De: Homero Carvalho Oliva / Para Inmediaciones
Las ciudades, imagen y semejanza de los seres humanos, encierran misterios, alegrías y naufragios. De las muchas ciudades que visité, aprendí que son mucho más que sus representaciones y sus imaginarios urbanos; cuando se llega a una de ellas es mejor no preguntar adónde ir, sus habitantes están tan acostumbrados a mirarlas que ya no ven ni sienten el cuerpo de la ciudad que recorren, creen que las tienen en su memoria y en su imaginación y no recuerdan las estrías en las veredas, el rumor de los árboles en los parques, el color de las flores en las jardineras, ni perciben los secretos que ocultan las puertas entreabiertas. Es mejor no saber nada de ellas, despojarse de las certidumbres que nos impiden conocerlas como auténticamente son.
Si nos atrevemos a conocerlas, debemos hacerlo sin brújula en la mano, caminando por ellas como si estuviéramos perdidos, deambulando por sus calles, avenidas y parques. Recorrerlas dispuestos a que las ciudades se revelen ante nuestros ojos. Que nuestros ojos se vuelvan parte de la urbe, descubriendo edificios, jardines y puentes, que hemos ido construyendo como si fuéramos dioses.
Asombrándonos cuando un monumento nos hable, cuando un parque nos ofrezca una hoja amarilla que cae lenta desde la copa del árbol, sonriéndole a la niña que juega con un volantín y devolviendo la gentileza al anciano que, sin conocernos nos saluda, sencillamente porque en su época todos eran conocidos. Así descubriremos que hay ciudades bellas a toda hora, otras que lo son en la alborada, también existen las que resplandecen al mediodía entre el bullicio de su gente, las que salen al mundo en el crepúsculo y las que viven iluminando la noche.
Debemos buscar en las ciudades los lugares sensoriales que la gente visita cotidianamente, sin saber que son wakas urbanas, donde se percibe la otra realidad, la que fluye del infinito. El centro de las ciudades, el casco viejo, es el lugar sagrado por antonomasia, así lo entendieron los fundadores al tomar posesión del lugar y ser habitados por este. Esos lugares sagrados son, además de las iglesias a las que se debe ingresar sin los prejuicios religiosos (sin pedirle nada a nadie), los cafés, que son comarcas orales en las que se manifiesta la verdadera naturaleza humana: el diálogo; asimismo los museos que guardan la memoria del mundo y los teatros donde la gente se vuelve persona y muestra su verdadero rostro; así como son sagradas las plazas públicas en las que la energía de los jóvenes se trasmite a los ancianos que acuden allí para sentirse mejor pensando que pueden escapar del acecho de la melancolía. No desperdiciemos la oportunidad de conversar con uno de ellos, porque ellos son la ciudad como nosotros somos el viaje.
En la ciudades también podemos encontrarnos a nosotros mismos, sin embargo no debemos buscarnos en los frágiles cristales de las vitrinas, sino visitar los mercados de viejo, en ellos hallaremos la herencia de otras ciudades y ese legado nos dirá cómo es la ciudad que nos acoge; esas antiguallas son los signos que revelan el carácter de sus habitantes, buscar especialmente los libros que ya fueron leídos y los que, pese a los años, nunca fueron abiertos, que yacen abandonados esperando que alguien les dé el soplo que los resucite; en uno de ellos estará la ciudad escrita que es más real que la que pisamos y estaremos nosotros con nuestros verdaderos nombres, diciendo una oración que nosotros mismos queríamos decirnos pero no encontrábamos las palabras para hacerlo. Hay muchos caminos para llegar a estos lugares y cuando lo hagamos, simplemente, sintámonos cómodos y pensemos a la ciudad hasta que deje de ser la ciudad que hemos visto y nos permita ver a todas las ciudades que la habitan: la ciudad de los poetas, la de los guerreros, la de los filósofos, la de los jardineros, la de los obreros, la de las madres que amamantan a las futuras ilusiones y la de las muchedumbres que se rebelan, toda ciudad es una y es otra y es también la ciudad que los inmigrantes y los viajeros llevan (no olvidemos que nosotros somos la ausencia de la ciudad que llevamos), entonces su memoria será nuestro recuerdo y lo demás vendrá por añadidura. Vendrá la poesía que es la revelación del ser, porque donde se manifiesta la poesía se revela el ser.