María Alicia Pino
Coincidir 70
Hay una esperanza que vino a conversar conmigo hoy. Me habló de la tierra, de mis células, del recuerdo de una mañana cuando el mundo era tan inmenso como la vida que me esperaba. Me habló de los ríos que nacían desde una gota que lloraba el cielo. Me dijo que ella estuvo presente mirando desde las alturas el viaje de los elementos químicos hasta apilarse en el mar y los valles; me contó que la invitaron a ser el color que inundara las aguas del planeta naciente. Anoche me dijo que el futuro vendrá del mar. Yo vi a los árboles levantar sus raíces y caminar junto a las aguas. Los pájaros vienen del sur. Amanece y la biodiversidad despierta. No hay una sola hoja dormida cuando canta el ruiseñor. ¿No escucháis el viaje de los ríos subterráneos, la erupción de los volcanes del centro de la tierra; no pulsa tu corazón al mismo tiempo que el mío? ¿No sientes el latir de los millones que laten la tierra ahora mismo y que conocen su hacer para la evolución de todos? ¿Acaso podemos suponer que hemos olvidado? ¿Acaso esa célula que con tanto esfuerzo llegó a ser universo, murió? Es la misma, la misma que canta el fagot del concierto de Aranjuez, la misma que besa a tu hijo por las mañanas, la misma que seguirá acá cuando nosotros seamos sólo un recuerdo, la misma que cierra sus ojos a la devoción de la mañana. La célula que soñó ser humanidad viaja en la sangre, los ríos, el árbol aún semilla, el hombre que muere, la niña que nace, el agua de las calles, la pupila del violador, la inspiración, la pausa al centro del silencio, el orgasmo, el amor que resucita en los ojos de las madres nuevas, en la canción, en el poema, la delicada línea de óleo, la musculatura danzando el equilibrio. La misma célula se autogenera, reproduce y sostiene por sí misma, somos puente de su inmortalidad. Por ello, me dijo hoy la esperanza, un sistema de autoprotección defenderá nuestro existir, por el sólo hecho de que somos lo mismo, una misma biología diversificada, una misma célula que viajó el universo, sólo para Co.incidir.
Co.Incidir 75 (COVID)
Nadie dijo nada. Todo fue silencio. Eras el novísimo, el que germinaba a última hora, el que viajaba en el útero de las alas negras.
Luego el grito, la muerte. La madre agonizante miraba el negro de tus ojos, la oscuridad de una despedida. Fuiste minúsculo saltando de rama en rama, de pueblo en pueblo, enloquecido, abandonado. El mundo era un sitio demasiado extraño para navegarlo a solas. Demasiado oscuro para permanecer quieto. Nadie te habló de los segundos, de las distancias, de la necesidad del otro. Nadie te dijo que los puentes yacían muy lejos y no había forma de llegar a ellos.
Las paredes húmedas y oscuras soportaban tu espalda huérfana. Asomaste para verificar que nadie acontecía, que ninguna huella dejarías en tu huida. Sabías, por intuición soberana, que el país de los cientos de millones sabría encontrarte y acabar contigo. Pequeño, asustado, sin madre que llevara tus pasos, explotaste de tristeza.
La soledad es mala consejera.
Y allí fuiste, sin sospechar que era tan fácil rendirse, caer en los brazos de cualquiera, poner tu carita en el pecho y dormir hasta que el amanecer resplandeciera. Sólo que olvidaste que no tenías nombre, que jamás se te regaló una mirada, que ni labios ni cabellos ni la ligera curva de una cadera verías reflejada en ningún espejo. Tu cuerpo sombrío era una gota, una especie de punto aparte, ventiscas soplando la flor del diente de león hasta sembrar de cipselas la noche.
No sabías por qué caían uno a uno a tu paso. Los hombres eran algo así como soldaditos de plomo inestables, castillos de arena, cristales de calcio derritiéndose en los dedos. Llevaste la maldición de la noche, los tristes cuentos que sólo caben en la memoria de los asesinos. Nada era tuyo, en el infierno tu tránsito era inofensivo. Tú no eras el peligro. Los que liberaron las puertas clandestinas, los que llegaron lejos, los que no respetaron la tierra bendita de tu especie, ellos traspasaron la línea prohibida, ellos liberaron el infierno. Tú sólo viajabas en las alas negras de tu madre, la corrupta, la oscura, la violada, la que viste morir en las fauces de los buitres que destruyeron la capa de ozono en menos de 50 años.
El resto, es tránsito de muerte que no elegiste; sólo veo el miedo asomarse primero en tu corazón ínfimo para luego vaciarse inauditamente sobre el mundo.
Nadie sabe cómo llevarte de regreso. Tú continúas buscando el corazón de tu madre en las células de todos nosotros.
Hoy estamos confinados sólo para que tu orfandad se perpetúe. Nuestra cárcel nunca será tu libertad.
Co.Incidir 86
¿Habrá un amor pendiente, un beso, la caricia inicial, el caminar recordando? ¿Eso que evapora los vestidos, que roza la punta de los dedos, que te hace leve? ¿Estará por ahí ese recuerdo, su vida inicial, su envergadura? Un abrir la puerta y entrar al abismo, a tus ojos, a tu pecho. El abrazo que no encuentra, el beso que no existe, y la levedad, la infinita y deliciosa levedad que dio paso a la prisión y la muerte. Envejeceremos en medio de la peste. Nos volveremos ancianas mirándonos hacia adentro. La bella, la que salía de tu cuarto emanando memoria de viajes a los siete cielos, a la avenida de cipreses conteniendo el vuelo mientras clamabas piedad y olvido; la bella que salía de tu cama antes que se derritiera el deseo, y llovía huidas, indiferencia y oraciones que apagaran el hechizo maligno de amarte tanto; esa bella hoy habita tan lejos de tu tumba y va perdiéndose en los años que no quisiste acompañar, va debilitando la osadía, sus brazos azules y la falda que incendiabas al final de la noche. Tu maldita costumbre de culparme de críptica e incomprensible entenderá ahora, que estás tan muerto, dónde se repetía mi poesía, qué eco respondía al final de la frase, porque ello habita en el mundo de los muertos. Por eso elegimos esta peste, porque tú te irías antes y no sabrías qué hacer sin mí. Por eso elegimos esta peste que tú no conociste, la peste que nos hizo viejos antes de tiempo, la que nos llevará a solas, ahogándonos, sin asombro, porque todos estaremos muertos y seremos quizás algo de lo que hablen en algún siglo que no imaginamos, porque la peste y tu ausencia nos hace desear volar hasta donde mueren los vivos y hasta donde viven los muertos.