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Borges por Vargas

Santos Dominguez Ramos

Borges ha sido lo más importante que le ocurrió a la literatura española moderna y uno de los artistas contemporáneos más memorables. Borges es acaso el más grande escritor que ha dado la lengua española después de los clásicos, de un Cervantes o Quevedo.

Son dos párrafos de Medio siglo con Borges, el libro con el que Vargas Llosa reúne en Alfaguara diversos materiales elaborados en torno a la figura y la literatura de Borges a lo largo de cincuenta años. 

Así lo explica en el capítulo inicial:
Esta colección de artículos, conferencias, reseñas y notas da testimonio de más de medio siglo de lectura de un autor que ha sido para mí, desde que leí sus primeros cuentos y ensayos en la Lima de los años cincuenta, una fuente inagotable de placer intelectual.

Esa constante actitud admirativa recorre las dos entrevistas que le hizo Vargas Llosa: una en 1963, en la que Borges afirmaba que tenía “la impresión de que he  cultivado un solo género: la poesía”, y otra de 1981 en la que explicaba que “leer es una forma de vivir también”; las dos evocaciones de Borges, en la austeridad de su casa de Maipú o en la visita a París en donde lo entrevistó un joven Vargas Llosa para la radiotelevisión francesa; los diversos acercamientos a las ficciones y ensayos borgianos, “libros siempre breves, perfectos como un anillo” del maestro de la prosa que creó un característico e inimitable mundo de ficción.

Así lo resume en el texto central del libro, “Las ficciones de Borges”:
 “Borges perturbó la prosa literaria española de una manera tan profunda como lo hizo, antes, en la poesía, Rubén Darío. […] Lo revolucionario de ella es que en la prosa de Borges hay casi tantas ideas como palabras, pues su precisión y su concisión son absolutas. […] Decir que con Borges el español se vuelve “inteligente” puede parecer ofensivo para los demás escritores de la lengua, pero no lo es. Pues lo que trato de decir (de esa manera “numerosa” que acabo de describir) es que, en sus textos, hay siempre un plano conceptual y lógico que prevalece sobre todos los otros y del que los demás son siempre servidores. […] Cada uno de sus cuentos es una joya artística.”

Otros capítulos abordan aspectos más tangenciales, menos nucleares, pero no menos significativos: la relación entre la obra de Borges, cuyo tema central es “la ficción incorporada a la vida en una operación mágica o fantástica”, y la de Onetti, cuyo mundo literario se levanta sobre “el viaje de los personajes, hartos del mundo real, a un mundo imaginario, la ciudad de Santa María.” 

O la labor de Borges como reseñista semanal de libros y autores extranjeros para la revista femenina El Hogar entre 1936 y 1939. “Borges entre señoras” se titula ese capítulo en el que Vargas Llosa percibe que “ya había en él un talento fuera de lo común para leer y opinar sobre lo que leía, y una visión del mundo, de la cultura, de la condición humana, del arte de inventar ficciones y de escribirlas que dan a todos estos textos un denominador común, de partes de un todo compacto.”

Un conjunto en el que Vargas Llosa rinde un tributo de admiración al maestro que se puede resumir en estas líneas en las que se funden el fervor del reconocimiento y la humildad:
La belleza e inteligencia del mundo que creó me ayudaron a descubrir las limitaciones del mío, y la perfección de su prosa me hizo tomar conciencia de las imperfecciones de la mía. Será por eso que siempre leí -y releo- a Borges no sólo con la exaltación que despierta un  gran escritor; también con la indefinible nostalgia y la sensación de que algo de aquel deslumbrante universo salido de su imaginación y de su prosa me estará siempre negado, por más que tanto lo admire y goce con él.

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