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Capítulo 5: En comisaría

La virgen puta. Una novela negra y punk por entregas de Patxi Irurzun con ilustraciones de Juan Kalvellido.

Tuve que hacer de tripas corazón para llamar a la policía. No me gustaban los maderos. Cada vez que las noticias anunciaban que uno de ellos había volado por los aires no es que me alegrara, pero tampoco me daban pena. A algunos les hacían un favor.

Además ya cuando telefoneé supe que sería el Comisario Pedernal, que se encontraba al frente del distrito «Casco Viejo», quien se ocuparía del caso. Y también que inmediatamente nosotros pasaríamos a ser sus principales sospechosos.
Éramos viejos conocidos. Antes de publicar el fanzine yo coordinaba una radio libre en la que tenían cabida todos aquellos grupos que podían resultar molestos a un comisario de policía: antifascistas, antimilitaristas, antirracistas, feministas… Por eso se las ingenió para cerrarla. Sin embargo ahora tenía un cadáver entre las manos y no quedaba otro remedio que «colaborar» con él.

-¿Qué habéis hecho esta vez?- fue lo primero que dijo al llegar.

-No nos va a cargar el muerto, Pedernal- le advertí.

Afortunadamente había un montón de testigos, vecinos que también había salido a las escaleras, y desde luego estaban las fotos de Picio. Se lo expliqué todo. El ni se inmutó.

El Comisario Pedernal era un hombre de unos cincuenta años, de estatura media, con barriga y algo calvo. Era como cualquier hombre de cincuenta años; no había en su rostro una cicatriz, una mueca característica, nada, que lo singularizara. Tal vez sus ojos y eso porque tenían un color indefinido, como el agua sucia de un río. En ellos no se distinguía el fondo, los posos de una infancia feliz, o atormentada, los escombros de un viejo amor perdido…

Tampoco reaccionó de ninguna manera cuando examinó el cuerpo sin vida de Gloria. Llevaba veinte años desempeñando aquel trabajo y las atrocidades que veía casi a diario habían capado sus sentimientos. Un cadáver descosido por medio centenar de puñaladas, un cráneo hundido por una barra de hierro o un riachuelo de sangre seca serpenteando entre los muslos de una adolescente significaban para él lo mismo que un bollo de nata para un maestro pastelero. Al Comisario Pedernal su trabajo le había convertido en un saco de huesos y tendones, en un ordenador con caspa, y él ni siquiera se daba cuenta.

Pero no importaba. Si lo hiciera, si le importara, no podría suicidarse, de la misma manera que un maestro pastelero no se comería un bollo de nata al salir del trabajo.

El Comisario Pedernal era uno de aquellos maderos a los que le harían un favor volándolo por los aires.

-De todas maneras tendrán que acompañarme a Comisaría- dijo.

Aquello tampoco me hacía ninguna gracia, pero no quedaba otra opción.

Fue el propio Comisario Pedernal quien nos interrogó, en su despacho. Pensé que no habría, pues, malos tratos, pero eso no significaba nada. Como no significaban nada el crucifijo y la foto del rey que había en la pared, sobre la cabeza del Comisario. También en la anterior ocasión, cuando cerraron la radio, el crucifijo y la foto estaban allí y no impidieron que Pedernal no viera las moraduras de mi cara, ni el labio partido… Ahora debía estar pasando algo parecido. El estaba allí, hacía preguntas, pero no escuchaba nuestras respuestas.

-¿Cómo era el tipo, lo vieron?

-La cara, no -contestó Lorea.

-¿Y tú?- se dirigió a mí.

-Yo, fue solo un momento, no recuerdo.

-¿Y esas fotos?

-Bueno, igual hay algo- contestó Picio -Tengo que revelarlas.

-Lo haremos nosotros.

-Oiga, las fotos son mías.

-Estarán más seguras aquí.

-Gracias, hombre, pero…

-Mira, gordo- le interrumpió el Comisario -Esas fotos son una prueba policial, así que se quedan aquí.

-Oiga- Lorea se levantó indignada. Una de dos, o tenía un par de ovarios o no había pasado nunca por una comisaría. El caso es que el Comisario se disculpó.

-Lo siento- dijo -Pero no podemos permitir que se las lleve.

Llamó a un agente y requisaron las fotos de Picio. Después nos hizo alguna otra pregunta más y permitió que nos marcháramos. Había algo sospechoso en todo aquello.

-Bueno, por lo menos tenemos un reportaje para el próximo número- dijo Lorea, y lo dijo como si lleváramos juntos mucho tiempo.

Lo cierto era que parecían haber pasado años desde que salió por la puerta del baño, y también que una muerte unía mucho, sobre todo cuando a uno no le importaba estar tan unido. De todas maneras a mí en un momento como aquel nunca se me hubiera ocurrido pensar en hacer un reportaje.

-Un reportaje sin fotos- dijo Picio.

Estábamos en la puerta de la Comisaría. Todavía seguía lloviendo. Llevaba así casi una semana y yo no tenía dinero para unas botas nuevas.

-Mierda puta- me lamenté.

-¿A dónde vamos?- preguntó Lorea, y ninguno de nosotros contestó nada, pero entramos en el primer bar que encontramos. A emborracharnos. A la salud de Gloria

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