Homero Carvalho Oliva
En menos de un año de iniciada la lucha guerrillera, Ernesto Che Guevara, el legendario comandante, que había fracasado en el Congo, logró triunfar en Bolivia. Su lucha iniciada el 3 de noviembre de 1966, finalizó el 9 de octubre de 1967, en La Higuera, provincia de Vallegrande, departamento de Santa Cruz, con la rendición incondicional de las Fuerzas Armadas de Bolivia, que estaban al mando de su Capitán General, el presidente René Barrientos Ortuño.
La victoria, pese a los pronósticos de los estrategas de la guerra, se produjo luego de que miles de mineros, universitarios y dirigentes sindicales del campo, de las fábricas, del magisterio y de los mercados populares, decidieron apoyar la lucha de Guevara y sus 47 guerrilleros y tomaron las ciudades de este país en el corazón de Sudamérica, bloquearon calles, asaltaron cuarteles y comandos policiales, quemaron sedes de partidos políticos de derecha e invadieron medios de comunicación “serviles al gobierno fascista”. “Las masas insurrectas cambiaron el rumbo de la historia”, aseguró un dirigente fabril.
Los militares y civiles, comprometidos con el gobierno de Barrientos, salieron huyendo de Bolivia en sendos vuelos comerciales hacia los Estados Unidos de Norteamérica, México y otros países que les brindaron asilo. Escapar en aeronaves ya era una práctica frecuente de los políticos bolivianos, el mismo Barrientos, que derrocó, unos años antes, a Víctor Paz Estenssoro, de quien era su vicepresidente, lo obligó a salir de prisa y le deseó alas y buen viento.
Un yatiri, de Charazani, el pueblo de los Kallawayas, herbolarios viajeros, portadores de una gran sabiduría ancestral, vaticinó que, en el lejano siglo veintiuno, un presidente de origen gringo y otro aymara también huirían volando.
La entrada de los valerosos barbudos a la ciudad de La Paz fue apoteósica, al lado del Che estaba Inti Peredo y los combatientes cubanos que habían sobrevivido al cerco del ejército pro imperialista; miles de personas, obreros, campesinos, estudiantes de colegio, universitarios, empleados públicos, vendedores de mercado y hasta niños y niñas con guirnaldas lo esperaron en la ceja de El Alto para darle la bienvenida; debajo de un arco plata armado con objetos de platería y flores, una poeta leyó un poema épico comparando al Che con Alejandro Magno y, luego, la masiva caravana, al son de bandas de músicos que interpretaban boleros de caballería, lo acompañaron hasta la Plaza Murillo para que hiciera su triunfal ingreso al Palacio de gobierno. El recibimiento solo fue comparable con el de Simón Bolívar, a la ciudad de La Paz, el 18 de agosto de 1825; el de Mao Zedong, el 1 de octubre de 1949 a Pekín, para proclamar la República Popular China y el de Fidel Castro, el 1 de enero de 1959, a La Habana; “ya para qué nombrar el ingreso de Lenin a Petrogrado”, se resignó un asombrado periodista radial. El Che, aclamado por las multitudes, hubiera preferido entrar a caballo, pero tuvo que contentarse con un jeep militar descubierto que se llenó de flores, serpentinas y mixturas ofrendadas por la gente, la mayoría curiosos que querían ver de cerca al famoso guerrillero.
Guevara juró como el primer presidente de la nueva República Andina Socialista Comunitaria, cuya Constitución Política, aprobada semanas más tarde, se sustentaba en el marxismo y, a sugerencia de algunos intelectuales que veían la necesidad de arrebatarle las bases indígenas al pacto militar campesino del expresidente Barrientos, tomó como suyas las tesis de Fausto Reinaga, pensador boliviano indígena que sostenía la necesidad de la revolución india, así como las propuestas de José María Arguedas, el gran teórico peruano, cuyo pensamiento indigenista convocaba a intelectuales de izquierda de ese país y de Latinoamérica.
En su discurso de posesión, que duró varias horas tal como acostumbraban sus colegas socialistas, pleno de arengas populistas y citas de los teóricos del marxismo, prometió que Bolivia sería el primer Vietnam porque vendrían otros, hasta que el imperialismo norteamericano fuera derrotado y desaparecieran las clases sociales de la faz de la Tierra y, por recomendación de su asesores (si eso era posible), incluyó una cita de Arguedas: “Ahora la palabra indio me parece que ya tiene un sustento más justo, un contenido más justo; indio ya quiere decir hombre, económica y socialmente explotado y, en ese sentido, no solamente todos somos indigenistas, todos somos indios de un pequeño grupo de explotadores”.
En la posesión estuvieron Fidel Castro, de Cuba; Liu Shaoqi, de la República Popular China; Leonid Brézhnev, de la URSS; Kim Il-Sung, de Corea del Norte y todos los mandatarios del bloque socialista, incluso muchos de los países no alineados. Su primer gabinete estuvo integrado por reconocidos intelectuales y dirigentes de partidos de izquierda de todo el mundo, “porque los verdaderos revolucionarios no conocen fronteras, invento del capitalismo salvaje y depredador”, entre las más destacadas personalidades se encontraba el francés Régis Debray, que ocupó la cartera principal del recién creado ministerio de culturas, bautizado en plural por la diversidad universal culturas.
Los escritores y poetas más famosos del mundo escribieron poemas, novelas y biografías del Comandante de América; los pintores multiplicaron sus retratos como Jesús había hecho con los panes y los cantantes de protesta, que integraban la Nueva Trova latinoamericana, compusieron sus mejores melodías y canciones para inmortalizar al héroe de Los Andes. Una nueva era comenzaba para los rebeldes del mundo entero.
La famosa fotografía, que Alberto Korda le había tomado al Che Guevara, en 1960, en la plaza de la Revolución de La Habana, fue patentada por el país andino, el monopolio lo tuvo el Estado socialista y se convirtió en una de las principales fuentes de ingreso para Bolivia. La célebre imagen, una de las más icónicas del siglo XX, se reprodujo en todo tipo de materiales, objetos y soportes y se volvió omnipresente en calles, avenidas, parques, plazas, paseos urbanos y rurales, locales comerciales, edificios, baños públicos de Bolivia, así como en las universidades de Latinoamérica y de África.
Guevara decidió trasladar el palacio de gobierno, del centro de la ciudad de La Paz a un barrio denominado El Alto, aprobó la construcción de un edificio de veintiocho pisos, con helipuerto incluido, además de salas de reuniones, oficinas, un “war room” y habitaciones para hospedar a los revolucionarios de todos los confines, que visitaran al presidente de los bolivianos; mientras se terminaba el edificio, similar a un ciclópeo monolito de inspiración tiwanacota y de la tendencia del realismo socialista de los monumentos de la Unión Soviética, que subordina el arte a la política, seguiría gobernando desde el Palacio Quemado que, según su promesa, se convertiría en museo de la Revolución y el escenario de actos oficiales protocolares, como reuniones con mandatarios de otros países y líderes de los movimientos sociales y partidos de izquierda de todo el planeta.
Eligió El Alto porque, pese a que era un pequeño vecindario, con casas de adobe y techo de calamina, el aeropuerto internacional de La Paz estaba allá y la colosal edificación sería lo primero que verían los viajeros que aterrizaran allí, para luego descender a La Paz. El edificio tenía que ser tan imponente que hiciera olvidar a los visitantes y turistas de la majestuosidad del Illimani, la montaña que protege a la ciudad de La Paz. Allá también se construyó la Plaza de la Revolución y, por decreto revolucionario, se levantaron monumentos al Comandante del mundo libre en ciudades, pueblos y comunidades bolivianas; en la capital cruceña se reemplazó al argentino Ignacio Warnes por el argentino universal que estaba transformando el mundo tal como lo había propuesto Carlos Marx, cuyo barbudo retrato fue colocado al lado de la imagen de Simón Bolívar en todas las oficinas públicas y escuelas del vasto territorio nacional. El Che fue honrado con el título de Doctor honoris causa en las universidades nacionales y en muchas extranjeras.
Los mineros, protagonistas del triunfo, al igual que otros sectores sociales, se subieron los sueldos al nivel de los ministros, los obreros tomaron las fábricas y las expropiaron, los campesinos que aún no tenían tierras se las arrebataron a los terratenientes, los que no poseían vivienda ocuparon los departamentos y casas de propietarios que tenían más de un inmueble, las universidades y escuelas impusieron el estudio de la teoría marxista en todas las carreras y el Diario de campaña fue texto oficial para los alumnos de primaria y secundaria, el Estado controló la economía estatizando industrias y los ricos tuvieron que salir huyendo en vuelos charters; mientras tanto el Gobierno Revolucionario del Pueblo (GRP) incautó las mansiones de los millonarios y las repartió entre los militantes del partido único.
Los trotskistas se impusieron en las dirigencias sindicales y, pese a que los senadores y diputados, aprobaron una ley nombrando a Ernesto Guevara, como el “Libertador de la Segunda Independencia de Bolivia”, no pudieron evitar que cerraran el Honorable Congreso Nacional y convirtieran el Palacio Legislativo en la sede de la Asamblea del Pueblo, experimento similar al Soviet Supremo de la URSS, que el disputaría sin tregua el poder al presidente. Los parlamentarios fueron echados a la calle y sometidos al escarnio público, raudamente, pasaron de Padres de la Patria a Hijos de su Puta Madre.
La primera ley aprobada por la Asamblea, integrada por representantes de los trabajadores bolivianos, fue el salario mínimo vital con escala móvil que aumentaba automáticamente los sueldos y salarios cada mes; para satisfacer tantas demandas económicas el Estado imprimía más y más billetes para que todos tuvieran dinero en sus manos. Para el Che fue como un déjà vu ver tantos billetes porque le recordaron su firma en los billetes cubanos cuando, en 1959, fue presidente del Banco Central de la isla rebelde.
Los maestros urbanos y rurales disminuyeron el periodo anual de clases de doscientos a cien días, suficientes para concientizar a los nuevos soldados de la revolución democrática y cultural. Las “ratas fascistas y los esbirros del imperio”, que no lograron escapar a tiempo, fueron fusilados después de juicios sumarios en las plazas mayores de las capitales departamentales y los homosexuales y lesbianas fueron encarcelados para reeducarlos en la moral revolucionaria. Las gloriosas fuerzas armadas de Bolivia se vieron obligadas a cambiar su centenario e insípido lema de “subordinación y constancia”, por “Patria o muerte; venceremos”, el aguerrido grito de guerra de los guerrilleros del Ejército de Liberación Nacional, fundado por Guevara y sus guerrilleros en la sierra boliviana.
El Che justificó las drásticas medidas afirmando que eran muy necesarias para crear el “hombre nuevo”: “Hay que endurecerse sin perder jamás la ternura” y luego remató: “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar”.
La historia se reescribió, se cambió la fecha de nacimiento de Tupac Katari para ubicarlo en la Guerra de la Independencia, los patriotas guerrilleros de la gesta libertaria se convirtieron en precursores de la guerrilla revolucionaria del Che, Simón Bolívar fue considerado un adelantado en varias décadas al Manifiesto comunista de Marx y Engels y la Revolución Nacional de 1952, la segunda de América latina después de la México y anterior a la cubana, supuestamente, la hicieron los obreros y excombatientes de la Guerra del Chaco organizados por el partido Comunista, negaron la autoría de los líderes del Movimiento Nacionalista Revolucionario y borraron fotografías, noticias y libros sobre este acontecimiento que había conquistado para el pueblo el voto universal, la reforma agraria, la nacionalización de las minas y la reforma educativa.
Las religiones fueron proscritas y reemplazadas por los ritos ancestrales a la Madre Tierra, la Pachamama sagrada. Los templos se transformaron en teatros comunitarios. Bolivia se convirtió en el “Paraíso Socialista”, bautizado así por un gran poeta chileno que algunos años después ganaría el Premio Nobel de Literatura.
La Paz se convirtió en el lugar preferido de los espías de la guerra fría entre el bloque socialista y el capitalista, porque el Estado Andino daba refugio a combatientes de grupos armados considerados terroristas, como la Organización para la Liberación de Palestina, las FARC de Colombia y otras organizaciones armadas. Los escritores la comparaban con Tánger, la ciudad de Marruecos que había albergado a decenas de espías en la primera mitad del siglo veinte. Bond, James Bond, también visitó La Paz, en una película protagonizada por Sean Connery.
Al Che nadie podía controlarlo, ni siquiera Fidel, de quien sospechaba lo había enviado a Bolivia a morir porque era un incordio que los soviéticos ya no soportaban, porque su posición aventurera se había vuelto un peligro para la estabilidad mundial; sin embargo, el Che no murió y, contra todo pronóstico, porque con Bolivia nunca se puede planificar nada, ganó la guerra de guerrillas.
El carismático y apuesto presidente, con el que las actrices más hermosas querían tener una aventura, que sus seguidores comparaban con Dios en la Tierra, rompió con el Kremlin y se apoyó en Pekín. Afrenta que los soviéticos no estaban dispuestos a perdonar y ordenaron a su organización política sabotear las actuaciones del mandatario de Bolivia. Los habitantes de la Amazonía boliviana, reclamaban por el nombre “andino” agregado a la República, porque denunciaban que no los representaba y mostraban el mapa geográfico que evidenciaba que el 64 por ciento del territorio boliviano era amazónico.
El “Guerrillero Heroico” supo, en pocos meses de gobierno, que no era lo mismo enfrentarse a tiros en las montañas y en las selvas, que hacer política, en especial, en un país rebelde, indefinible y violenta como Bolivia, caracterizado por políticos ladinos y miserables que archivaban lealtades tan rápido como firmaban manifiestos en los que declaraban que iban a “llegar hasta las últimas consecuencias si el extranjero invitado no acataba sus demandas”.
El Diario, periódico expropiado por los trabajadores, leal a la Central Obrera Boliviana, en manos del Partido Comunista línea Moscú, opositores al gobierno de Guevara, publicaba, cotidianamente, la agenda de paros, huelgas y bloqueo de calles, avenidas y carreteras; además de la creciente escasez de alimentos; así como los frecuentes sabotajes a los servicios de agua potable y electricidad; la inflación galopaba velozmente cual jinete del Apocalipsis, generando un clima de caos y anarquía total. Parecía que, en poco más de un año, el paraíso se había convertido en infierno.
El jefe de Estado advertía de la conspiración, que se ejecutaba en su contra desde del imperio del norte, en sus frecuentes e incendiarios discursos y apariciones públicas; complot al que, también, se había sumado la iglesia católica y todas las cristianas, porque lo consideraban ateo y hereje; ni siquiera los rezos de curas y suplicas de pastores de la teología de la liberación pudieran impedir que el descontento vaya invadiendo por asalto el país.
Algunos intelectuales, poetas, escritores y artistas desencantados con el proceso, la discriminación, persecución y encarcelamiento injusto colegas suyos, por simple denuncia de los Comités de Defensa de la Revolución que existían en cada cuadra de las ciudades, pueblos y comunidades, abjuraron de sus lealtades políticas denunciando que lo que estaban viviendo no era el socialismo por el que habían luchado, bautizando la debacle como la épica de la desilusión; Mario Vargas Llosa y otros escritores como Marguerite Duras, Hans Magnus Enzensbeger, Octavio Paz y Carlos Monsiváis, firmaron una declaración de apoyo a los “desertores bolivianos”, reclamando, que las acciones discriminatorias y prejuiciosas del gobierno revolucionario, “recordaban los momentos más sórdidos de la época del estalinismo, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas”. Inmediatamente fueron declarados “traidores a la Revolución, renegados del Socialismo, contrarrevolucionarios”, por los leales a Fidel y al Che; entre los que firmaron una carta de apoyo al proceso de inevitable cambio, figuraban Mario Benedetti, Gabriel García Márquez, Eduardo Galeano, Alejo Carpentier, Rodolfo Walsh, Gonzalo Rojas…
Mientras tanto, los militares observaban, agazapados, esperando dar el zarpazo en el momento oportuno, para vengar la afrenta de la derrota.
El Che creyó que su carisma y su acento argentino eran suficientes para triunfar en los tejemanejes de la política criolla y cuando quiso reaccionar ya era tarde, en la ciudad de La Paz los políticos, taimados como era su costumbre, recordaron que, en un farol de la Plaza Murillo, frente al Palacio Quemado, décadas atrás, el 21 de julio de 1946, una turba de universitarios, maestros, obreros y militantes del Partido de Izquierda Revolucionaria (PIR), (organización política fundada en la década del cuarenta por José Antonio Arze bajo los principios del marxismo), después de una huelga general, había saqueado el Palacio de Gobierno, asesinado en su interior, al presidente Gualberto Villarroel, héroe de la Guerra del Chaco, que afirmaba ser “más amigo de los pobres que de los ricos”, para luego colgar sus despojos en un farol de la Plaza Murillo. El pueblo decidió reeditar una segunda versión de esa “gesta libertaria” y, para hacer el cuento corto, como aconsejan los cubanos, asesinaron y colgaron al Che Guevara, quien prefirió resistir en el palacio rodeado de algunos de sus devotos seguidores, fascinados por el aura subversiva del argentino. Al cabo de algunos días, cuando la furia se disipó, el Che cumplió con su destino y se convirtió en mártir de la lucha por la liberación nacional de los pueblos oprimidos del mundo entero.
Una noche fría, que los vientos gélidos de la puna, había obligado a los paceños a buscar refugio en sus hogares, los cubanos aprovecharon para descolgar el cuerpo que se mecía inerte en el mismo farol en el que, décadas atrás, fue colgado Villarroel y se llevaron sus restos a la isla; le construyeron un museo memorial en la ciudad de Santa Clara que, con los años, se convirtió en uno de los destinos turísticos más visitados del mundo. Millones de seguidores y curiosos lo visitan cada año y compran todos los suvenires que sus bolsillos consienten.
Inti Peredo, el segundo al mando del ELN, entró en la clandestinidad y decidió esperar el momento oportuno para volver a las montañas, cuando las condiciones estuvieran dadas.
La historia registra que, años después del cruel asesinato de Villarroel, éste fue recordado como el presidente mártir, cuya su obra y pensamiento impulsaron la Revolución Nacional de 1952, que trasformó a Bolivia de un Estado semifeudal a un Estado moderno; a partir de esa reivindicación histórica su retrato cuelga en las oficinas públicas. Lo mismo sucedió con el Che, convertido en el mayor ícono del guerrillero que es capaz de sacrificar la vida por sus ideales, su ejemplo ilumina la lucha de la sublevación juvenil; la empresa privada recuperó la libertad de imprimir su retrato en “afi-Ches”, poleras, postales, así como fabricar pequeños bustos en bronce y hacer fortunas con la gloria del Presidente socialista asesinado por la conspiración imperialista. Se cumplió lo que le gustaba decir a Carlos Marx: la historia se produce una vez como tragedia y se repite como farsa. “Los Andes están malditos, desde el enfrentamiento fratricida de los hermanos Huáscar y Atahualpa, pasando por la traición de los pueblos indígenas que se aliaron a los conquistadores españoles y las traiciones republicanas”, escribió un historiador famoso por sus crónicas irónicas sobre la ciudad de Sucre.
Augusto Monterroso, escritor guatemalteco, que fue diplomático en Bolivia, en el año 1954, conmovido por el drama del pueblo boliviano, cuya peor pesadilla era su propia historia, escribió un cuento titulado “La oveja negra: En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra. Fue fusilada. Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque. Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura”.
Fiel a su tradición, los bolivianos, siguen esperando la próxima oveja negra que los redima de la corrupción, el narcotráfico y la miseria de los políticos criollos, para repetir la hazaña de la Plaza Murillo y comenzar de nuevo.