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Bolivia en la Feria del libro de Gotemburgo

Carlos Decker-Molina

Estuvieron algunas grandes como Chimamanda Ngozi Adiche, la nigeriana que saltó a la fama con su novela Medio sol amarillo. En Gotemburgo presentó su última novela titulada Unos cuantos sueños, la crítica no la calificó bien. Ese es el problema de los escritores que han cobrado fama por su primera novela. Medio sol amarillo es magistral, ya Americana su segunda novela, siendo buena, no alcanzó el nivel de la primera.

La otra grande es la noruega Suzanne Brögger autora de Después de la orgía que presentó  Norsk omelett, su última creación.

Y entre estas grandes novelistas aparecieron con luces propias dos escritores latinoamericanos. La boliviana Liliana Colanzi y el guatemalteco Eduardo Halfón.

En este artículo me ocuparé de Liliana con la que me une algo impensable. En su libro Ustees brillan en lo oscuro tiene unos cuentos sobre el desastre nuclear de Goiás (Brasil). En1987 yo escribí unos trabajos periodísticos para el programa Panorama de Radio Suecia, recuerdo que uno de los reportajes titulé Niños semáforos, fueron dos o tres niños que se pintaron la cara con los residuos brillantes que encontraron en un cementerio de material radioactivo de una bomba de cobalto para usos médico. Fue un desastre apocalíptico que Liliana recoge en varios textos que convierten al lector, sin querer queriendo, en un tribunal que condena la energía nuclear.

En el mar de libros suecos había una pequeña isla con luminosidad propia, el stand con literatura en español. Las embajadas de Latinoamérica en Suecia y las de España y Portugal compartieron el sitio con algunos ejemplos de su producción.

Bolivia mostró una serie de los libros del Bicentenario y exhibió un video donde se explica la edición de esos libros emblemáticos. Otros libros de escritores bolivianos llegaron en la valija de la Librería LA RINCONERA de Malmö, especializada en español. Tenía volúmenes clásicos como Rayuela de Cortazar o las novelas de Almudena Grande. Entre los títulos bolivianos surgió el de Gabriel Mamani Magne Seúl, San Pablo, Trapos manchados de sangre, de mi autoría, varios títulos de Edmundo Paz Soldán y los de Liliana Colanzi.

En un coloquio improvisado entre Liliana, José Romero y yo hablamos de esa nueva literatura boliviana que se destaca y que según Liliana tiene una gran vitalidad y mencionó entre otros a Gabriel Mamani y Quya Reina. Muy brevemente explicó de qué van los libros de Mamani y Reina. Mientras el primero noveliza la gran disyuntiva de la identidad, boliviano en San Pablo (Brasil) migrante y trabajador de las textilerías en las que compite con los coreanos y a su retorno a Bolivia concretamente al Alto donde tampoco lo reconocen como boliviano.

Luego mencionamos a otros escritores como David Averanga y su extraordinaria novela de terror La puerta y su aproximación leal y sincera a la sociedad alteña. La literatura de Rodrigo Urquiola y esos cuentos maravillosos, sobre todo, los que aparecen en su libro Ayer el Fuego, en escenarios que borde de las ciudades, en esos sitios donde otras miradas no llegan.

Me atreví a decir que hay un boom boliviano de escritoras mujeres a la cabeza de Giovanna Rivero a la que conocí a través de su novela 99 segundos sin sombra. Giovanna ha encontrado un nuevo enfoque que conjuga estética, fuerza simbólica y densidad temática. Según Liliana Colanzi, Giovanna fue su “punto de partida, su guía”. Junto a ambas también se destacan Magela Baudoin y Cristina Zabalaga, hoy, menos visible, Cristina tiene un libro de cuentos titulado Nombres propios. Un trabajo de identidad individual y colectiva. Juega con los símbolos y figuras reconocibles como Cleopatra, Freud, Julieta y Romeo, para subvertir o cuestionar lo que damos por sentado.

Lo destacable de la nueva literatura boliviana es la presencia en ese boom de mujeres en la que ilumina con voz propia Quya Reina y su libro Los Hijos de Goñi.

Quya Reina – según Liliana – es una alteña que no glorifica ni sataniza al alteño como lo hace lo cotidiano, tampoco lo califica como el rebelde y revolucionario solo por su extracción social. Quya mira al alteño desde la óptica de lo cotidiano, lo que implica también reconocer el papel que jugó el neoliberalismo del expresidente Sánchez de Lozada, “el Goñi”. Es decir, en el Alto también rige el capitalismo.

Esa nueva literatura boliviana está uniendo al país a través de la novela, el cuento, la crónica, el relato y el teatro del que habló Romero. Algo que no hace la política que no sabe distinguir los cambios sociales y económicos, la formación de una nueva superestructura que, ciertamente es producto de un cambio que no es reconocido por muchos sectores políticos. 

No estaría mal que los políticos lean a estos nuevos escritores que son un ejemplo de la nueva Bolivia.

Finalmente hablamos de la falta de apoyo del estado. Se puso el ejemplo a Corea del Sur que mantiene un aparato grande de traductores que ayudan a difundir la literatura de un país pequeño. Ciertamente Bolivia no tiene la riqueza de Corea del Sur, pero, algo se debe hacer para que la visita de Liliana Colanzi que fue financiada por la embajada boliviana en Suecia, pueda repetirse con otros nombres como los citados en esta crónica a los que hay que agregar a Maximiliano Barrientos, Gustavo Mangel, Willmer Urrelo, Camila Urioste, Miguel Carpio. Maria Fernanda Verdozo Ardaya  y otros.

Para que Bolivia encuentre su “justo medio” de Sócrates, debemos reconocernos como lo está haciendo la literatura. Lo otro importa hacer permanente dos aborrecidos conceptos: Raza (que biológicamente o existe) y asumir que no somos blancos ni negros, sino seres humanos en busca de las avenidas de la ciudadanía que debe producto no so0lo de elecciones sino de instituciones democráticas.

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