Las posiciones internacionales de Bolivia lucen como un alineamiento antioccidental próximo al circuito Rusia-China. Nuestros votos en la ONU son consistentes, aunque respecto de la guerra en Ucrania no siempre guardan correlación con el triángulo La Habana, Caracas, Managua. No obstante, Bolivia no es un satélite remoto de Moscú o Beijing. Con extravagancias (¿negligencias?) propias, como los devaneos con Irán o la falta de embajadores con Washington, tal vez el eje boliviano está ahora más cerca de casa: miren su relación con Lula.
Bolivia ha tenido expresiones internacionales variadas: su gusto por la multipolaridad, su denuncia de Occidente y su énfasis en el multilateralismo regional (reconstruir UNASUR, por ejemplo). Esas actitudes pueden verse como una mera actualización del nacionalismo latinoamericano, pero quizá son también otra versión de las consignas de Brasilia, un centro de poder de la región. En lugar de una política iconoclasta, pero independiente, estaríamos ante la mímesis boliviana del rumbo de Lula (¿salvo porque Arce está menos preocupado por la Amazonía?), que goza del beneplácito de Buenos Aires, Caracas y La Habana. Partamos, además, de que Arce no tiene, como Lula, ninguna crítica que hacer a sus amigos Ortega y Maduro.
Recientemente, el editor en jefe de la publicación Americas Quarterly, Brian Winter, publicó un artículo titulado ¿Es Lula antiestadounidense? En él, repasa las posturas de Lula en la arena internacional. Por ejemplo, la intención de revivir a UNASUR, “cuyo propósito explícito era contrarrestar la influencia de Estados Unidos en Suramérica”.
El Brasil de Lula no solo que no ha producido una política no alineada, sino que destila un talante más benigno con Rusia y China que con Occidente. No en vano, y acaso como expresión del malestar de la OTAN con Brasil -pero en boca de otro portavoz-, el presidente ucraniano Zelensky ha señalado que no entiende la política de Lula, acusándolo de coincidir con las narrativas de Putin.
Como el gobierno boliviano, Lula ha afirmado que la responsabilidad del conflicto armado en Europa es compartida. Lula incluso añadió que la culpa de que la guerra continúe se debe a los países que suministran armas, como Estados Unidos y Europa. Tonos semejantes se pueden hallar en una alocución del presidente Arce en mayo, cuando alegó que ya era hora de que “la OTAN deje de pensar en sus planes expansionistas”.
La multipolaridad para Lula es una en la cual Brasil tenga algo que decir entre los grandes del mundo. Para esa perspectiva, el declive estadounidense y de Occidente es una buena noticia. Al grado que Brasilia cree “que el futuro de Brasil está más en sus socios BRICS… (que en Estados Unidos)”. Esa postura ha tenido en Bolivia su más reciente correlato en el anuncio oficial de asistir a la cumbre BRICS en Sudáfrica, en busca de “alianzas e inversiones más sólidas…”, en palabras del canciller Rogelio Mayta.
Si Brasil piensa que al Sur global le conviene que Occidente decaiga, entonces se entiende “su incansable defensa para que los países abandonen el dólar estadounidense”. En su viaje a China, Lula dijo: “todas las noches me pregunto por qué todos los países están obligados a hacer su comercio atados al dólar” (según cita Brian Winter), para luego abogar por una moneda común de los BRICS. De ahí que sorprenda menos la intervención del ministro de Economía boliviano, quien a fines de julio postuló que se hagan más transacciones en yuanes. El ministro confirmaba lo que el presidente Arce adelantó en mayo, cuando propuso “transar más en yuanes que en dólares frente a un contexto económico internacional adverso”.
Puestas en ese contexto, esas posiciones bolivianas secundan las brasileras casi a cada paso. La diferencia es que Lula, acertado o no, persigue un papel central en el mundo, aspiración que no es la boliviana. Nuestro país rentaría más de un enfoque que interprete sus propios y más modestos intereses (como hacen otros países de la región), que no han de ser siempre los de Lula o los de otros de sus amigos.
Gonzalo Mendieta Romero