La reciente trifulca arancelaria entre las dos primeras potencias económicas mundiales -los Estados Unidos de América y la República Popular China- no podía pasar desapercibida, definitivamente, no solo por su severo impacto sobre el comercio internacional, sino, por las lecciones aprendidas que deberían ser asimiladas en materia de comercio y diplomacia, más allá de la ideología, muy especialmente, si, tras las difíciles negociaciones entre estos países, diferenciados entre capitalismo y comunismo, pudieron llegar a un acuerdo para seguir comerciando entre sí. ¿Por qué y cómo lo hicieron? ¡Simple! Porque el comercio es vital para el desarrollo y en función de ello, operó la diplomacia económica.
En efecto, si hay un país que en verdad aplica lo que el Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE) permanente reclama para Bolivia -la necesidad de una diplomacia económica, esto es, el trabajo que los gobiernos desarrollan en su relacionamiento internacional para atraer inversiones, colocar capitales, abrir oportunidades de exportación e integrarse al mundo a fin de promover los intereses económicos del Estado- ese país es la República Popular China que en poco tiempo pasó de ser un país periférico a encumbrarse como la segunda potencia del orbe.
Y es que, nada puede beneficiar más a un país, que la diplomacia asociada al comercio, porque, como alguien dijo, la historia del comercio es la historia del progreso de la Humanidad, tan sencillo como eso, aunque muchos no lo entiendan.
Una muestra de ello es la creciente presencia económica y comercial de la China en casi todos los rincones del planeta, al extremo que más del 70% de los países del mundo tienen hoy como su principal socio comercial, nada más y nada menos que -más allá de la ideología- a la China comunista, esto, gracias al pragmatismo y lo hecho en materia diplomática y económica por el dragón asiático.
El año pasado, por ejemplo, el Presidente de China realizó un largo periplo por Sudamérica durante más de diez días, a fin de tomar contactos del más alto nivel con Presidentes y autoridades de diferentes países, sentando una presencia activa en foros multilaterales importantes como APEC y la Cumbre del G-20, además de su muy comentada visita al Brasil, portentoso socio comercial y estratégico como proveedor de alimentos, pero además, un creciente mercado destinatario para los productos chinos y una importante plaza para las inversiones de empresas de ese país, lo que con seguridad devengará los resultados previamente determinados.
Es que, habiendo dos tipos de diplomacia -la clásica, que tiene que ver con lo protocolar y la política para el relacionamiento formal de las naciones- y la diplomacia económica, que apunta a generar negocios, en el entendido que las inversiones y el comercio son vitales para el desarrollo, China combina ambas cosas con un predominio de lo segundo, capitalizando oportunidades de compra de materias primas, insumos y alimentos para su consumo, pero también, la venta de sus manufacturas con alto valor agregado, al mismo tiempo que abre mercados para sus empresas de servicios e inversionistas apuntando todo ello, desde la geopolítica y la geoeconomía, a una creciente presencia de la China en el mundo.
Con tanta actividad y el fino cálculo diplomático de ese país, en lo que hace a Sudamérica, p. ej., es de esperar una crecida del intercambio comercial, y la construcción del colosal puerto en Chancay, Perú, es la fehaciente muestra de su inteligente geoestrategia. Como la China sabe lo que hace y hacia dónde apunta, con seguridad que los acuerdos formalizados en la visita del Primer Mandatario chino se cumplirán, Dios quiera, entre ellos, la posibilidad de que Bolivia pueda ser parte de un nuevo corredor interoceánico entre el Pacífico y el Atlántico que resultaría de gran beneficio para el país y el comercio intercontinental América-Asia.
La visión futurista de un mundo más integrado, donde las complementaciones productivas, de inversión y comerciales apuntalen las potencialidades de desarrollo de los países motivó el ingreso de China al sistema multilateral de comercio, que se dio en el año 2001; a partir de hí, muchos países se beneficiaron con una mayor relación comercial, así como también por la posibilidad de una mejor complementación económica a través de la inversión y la tecnología, fruto de la suscripción de tratados comerciales bilaterales de última generación.
Que la diplomacia y el comercio apunten al objetivo del desarrollo es algo definitivamente deseable, mucho más si en ello participa activamente el sector privado, siendo que la sostenibilidad y la inclusión de las que tanto se habla, son dos aspiraciones que nadie en su sano juicio debería rechazar, a lo cual puede aportar el comercio como instrumento para el desarrollo, bajo la consigna del IBCE de que promover lo “económicamente viable, ambientalmente sostenible y socialmente responsable”, coincide con la aspiración del tan ansiado desarrollo humano a escala global.
Gary Antonio Rodríguez Álvarez es Economista y Magíster en Comercio Internacional