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Candidata-presidenta

George Orwell, un maestro de cabecera, decía que de la política no se puede esperar nada, salvo escoger cuál es el mal menor. Tenía mucha razón. Además, en Bolivia, la política es una caja de sorpresas, una fuente infinita de entretenimiento, nunca sabes por dónde saltará la liebre.

La semana pasada hemos vivido nuevamente horas pegados a la pantalla esperando el destape de los candidatos para las elecciones de mayo. Y para decir lo menos, no somos pocos los que hemos quedado estupefactos con los resultados.

El mayor sobresalto lo dio Jeanine Áñez, novel presidenta que se ha revelado como una política audaz. De jugar en la segunda división, saltó a la palestra por caprichos del azar -mezclados con la estrategia de Evo Morales que le allanó el camino-, en los pocos meses de gobierno demostró ser un animal político sofisticado y, como debe ser, perverso.

Controló los movimientos -con costos enormes que tendrá que pagar adelante-, negoció con quien debía hacerlo y logró que todos -hasta los más escépticos- creyéramos en las elecciones venideras. Fue mucho más allá de su mandato y comenzó una agenda de gobierno interviniendo en rubros que no tenía por qué tocar (diplomacia internacional, economía, justicia, etc.). Y para colmo de males, el viernes nos dio la noticia de que quería ser candidata en las próximas elecciones. Alargar su estancia en el Palacio Quemado, suena a historia conocida, ¿no?

Uno de los tantos errores de Evo -más allá de sus aciertos que los he subrayado muchas veces- ha sido destruir las instituciones democráticas por su obsesión de controlarlo todo generando una profunda desconfianza en la población. La figura de “candidato-presidente” fue acaso la forma más cínica del modelo electoral del evismo, y una de las razones de su debacle.

Ingenuamente pensé que uno de los resultados positivos de las movilizaciones de octubre había sido el destierro de esa desfachatez. Nunca más deberíamos permitir una campaña política orquestada desde el aparato estatal, con recursos públicos y candidatos en funciones.

Pensé que en el país había hombres y mujeres con visión de Estado, demócratas de convicción, constructores de institucionalidad y confianza. Sí, ya sé, “que la inocencia me valga”, pero abrigaba la esperanza de encontrar alguien que no caiga en la tentación del “poder del anillo”.

Áñez mostró que Evo tiene una gran aprendiz que supera al maestro, y que su habilidad política es mayor a la de su antecesor; lo que a Morales le costó catorce años, Jeanine lo hizo en tres meses. Utiliza lo peor de la legislación electoral heredada para autopromoverse. Ahora tendremos que tragarnos en televisión oficial su imagen por todo lado, los funcionarios deberán hacer campaña usando recursos públicos y privados, toda la maquinaria será utilizada a su favor.

La misión de Áñez era clara: pacificar y llamar a elecciones, punto. Tenía que entregarnos un país con un nuevo presidente fruto de un proceso electoral limpio, creíble, democrático, ejemplar. De haberlo hecho, hubiera pasado a la memoria como una ciudadana que logró hacer avanzar un poco las cosas -con aciertos y errores- y que ayudó a sacar al país del hoyo tan doloroso en el cual nos metimos el año pasado. Prefirió saltar al ruedo, y vaya a saber qué nación entrega -si la entrega- en julio. ¿Dónde quedó lo transitorio de su gobierno?

Evo construyó la autopista para que Áñez la recorriera con comodidad. El diablo no sabe para quién trabaja. Y lástima por quienes escuchen y respondan al seductor llamado de la silla, años les costará borrar ese tatuaje.

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