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¿Cómo encuentra a Bolivia el Año del Bicentenario?

¡Qué hermoso hubiera sido que el festejo de las Fiestas Patrias de este año tuviera una connotación diferente para el país! ¡Que nos hallara a los bolivianos unidos, hermanados con una visión de progreso! ¡Qué emocionante hubiera sido cantar el himno a Bolivia a una sola voz y con un solo corazón, disfrutando su progreso! ¡Maravilloso hubiera sido que este tiempo de júbilo nos encontrara sin heridas, rebosantes de alegría y con la fe puesta en un futuro cada vez mejor!

Pero, no, no hemos llegado a ser, lo que después de tanto tiempo pudimos serlo: Un país próspero, en paz, sin corrupción, con estabilidad, un alto crecimiento y sostenibilidad que haya derrotado la pobreza con la actividad empresarial -productiva, comercial y de servicios- generadora de empleos dignos e ingresos seguros para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos.

Mucho tiempo ha pasado y duele el alma ver un país dividido, con hijos que se olvidaron de abrazarse o migraron al exterior buscando un mejor destino lejos de su casa, con gente que cambió el canto por el llanto y la alegría por el dolor, lo que debería hacernos entender que construir el porvenir solo depende de nosotros.

Recientemente escribí que, así como el tiempo pasa inexorable para el ser humano y llega el momento de cumplir años, de igual manera ocurre con los países, que celebran cada año su aniversario, para el caso, el 6 de Agosto de 2025 se conmemora el Bicentenario de la fundación de la República de Bolivia: 200 años de vida, de una agitada historia, de logros y hazañas, pero también, de sueños fallidos, de sufrimiento y de lecciones aprendidas que no acaban de asimilarse para forjar un mejor país.

Muchas han sido las buenas intenciones de las varias decenas de gobernantes que ha tenido Bolivia a lo largo de su historia, queriendo sacarla de su postración económica, intentando para ello diferentes formas de administrarla, pero, en ausencia de una visión coherente de largo plazo y de políticas de Estado que trasciendan los intereses político-partidarios y las consignas ideológicas, las estrategias de desarrollo se han fundamentado, la mayor parte de las veces, en la explotación de los ingentes recursos naturales que dispone el país, sin que ello haya servido para provocar un verdadero y perdurable cambio en la calidad de vida de la gente, como objetivo central de la política pública.

Basar las posibilidades de desarrollo en la atávica práctica de explotación y exportación de recursos naturales extractivos, no renovables y sin valor agregado, lleva a transitar un sinuoso y esquivo camino, derivado de las altas y bajas de crecimiento asociadas a los ciclos económicos y al vaivén de los precios internacionales de las materias primas, llegando a la alta vulnerabilidad que producen los modelos extractivistas al depender del rentismo, como históricamente ha ocurrido con el país a partir del oro, la plata, el estaño y, contemporáneamente, otros pocos minerales, para luego variar hacia los hidrocarburos, a partir de los años ´70, sin que nada de ello haya podido consagrar un virtuoso y perdurable cambio estructural en lo económico y social.

Es bien sabido que los recursos extractivos no renovables, aparte de generar economías de enclave, producen fugaces éxitos, pero también, prolongadas crisis que, en lugar de provocar un cambio profundo en la vida de las personas, a través de la mejora sustancial de la educación, la salud y el acceso a oportunidades de empleo digno, más bien, generan lo contrario, con graves derivaciones no solamente de orden económico y social, sino, también, políticas.

Es doloroso decirlo, pero el Bicentenario del 6 de Agosto de 2025 encuentra a Bolivia en una delicada situación que amerita una profunda reflexión sobre el devenir de su historia, pero además, los desafíos que debe enfrentar a futuro.

Ojalá que tan trascendental ocasión no se limite a celebraciones simbólicas, por el contrario, es de esperar que pase a ser un punto de inflexión para repensar las cosas en función de forjar un país próspero y sostenible, donde el beneficiario principal y el primer actor del desarrollo sea el ser humano, en aras de superar las dificultades de hoy cuya expresión principal son la pobreza, la inestabilidad, la alta informalidad, la precariedad del trabajo, el deficiente acceso a una buena educación y salud, la inseguridad jurídica y la desunión entre los bolivianos.

Necesitamos un país donde, superando las limitaciones ideológicas, ni se sacralice al Estado ni se satanice al mercado, ambos tienen un adecuado rol por jugar. La ancestral y la reciente historia vivida debe llevar a reflexionar sobre qué se hizo bien, qué no se hizo, pudiendo haberlo hecho, y qué se hizo mal.

Solamente a partir del reconocimiento de los aciertos y errores se podrá construir ese grandioso país con el que soñamos para nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos: Una Bolivia digna, productiva, exportadora y soberana.

¡¡¡Felicidades, Bolivia, te abrazamos y bendecimos en tus 200 años de vida!!!

Gary Antonio Rodríguez es Economista y Magíster en Comercio Internacional

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