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Bolivia y la comunidad imaginada: construcción fallida

Empiezo con la definición de nación hecha por Benedict Anderson: “una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana”. A continuación el mismo Anderson desglosa su definición. “Es imaginada porque aun los miembros de la nación más pequeña no conocerán jamás a la mayoría de sus compatriotas, no los verán ni oirán siquiera hablar de ellos, pero en la mente de cada uno vive la imagen de su comunión”. “La nación se imagina limitadaporque incluso la mayor de ellas, que alberga tal vez a mil millones de seres humanos vivos, tienen fronteras finitas, aunque elásticas, más allá de las cuales se encuentran otra naciones”. Y en tercer lugar: “Se imagina soberana porque el concepto nació en una época en que la Ilustración y la Revolución estaban destruyendo la legitimidad del reino dinástico jerárquico divinamente ordenado”. Finalmente, “se imagina como comunidad porque, independientemente de la desigualdad y la explotación que en efecto puedan prevalecer en cada caso, la nación se concibe siempre como un compañerismo profundo, horizontal”. Bolivia como país, no fue sino tras su emancipación en 1825, además llevada a adelante por personajes foráneos (Simón Bolívar y Antonio José de Sucre), llegó a un cierto grado de autoconciencia nacional, concretamente a partir de la guerra del Chaco (1932-1935). Ahora bien, frente a la pregunta de si como república logró consolidarse una nación (comunidad) imaginada. La repuesta es absolutamente clara: ¡no!

            Si bien sabemos los bolivianos que somos 12 millones y nunca conoceremos a todos, sin embargo desde la fundación nunca estuvo presente en el imaginario la comunión de todos, porque la Real Audiencia de Charcas estaba a medio camino entre el Virreynato de Lima y el de la Plata, completamente desarticulada y así se erigió la república, ulteriormente terminará desmembrada por los cuatro puntos cardinales. Y como no había consciencia de la común unión tanto territorial como cultural, nunca se imaginó el Estado boliviano en sus límites, hasta el punto de creer que el Alto Perú era todo el continente. La soberanía se la imaginará tardíamente, a razón de la industrialización minera, y la presencia cada vez más notoria de las trasnacionales abocadas a saquear los recursos naturales, aunque durante la colonia las élites indígenas de los Calaumana, Katari o los Wallparimachi vivían cómodamente dentro del régimen colonial mientras sus intereses no corrían riesgo de nacionalización de parte de la corona, cuando la vida de los campesinos y peones era sometida a la más extrema explotación. Jamás hubo idea alguna de una comunidad porque el compañerismo profundo y horizontal que hacen a una nación, en Bolivia, se la entendió como sectarismo vertical, tanto en el ayllu, las haciendas, los terratenientes, la etnia, y posteriormente el sindicato, por tanto, la fraternidad no se hizo carne en la naciente república ni siquiera hasta hoy. Por esas y otras razones, sin duda vivimos en un país fallido.

            Pues bien, la frase en la que incluyó la señora Boluarte en su discurso del 28de agosto, además a Cuba y Venezuela, la pudo haber dicho el cholo Juanito, o la chola Chamuca, hasta Vargas Llosa y Arguedas. Sea quien quiera el emisor de tal afirmación, no cambia el estado de cosas en este país y sus condiciones históricas. No obstante, desde “youtubers”, políticos, periodistas, “influencers”, cogoteros, descuidistas, “facebukeros”, “tictokeros” y demás ramas anexas han levantado polvareda por lo manifestado por Dina y que en su caso podría haber dicho lo mismo, Dina Paukar. Los narcos no han abierto la boca, un país trunco es río revuelto para sus negocios. Salió a condenar la frase el presidente Tilin cuando ambos son muy parecidos. Boluarte es Arce con faldas y Arce una Boluarte con pantalones. El señor Doria Medina King, dijo que no podemos ser un estado truncado porque vamos a cumplir 200 años; mi abuelo vivió 90 años y no sabemos si su existencia fue plena o fallida, porque el tiempo cronológico no determina ni es garantía de la afirmación de Pablo Neruda: “Confieso que he vivido”. Con los actuales candidatos estamos condenados a seguir arrastrando por generaciones, la utopía de construir una nación imaginada así sea incipiente.

Iván Jesús Castro Aruzamen

Teólogo y filósofo

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