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Calor, mucho calor y moscas, muchas moscas. El tiempo inmóvil en Jesús Gardea

Maurizio Bagatin

La violencia la sabrá llevar al lenguaje Corman McCarthy. Jesús Gardea deja sin aliento, sin la última gota de esperanza, sin agua y sin luz que permita rebobinar las vidas de sus huesudos personajes. En sus cuentos breves no circula el aire, hay solo calor, mucho calor y moscas, muchas moscas.

Un lector pensará que después de Rulfo, solo el desierto. Y el desierto fue. Con Jesús Gardea inicia un mundo de fabulas desangradas de un mundo contra otro mundo. Un desesperanzado siempre en búsqueda de esperanza, según el hijo Iván Gardea, así debió ser Jesús, trabajador incansable de la palabra y del lenguaje más desolado y más profundo. En búsqueda de aquella raíz que es tarea de los visionarios. Un corazón desnudo, una razón que encuentra paz en la paradoja. Encuentra paz en decir las cosas que son cosas, la luz de la luz, prosa rimbaudiana donde los vivos están muertos y viceversa. Esta desolación tan profunda contempla el Mito, de ahí la fábula.

No hay Cómala o Luvina en conducirnos al realismo mágico, aquí hay siempre un mundo rural, como en fin en toda literatura lo hay; un paisaje exprimido hasta encontrar su medula ósea. Sudor helado, lágrimas secas. Un autoexilio interior que llevó al olvido un autor de brutal bellezas: “En la calle, pequeños remolinos de polvo se persiguen. Son las doce del día y desde temprano ha estado soplando, flojo, el viento. Las sombras están de ´pie junto a las paredes, deslumbradas y mordidas por la resolana. Los tres árboles que hay en la calle soportan mal el furor de agosto. El calor casi lo hace arder. Sus ramas rechinan como puertas viejas. Juan Zamudio, como vivo al mundo, ve y oye todo esto. Ya se sabe de memoria el verano. Sesenta años de conocerlo no son pocos. A lo único que Zamudio no puede acostumbrarse es a la impertinencia de las moscas. Y a alguna otra cosa, de por dentro, y que no sabe bien a bien de qué se trata. Zamudio se defiende de las moscas matándolas con un periódico hecho rollo. Pero de lo otro no atina a defenderse. No atina sino a sufrirlo”.

Esta es la esperanza en la literatura: “…ahí estaba la soledad del mundo”, en un tiempo inmóvil donde lo verosímil está en la distancia entre la realidad y la creación.

Jesús Gardea, un feliz encuentro entre libros viejos.

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