Hay un recurso que es mucho más valioso que los hidrocarburos y que Bolivia no ha dejado de exportar: el talento de sus habitantes. Año tras año, miles de bolivianos deciden dejar el país para marcharse a España, Estados Unidos, Brasil o Argentina, con el objeto de intentar establecerse allá y realizarse profesionalmente, algo que no pueden en su país de origen. Según datos de la ONU (2020), casi 1 millón de bolivianos radica en el extranjero y en los últimos años el número de emigrantes amentó en un 12 por ciento. Como en Bolivia siempre ha primado el nepotismo antes que los méritos en la obtención de cargos importantes o buenos empleos, muchas personas deciden votar con los pies, es decir, migrar. Es lógico: cuando no estás bien en un sitio, te mueves, vas a otro lugar. Para algunos es una alternativa de superación, un intento de mirar más allá para seguir creciendo, pero para otros es una cuestión imperativa de supervivencia, el único camino, dado que se sienten asfixiados porque no pueden sostener a sus familias y ni aun a ellos mismos estando en el mismo lugar. Eso es lo que ha pasado, por ejemplo, en Venezuela, de donde en los últimos tiempos ha salido una cantidad estremecedora de venezolanos (casi 8 millones) porque no podían seguir permaneciendo en un país tan quebrado política, social y económicamente.
Los Estados fallidos como Bolivia son exportadores de materias primas porque su inestabilidad política (mucho más que el imperialismo, que es el motivo que el victimismo esgrime) ocasionó que no pudieran industrializarse. Pero estos Estados también exportan talento y sueños; la diáspora de personas que no quieren corromperse vendiendo sus almas al partido de gobierno o que sencillamente no hallan reconocimiento a sus esfuerzos, es una realidad objetiva; las comunidades de bolivianos en Brasil, Argentina, EEUU o España están integradas en gran parte por personas que vieron frustrarse sus aspiraciones en su país natal. Pero migrar no es tarea fácil. Muchos bolivianos se van, pero no precisamente para ocupar puestos de gerencia, sino para faenas duras que a veces no brindan mínimas condiciones humanas de seguridad o salubridad. Y aparte de ello, hay que tener en cuenta que dejar a la familia, dejar los sabores, dejar las imágenes del lugar en que uno nació, siempre significa un trauma que hay que superar a la par que todo lo demás.
Las frágiles democracias latinoamericanas —unas mucho más frágiles que otras—, igual que las de muchos países del África o el Asia, no permiten proyectar o planificar una vida segura, no solamente porque en ellas se carece de estabilidad laboral, sino además porque, ya que en ellas la justicia está casi siempre a merced del régimen de turno, siempre existe la posibilidad de ser perseguido por algún fiscal corrupto o sometido a procesos manipulados. Además, la situación de caos que se vive en una democracia inestable provoca que empresas se cierren y no haya un clima propicio para el desarrollo de las artes y las ciencias. Hoy en día, hay muchos emprendedores y empresarios bolivianos, por un lado, y científicos, creadores y deportistas, por otro, radicando en otros lugares, luchando por sus sueños, lejos de sus hogares, pero en ambientes más favorables para sus talentos y ambiciones profesionales. Algo así ocurrió con José Torres, boliviano que ganó oro en BMX en las Olimpiadas, pero representando a Argentina.
Si queremos que cuando nuestros jóvenes salgan del país lo hagan no por presión económica o política, sino porque desean hacerlo simplemente, es momento de pensar en serio en la elección de 2025. Hay que estar alertas, siempre en son de paz, pero firmes, para que la autocracia atornillada en el poder desde hace casi dos décadas no perpetre otro fraude electoral. Lo que ha ocurrido hace unos días en Venezuela podría ocurrir en Bolivia, porque la receta de los autoritarios es más o menos la misma. De hecho, parecería que ahora fue Venezuela la que copió lo que ocurrió en Bolivia aquella noche del 20 de octubre de 2019, cuando la transmisión del TREP se interrumpió de manera repentina y Bolivia quedó sumida en la violencia. La democracia —ese sistema imperfecto, pero sin duda el menos malo de todos— debe ser construida con instituciones sólidas. Si las logramos, después también lograremos la industrialización y la diversificación económica, fenómenos que supondrán que Bolivia deje de ser exportadora de materias primas nada más y que nuestros jóvenes talentos queden en el país en vez de huir de él.
Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social