Como lo menciona L. Álvarez: “Ciudadanía es una condición de los individuos que se expresa en la relación Estado–Sociedad. Es la existencia de un orden jurídico formal que exalta la condición legal e igualitaria de los individuos ante la ley, de reconocimiento de deberes y derechos que deben observar Estado y ciudadanos”. Es decir la ciudadanía existente o formal.
Al mismo tiempo coexiste otra ciudadanía que es la que hace efectiva a la anterior, “la ciudadanía sustantiva” o ciudadanía efectiva” que es el resultado “de la oposición, del conflicto y de la lucha entre individuos y grupos por el acceso y control de los recursos” (Tamayo). “Es la que ejerce y se realiza a partir de las practica sociales y políticas” (L. Álvarez).
En este contexto, para la mayoría de los ciudadanos la política es como un pozo sin fondo, lleno de contradicciones, decepciones, angustias y pérdida de esperanza. Sienten que se ha extraviado el sentido de la democracia y del contrato social de ese “acuerdo que merece la pena”.
En varios países a pesar del contrato social en las mentes -obtusas democráticamente- de sus gobernantes, parece no estar presente ni siquiera la ciudadanía formal y –peor- la ciudadanía sustantiva. La democracia la utilizan para sus propios intereses, para adueñarse de las riquezas y ahora último con mayor énfasis para “encarcelar” el pensamiento crítico.
Esos gobernantes, ante cualquier expresión de desacuerdo sobre la base de la razón, la inteligencia y la verdad, desacreditan, amenazan, meten miedo, chantajean, reprimen, encarcelan, persiguen inmisericordemente al disidente. Utilizan el sofisma -arrastrar la verdad-, para promover el odio, el rencor, la ira, la venganza y la envidia. No son capaces de dar protección social y política al pensamiento crítico.
Quienes nos gobierna, de manera jurásica, nos tratan como como si nosotros los ciudadanos no respetaríamos el “contrato social” y como si estuviéramos en un “estado de naturaleza” como lo describió T. Hobbes: Viviendo en caos y en anarquía, a partir de nuestra naturaleza egoísta, bestial y de placer, sin posibilidad de confianza ni de cooperación.
Nuestros gobernantes, con olor a naftalina, “han perdido el espíritu de la época, han perdido el clima intelectual y cultural de la era, han perdido el Zeitgeist: El tiempo vital” (Ortega y Gasset). Por lo tanto, es tiempo de desmitificar a esos gobernantes. Ahora les toca replegarse, pues, han perdido la oportunidad ganada.
Rechacemos todo lo antidemocrático: “Las prácticas de los actores constituyen ciudadanía porque buscan hacer efectiva su pertenencia a la comunidad política y social. (L. Álvarez) ¡Es nuestro tiempo!
Oscar A. Heredia Vargas es docente en Emérito de la UMSA