Por: Miguel Sánchez-Ostiz / Para Inmediaciones
Contento y agradecido. Agradecido a su editora, Pilar Rubio, de La línea del horizonte, porque ha creído en ese libro de patiperreo urbano por La Paz, una ciudad que me seduce como ninguna otra lo ha hecho hasta ahora, ninguna; y contento porque salga en España la edición de un libro que se publicó el año pasado en Bolivia, por la editorial 3600, con éxito, y que fue desdeñado aquí por motivos poco claros, lástima.
Para la edición española he hecho las correcciones pertinentes porque el lector no es el mismo: no le vas a explicar a un paceño obviedades, porque eso es una grosería, y a un español no puedes dejarle in albis con detalles importantes que le resulten incomprensibles por desconocidos y no solo por el léxico empleado. Bolivia es la gran desconocida, me temo, es un mundo que el español debe descubrir con la certeza de que va a quedar deslumbrado –Maravillosa Bolivia, tituló Gecé su crónica post MNR, del maravillarse hablaban Pablo Cingolani y Gastón Ugalde– y no solo por sus paisajes y folclore. Un país, una ciudad, siempre son mucho más que eso.
Confío en ese libro porque su editora confía en él y porque está escrito con la pasión que contagia una ciudad y un mundo, La Paz, Bolivia, del que me siento inseparable. Bolivia forma parte, no ya de mi imaginario literario, sino de mi vida. Espero que haya resultado, como me decían con sorna inútil hace años, «un libro muy tuyo».
Obviamente en Chuquiago. Deriva de La paz me he quedado corto porque es el resumen de diez viajes a La Paz en los que hubo de todo. Como digo al comienzo de mi crónica: si una vida no es suficiente para conocer la propia ciudad, para rato vas a conocer esa en la que por fuerza estás de paso. Siempre habrá un rincón, un callejón, un boliche, una tiendita, un mercado, una casera, una comida al paso, un tipo humano que no hayas conocido, porque una ciudad sin sus gentes no es nada, un mero decorado. Las ciudades cambian, como lo hacen sus luces, y también cambian nuestros humores y miradas. La Paz no es una excepción, y claro que cambia, a veces de manera vertiginosa, a la par que tú envejeces. Te duele, por ejemplo, ver su patrimonio arquitectónico en peligro, cuando no derribados lugares que fueron escenarios de episodios de tus andanzas, pero contra eso poco puedes hacer o no otra cosa que seguir con una crónica incesante que se queda obsoleta porque la ciudad está más viva que tu escritura.
Escribe la editora:
«Si hay una ciudad amada en las geografías vitales de Sánchez-Ostiz, sin duda es esta Chuquiago, el nombre aymara de la capital boliviana, a la que va y viene desde 2004. Una ciudad de barrocos excesos, de realidades inabarcables, de acumulativa humanidad que impregna sus calles como trazadas a cordel. Recuerda el autor que Gómez de la Serna la hubiera bautizado como cataclismática. Así son estas derivas por sus laberintos callejeros en medio de un griterío inacabable donde bulle la vida de sus habitantes, así como la de un puñado de personajes inolvidables. Aquí la realidad es pura fantasía, nos recuerda el autor, «¿para que inventarse mundos imaginarios si están en La Paz?». Pura vida.»