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Bolivia borderline: siempre al filo del abismo

Borderline es un anglicismo que describe desde la disciplina de la piscología, un trastorno de la personalidad caracterizado por la inestabilidad emocional, impulsividad y dificultad para mantener relaciones y emociones estables. En el contexto boliviano, el término “borderline” puede ser aplicado metafóricamente para explicar el ciclo repetitivo de crisis que se vive en el país. El mismo que continuamente está “al borde del abismo” económico, social y político, pero por alguna razón logra recuperarse, antes de caer definitivamente en un barranco inevitable.

Este patrón de inestabilidad se repite como una constante histórica, desde la fundación hasta el sol de hoy. Bolivia viene enfrentado ciclos recurrentes de conflictividad, inviabilidad y crisis que amenazan con desestabilizar el país. Sin embargo, tras cada contingencia de carácter político, nuestra nación encuentra una forma de persistir, reinventarse y salir adelante, en una suerte de prodigioso milagro.

De las décadas 60 a 80, estuvieron marcadas por dictaduras militares que profundizaron las contradicciones sociales, políticas y económicas. Los gobiernos de facto destruyeron la frágil institucionalidad democrática, violaron los derechos humanos y provocaron una constante inestabilidad económica y social. Entre 1964 y 1982, nuestro país tuvo más de una docena de presidentes, los cuales tomaron el poder mediante golpes militares. Con Hugo Banzer Suarez se profundizó el endeudamiento y la dependencia de la ayuda internacional, sobre todo con Estados Unidos, que apoyaba a las dictaduras latinoamericanas bajo el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional de lucha contra el comunismo.

Posteriormente bajo el Gobierno de facto de Luis García Meza (1980-1981), Bolivia se convirtió en un régimen más estrechamente vinculado con el narcotráfico. Esto dañó nuestra reputación internacional y fortaleció las estructuras de corrupción estatales. En 1982, el país retorno a la democracia con Hernán Siles Suazo, a quien le toco enfrentar el desafío de reconstruir un país altamente endeudado y con el precio de las materias primas por los suelos.

Su gestión, comenzó con una profunda crisis económica, que heredo de la mala gestión de los gobiernos militares y se tradujo en una hiperinflación descontrolada, que sumadas a políticas económicas incoherentes, llevaron a que en 1985, Bolivia enfrentara una de las peores crisis monetarias de su historia, con una hiperinflación superior al 24.000%. La misma se desencadeno como resultado de una mala gestión económica, provocada por imprimir dinero sin respaldo, inestabilidad política y una deuda externa impagable. Fue una época en la que aquellos con información privilegiada se beneficiaron enormemente con las medidas de desdolarización, pagando sus deudas en bolivianos, mientras la mayoría del país pagaba los platos rotos.

En 1985, Víctor Paz Estenssoro asumió por cuarta y última vez la presidencia, tras hacerse del poder con coaliciones pactadas con sus antiguos enemigos. Su regreso al poder marcó un cambio drástico en la política económica de Bolivia. Durante su gestión, se implementaron profundas reformas neoliberales que pretendían estabilizar la economía, que se encontraba devastada por la hiperinflación.

Se promulgó el DS 21060, que liberalizó el mercado, la economía y privatizó muchas empresas estatales. Aunque estas reformas estabilizaron la inflación y recuperaron la confianza internacional, también tuvieron graves consecuencias sociales, como el aumento del desempleo y la pobreza y provocó la relocalización de los mineros que se convirtieron en colonizadores de tierras aptas para el cultivo de coca. Posteriormente esta población se convertiría en las bases sociales más importantes que conformarían el partido de Evo Morales.

El paquete de ajuste estructural de Paz Estenssoro fue apoyado por el Fondo Monetario Internacional, pero generó un fuerte descontento social, especialmente entre los sectores sindicales y los trabajadores despedidos de las empresas mineras estatales que fueron privatizadas.

A partir de ese momento, Bolivia entro en una fase pactos de gobernabilidad que no eran más que un “pasanaku” y repartición de cuotas de poder, donde los partidos se turnaban el control del gobierno porque ninguno obtenía mayoría calificada. Las elecciones no ofrecían cambios reales, generando un profundo descontento social. Las protestas se materializaron a principios de los 2000, cuando la población comenzó a demandar cambios estructurales. La Guerra del Agua (2000) y la Guerra del Gas (2003), hitos que marcaron el comienzo de una nueva era de reivindicaciones, exigiendo la recuperación de los recursos naturales para el pueblo y el fin de la privatización. Fue en este contexto que surgió el llamado a una Asamblea Constituyente para una nueva Constitución Política del Estado que se denominó la Agenda de Octubre.

El fin de la hegemonía neoliberal se dio con el ascenso al poder de Evo Morales Ayma, que llegó a la presidencia en virtud al capital simbólico que le otorgaba su origen indígena. También al programa de gobierno que respondía al clamor popular y a la agenda que prometía la recuperación de los recursos naturales, la redistribución de la riqueza, el fin de la exclusión social, del racismo, la discriminación y una mayor participación de las comunidades indígenas en las decisiones.

Durante los siguientes 15 años, Bolivia experimentó un período de crecimiento económico sin precedentes, con reducciones significativas de la extrema pobreza y un notable incremento en la inversión pública, particularmente en beneficio de las mayorías. El crecimiento económico durante el Gobierno de Evo Morales se debió principalmente a la nacionalización de los recursos naturales, los altos precios internacionales de los commodities, un enfoque en políticas redistributivas y el aumento de la inversión pública. Estos factores ayudaron a consolidar un periodo de crecimiento sostenido y de reducción de la pobreza, aunque también plantearon desafíos a largo plazo debido a la dependencia de Bolivia a los precios internacionales de los recursos naturales.

Sin embargo, el ciclo de estabilidad volvió a romperse, tras un polémico intento de reelección, que contradecía la voluntad popular expresada en el referéndum del 21 de febrero de 2016. Morales a pesar de los resultados de la consulta popular, el 2019 se presentó como candidato en las elecciones y fue acusado de fraude electoral por la oposición y la OEA, lo que culminó en su renuncia forzada del poder. Para algunos, fue un golpe de Estado, mientras que para otros fue el resultado de un fraude.

A consecuencia del vacío de poder se instauró un gobierno transitorio, liderado por la senadora Jeanine Áñez, que resultó ser “un remedio más grave que la enfermedad”, en plena pandemia del Covid-19. Las tensiones sociales y la corrupción se intensificaron, la economía sufrió un duro golpe y el país entró en una nueva crisis. Después de un año, Añez se vio forzada por la presión de los movimientos sociales a convocar a elecciones generales.

El MAS de Evo Morales designó como candidato a la presidencia a Luis Arce Catacora, su eterno ministro de Economía. Con su triunfo parecía que Bolivia podría volver a una etapa de estabilidad. Tras una serie de discrepancias, ambiciones personales y deslealtades, el MAS actualmente se encuentra dividido por luchas de poder, acusaciones mutuas de corrupción y narcotráfico, agotamiento de las fuentes de ingresos tradicionales, como el gas y los minerales y carencia de dólares.

Hoy, Bolivia enfrenta rabia, sentimiento de traición, incertidumbre económica, desesperanza y decepción. La promesa del proceso de cambio parece desmoronarse bajo el peso de la lucha interna por el poder, mientras la patria se encuentra nuevamente en una situación de caos y desconfianza. El país parece estar una vez más al borde del abismo, pero la historia nos muestra que, aunque tambaleen y crujan los andamios, nuestra gente siempre se recupera y supera toda suerte de obstáculos y contingencias. Las elecciones de 2025 serán un nuevo capítulo de inestabilidad recurrente. ¿Podrá el país evitar otro colapso o sentirá nuevamente el vértigo que produce el abismo? La historia está por escribirse.

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