. La elección de un libro no se basa en la competencia entre escritores, sino en la afinidad y conexión personal de los lectores con las obras.

El reconocimiento está íntimamente ligado a la gratitud.  Dicen que la gratitud en silencio no sirve a nadie, por eso debemos proclamarla para que el universo se cargue de energías positivas. Cada día debemos manifestar nuestro agradecimiento por los dones recibidos ya sea por la naturaleza, por Dios o por el prójimo; la gratitud, como el amor, son otros de los nombres de la Divinidad. El agradecimiento devuelve al cosmos una palabra que el Verbo nos otorgó para Ser en el mundo y Ser en la palabra. Nunca olvidemos que la gratitud, como el amor, también mueve el mundo. Acción y palabra igual a energía. No olvidemos que los dichos populares son sabios y, desde hace muchos años, circula uno que dice: los reconocimientos tienen que ser en vida, “en vida, compadre, en vida”.

Eduardo Galeano afirma: «Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos. La literatura también es eso: una red de voces que se sostienen unas a otras».

Escribir es un acto de resistencia.

Sin embargo, y esto es lo importante, no podrás triunfar si te falta talento, pasión y perseverancia que, con los años, se entrelazan como los hilos de una trama en la vida del escritor. El talento es la habilidad de ver el mundo con ojos únicos, de transformar lo cotidiano en extraordinario; es la semilla que debes cultivar. La pasión es la tierra que fecunda la semilla y la impulsa a crecer, la necesidad obsesiva de contar historias, el desasosiego ante la página en blanco. Sin ella, el talento carece de dirección, un barco a la deriva en un mar de ideas. Escribir es un acto de resistencia y solo los que perseveran sobreviven; es la fuerza interior que nos sostiene frente al rechazo y a nuestras propias dudas. En literatura, el talento abre la puerta, la pasión ilumina la imaginación y la perseverancia es el camino. Sigue estas sugerencias y, con algo de suerte necesaria en todos los oficios, trascenderás a la página y tus escritos serán memoria impresa. Como lo afirma Toni Morrison: «Escribir es un acto de resistencia, una forma de desafiar al mundo y dejar una huella duradera en él». Y otro de Virginia Woolf: «La verdad es que escribir constituye el placer más profundo; que te lean es sólo un placer superficial».

Para concluir este texto, un consejo de Roberto Bolaño: «La literatura se parece mucho a las peleas de los samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái; pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tiene el valor, sabiendo previamente que va a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura». Por si acaso, si deciden ser escritores, búsquense un oficio, una profesión o un negocio que les permita tener un ingreso económico. No olviden la recomendación de Jules Renard: «Escribir es el único oficio donde nadie te considera lunático si no ganas dinero con ello» y esa es la mayor ganancia a la que los escritores podemos aspirar.


[1] https://www.la-razon.com/escape/2022/01/02/con-licencia-para-leer-009-escritores-bolivianos-con-agente/

[2] https://scielo.isciii.es/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0211-57352013000100005

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