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Chihuanco

Marcia Alicia Romero Orosco

Con los primeros rayos de sol, tejía sus negras trenzas cantando versos de esperanzas y promesas de emprender su anhelado viaje. Por las noches, al despeinar sus cabellos, desataba su imaginación, como el ave que despliega sus alas en su primer vuelo.

Imaginaba sentirse sobrecogida ante la exhibición de la naturaleza que  pinta con acuarelas, paisajes de valles, montañas y espejos de agua ; oír las melodías transportadas por el viento de los  charangos, konkotas y jula julas, deleitarse con aromas frutales, o de lluvia fresca sobre la hierba, tomarse una chicha, un guindado o un vino, o simplemente sumergir los pies desnudos en las aguas  de un río al contacto con piedras boleadas, contemplar ocasos dorados, noches encendidas y amaneceres luminosos; danzar y cantar interminablemente las tonadas y zapateos de los huayños, fandangos y jailliris, una ambrosía extensa de sensaciones  que terminaba en lágrimas amargas de realidad regadas por la almohada.

Transcurrieron densas estaciones sin haber traspasado el umbral hacia sus anhelos, hasta que una noche de tormenta ella contempló su imagen desgastada por el tiempo en el empañado ventanal:  los ojos secos y marchita la piel y decidió pedir al Señor del Rayo un aliado y compañero que le ayude a emprender su anhelado éxodo.

Esa misma noche, emergió de la tierra morena, un hombre moreno, de armada espalda cubierta con una densa capa y mirada de tribulación que, avanzando en dirección a ella, con paso resuelto, irradiaba misterio y un encanto arrasador.   En un cruce de miradas capaz de fundir el metal más puro, ambas almas se reconocieron de tiempos inmemoriales, ella le extendió su mano con absoluta entrega y envueltos, entrelazados se perdieron al golpe de un estruendo que sacudió el silencio de la noche primaveral. En su lugar, solo quedó una piedra- rayo, como testigo de su ignorada existencia.

Aquel hombre era un aysiri, solitario y fiel servidor del Señor del Rayo y ella una ñusta de la luz, ambos, seres de naturalezas contrapuestas que, en otro tiempo sufrieron desdicha y castigos por atreverse a materializar su amor. El Señor del Rayo, conmovido por la pureza de corazón y las lágrimas derramadas por la ñusta, decidió juntarlos en este tiempo presente, siempre y cuando ella sea despojada de su forma humana, es así, que el Aysiri, que la amaba devotamente, la convirtió en chihuanco, ave solitaria y de oscuro plumaje, que interpreta un singular y melodioso canto que muchas veces anuncia infortunio.

Ahora, ambos gozan de dicha plena: de día, el chihuanco vuela por todos los lugares que anheló conocer en su vida humana, cantando su historia y por las noches, regresa al lecho del aysiri que tiene su corazón, para acompañarlo en este mundo hasta el final de sus días.

Reseña del autor:

Marcia Alicia Romero Orosco, abogada, gestora cultural, artista escénica boliviana, describe en sus letras la vasta riqueza cultural.

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