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¿Celebramos el día de la democracia?

Este 10 de octubre se recuerdan 40 años de la restauración de la democracia en Bolivia. No cabe duda de que la transmisión de mando del general Guido Vildoso al doctor Hernán Siles sí fue un hecho histórico en una época en que nos hemos acostumbrado a la trivialidad de los discursos para los que todo es histórico. Y vaya que han sido años en que no muchas cosas se han distinguido de las que se practican en los regímenes conceptualmente dictatoriales. Bolivia es un país que no ha alcanzado una madurez siquiera mediana respecto a lo que es vivir en democracia.

Si sostenemos la clásica definición de que la democracia es el sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de éste a elegir y controlar sus gobernantes, entonces no nos engañemos. No hay razones para celebrar un hecho que ha marcado un hito por lo menos en lo formal, y que el país ha desaprovechado la oportunidad de aprender lo que es vivir en un verdadero Estado de Derecho, luego de muchos años en los que Ovando, Torres, Banzer, Pereda, García Meza y otros, abiertamente han dilapidado años de una historia que los bolivianos la merecíamos mejor.

En términos relativos, en Bolivia, y desde la instauración de la democracia en 1982, los ciudadanos —unas veces más que otras— solo accedemos al derecho de votar, y eventualmente a recolectar firmas, convocar a algún cabildo o lograr la convocatoria a algún referendo cuyos resultados no tienen —como los hechos lo prueban— ni la más mínima trascendencia, a pesar de ser doctrinalmente expresiones de la democracia participativa o directa por los que el sistema debería guardar el más riguroso respeto a sus decisiones. Nada de eso sucede en Bolivia.

Generalmente en los círculos académicos y aun en los medios de comunicación se ha devaluado el concepto de democracia reduciéndola a los procesos electorales, como si ese fuera el principio y ahí agotara, cuando la realidad es que la democracia se la construye cada día y supone una diversidad de elementos, libertades, y, ciertamente, las elecciones. Y en ese contexto, la democracia debe ser concebida no solo como una forma de gobierno, sino además como una forma de vida, es decir que de acuerdo a la concepción clásica de Platón o Aristóteles, cuando hablamos de esta forma de gobierno, hablamos del ejercicio del poder político; pero en el raudo ritmo de transformaciones que la vida sufre, la democracia también ha experimentado una evolución conceptual que ni en Bolivia ni en muchas partes del mundo se practica, porque no es suficiente ser electo democráticamente, sino gobernar democráticamente, es decir que se gobierne para beneficio del pueblo.

Pero desde los gobiernos del MNR, la ADN y el MIR, Bolivia ha estado inmersa en un mar de corrupción, de apropiación indebida de recursos del Estado, de persecuciones políticas, de vínculos con el narcotráfico, de abominables muestras de divisionismo y de racismo de los empoderados, sean a su turno “blancos” o indígenas; de sojuzgamiento de la justicia, de restricciones a las libertades de prensa, de pensamiento y de expresión, que han menoscabado el concepto de la democracia en nuestros pueblos, y es que democracia es el gobierno del consenso.

Karl Popper sostiene que sin la concurrencia de rasgos como la rendición de cuentas, el referéndum, la transparencia del poder, la descentralización, la tolerancia, el debate público, el mérito y, por supuesto, la justicia que es un concepto que en nuestro país se ha dejado de lado hace varios años, no se puede hablar de verdadera democracia.

Cumplimos cuarenta años de democracia formal, pero ¿gozamos de una democracia verdadera? La democracia significa que la cracia debe estar al servicio del demos, con un gobierno para beneficio de un pueblo educado en lo político y disciplinado en lo moral, bajo concepciones de justicia. La democracia demanda elementos que en Bolivia estamos lejos de observar. Que cumplamos 40 años no significa ninguna madurez como frecuentemente se oye cada aniversario, solo significa que hemos cumplido un año más de elegir a nuestros gobernantes.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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