“El voto es un deber más delicado que cualquier otro, ya que no implica solo los intereses de los votantes, sino su vida, honra y futuro.” — José Martí
Hay frases que no se citan: se confrontan. José Martí nos deja frente a una advertencia ética, no ante una frase célebre. En momentos en que votar parece opcional y la indiferencia gana terreno. Esa sentencia nos recuerda que el voto no es trámite, es trinchera.
En Bolivia, donde la desafección amenaza con convertirse en norma, votar no será solo elegir un nombre: será elegir si queremos seguir perdiendo dignidad… o comenzar a recuperarla.
Bolivia se aproxima a una elección que no se juega en las urnas, sino en la conciencia colectiva. Este 17 de agosto será, más que nada, un juicio silencioso al sistema. Más del 34% del electorado se debate entre el voto blanco, nulo, o la renuncia cívica. Pero ese vacío no incomoda al poder: lo reconforta. La fragmentación opositora, los discursos reciclados y las promesas agotadas no erosionan solo la confianza. Erosionan el sentido mismo de comunidad política.
En ese terreno, el voto se transforma. Deja de ser un gesto burocrático y se vuelve dispositivo de corrección. Como advirtió Lyndon B. Johnson: “El voto es el instrumento más poderoso jamás concebido por el hombre para acabar con la injusticia…”. Si el sistema no ofrece esperanza, entonces el sufragio debe ofrecer resistencia. Cuando no creemos en los candidatos, creemos en el acto. Votar como quien reconstruye desde los escombros.
Y no se trata de fe. Se trata de postura, de acción. La boleta expresa quién queremos ser frente al poder, frente al olvido, frente al miedo. La apatía, por más legítima que parezca, no cuestiona al que gobierna. Lo perpetúa. El abstencionismo no es neutral: es silenciosamente funcional.
En esta tensión entre hastío y decisión, Abraham Lincoln aporta una verdad que aún resiste el tiempo: “Una papeleta de voto es más fuerte que una bala de fusil.” No porque resuelva todo, sino porque impide que todo se decida sin nosotros. En un país donde la frustración suele expresarse en rabia o resignación, el voto se convierte en el acto más revolucionario: el que apuesta por reparar sin destruir.
Mientras la región maquilla autoritarismos y convierte derechos en privilegios, Bolivia todavía puede ejercer algo radical: el derecho a decidir. No como utopía, sino como urgencia histórica. Las instituciones podrán estar debilitadas, los candidatos deslucidos, pero el acto sigue intacto. Y ese acto merece conciencia, no indiferencia.
Estas tres frases no aparecen para llenar espacios. Son la arquitectura del texto. Nos empujan a no mirar el voto como papeleo, sino como frontera ética. Nos preguntan sin rodeos:
¿Vamos a dejar que la resignación decida por nosotros?
¿Elegimos el país que queremos construir… o entregamos el que queda?
¿Cuánto más estamos dispuestos a perder antes de volver a creer?
Bolivia no será lo que decidan unos pocos. Será lo que decidamos todos.