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Bajo pandemia

Heberto Arduz Ruiz 

Felizmente cayó el telón de 2020 con su carga negativa para la humanidad. Ahora a seguir cuidándose  y no ceder ni un ápice en la normas de prevención. Triunfaremos sobre el mal.

Desde que el ser humano nace y tiene movimiento físico busca ser libre, ya para desenvolverse en el núcleo familiar y la sociedad, estudiar lo que le gusta, aceptar tal o cual trabajo, viajar  con el propósito  de conocer otros lugares, o, por último tomar decisiones, o aprender a decir no!  

Pero de pronto la peste irrumpe y nos obliga a estar encerrados, desprovistos de ese don preciado de ser libres, ¡qué fardo más pesado! Dios nos libere pronto de estar cautivos.

Aprendí  a  quererme  cuando no tengo nada que perder, a no ser la vida misma. El concepto de autoestima tiene y debe  estar a la altura de las circunstancias, a fin de poder superar el mal; voluntad y constancia en los cuidados.

Hesíodo sostenía que para enfrentarse con la rudeza de la vida  el hombre necesitaba “una casa, un buey y una mujer”. El buey por delante. A estas alturas resulta anecdótica la escala de valores  en aquella remota época, de trabajo en el campo y en contacto directo con la Naturaleza.

Habrá un mañana de certidumbre, paz y armonía que redima a la   doliente humanidad…?

Pascal envidió la estupidez de las bestias. Supongo que para no dar cara a los problemas y resolverlos entrando en razón. No,  ¡qué va! Si  fue un gran pensador y filósofo, y justamente publicó su libro Pensamientos, que resiste los embates del tiempo.

Antes que se acabe la visión de mis ojos, leo y escribo  dibujando vivencias personales y las que despiertan tras mis lecturas. A eso se reduce mi labor cotidiana.

Cuando finalice el turbión y quede estacionario  su nivel   –sin determinar  cuánto podrá durar la tregua— será necesario viajar y viajar, que es otra forma cálida de vivir la vida.

Envejecemos, el tiempo pasa y acarrea   pesares que dimanan de conductas equívocas y omisiones durante la existencia. ¿Por qué procedí de esta forma y no de otra..?

El desafío de continuar viviendo cautivo no  provoca miedo, ¿lo tomo o lo dejo? Acepto con corazón abierto y la fe henchida, tan sólo por nuevas promesas de lograr mejores días… 

El planeta no puede morir.

Llévense mi vida pero no las remembranzas, el cono de sombra que proyecta la luz  de ayer. Evoco el pasado y empiezo a desandar los años vividos y, bajo hipnótico imán, me atormento por lo que no pudo ser y  se diluye en las volutas del tiempo.

Devuélveme, vida, lo que no fue maravillosa y tangible realidad.            

Corazón agitado, inclemente como el viento, no te lleves el rostro amado que se escapa en el aluvión de los días. Déjalo estático en el marco de una foto  y  que no  alcance la eternidad en un minuto en fuga.

Ojalá pudiéramos decir: Todo pasó, la pandemia  se esfumó como el viento que se llevó la tormenta. La vida vuelve, bienvenida. Dios lo permita.                                         

Incierto como nunca el destino de los terráqueos. La calle vacía, el alma en vilo, pura neblina en un cielo que oscurece y no despierta. ¿Cuándo volverá a brillar nuestro astro rey en todo su esplendor…?

A mejorar el ánimo, incrementar la fe y mirar de frente al porvenir, cuajado de esperanzas y nuevos despertares. Dios aprieta pero no ahoga. Ya llegarán sus bendiciones.

La música nos transporta a los lejanos tiempos de nuestra infancia y, luego, a la adolescencia y  juventud, etapas en las que no se puede vivir sin escuchar música. Y de ahí en adelante la vida continúa bajo un fondo musical, vaya donde uno vaya, sin vuelta de hoja.

Sea para leer o escribir busco buena música y las horas transcurren de  modo placentero, con sones que semejan caricias al  alma. Complemento indispensable.

Anoche soñé que el mundo se achataba y mi alma crecía, se expandía vertical y horizontalmente. ¿Será que está próxima a desencarnar? 

Alma mía, quédate en el predio de los soñadores, que no sabe de fatigas ni tormentos que forja y padece el  organismo. El cuerpo yerto, sin vida ya, se agusanará en tanto remontarás vuelo al infinito azul. Por ello, no dejes de sumirte en la ensoñación, ilumina la noche del orbe actual.

Ojalá pudiéramos decir  todo pasó, la pandemia  se esfumó como el viento que se llevó la tormenta. La vida vuelve, ¡bienvenida!

Cogeré la angustia que me oprime el pecho, la estrujaré con fuerza y  por los ventanales  del edificio  lanzaré su cuerpo       incorpóreo, en sucesión de piruetas,  hasta que penetre el vacío. Irá a unirse a la tristeza y preocupación del gentío que –abrumado—  espera ansioso el momento  en que se desintegre el mal que aqueja a  la humanidad.

Hoy por hoy  el valor de la vida humana es nulo, no significa nada  en la nueva escala  impuesta por la peste, ya que la gente puede irse en  un solo tic-tac  del   reloj, de prisa troncharse  -–contaminada, sin saber dónde ni cómo—  y  acabar convertida  en un puñado de cenizas; sin despedida de familiares ni amigos, velorio, entierro, lápida. Nada de nada. La muerte siembra sobrecogimiento y hondo pesar en la familia y entorno.

Hasta cuándo, cruel mundo,  ¿girarás contaminado por el virus,

El planeta  está revuelto, patas arriba, enfrentado al mal; pero tu fe y esperanzas de que todo a breve plazo cambiará  no podrá  declinar, sino más bien fortificarse en cada alborada. La oscuridad no debe prolongarse por mucho tiempo, pues tendremos que constituir cadenas humanas –sólidas, fuertes— que no puedan fracturarse por el miedo o el estrés.

Tenemos que edificar  una fortaleza de ánimo, luz que se filtra en la tétrica oscuridad. Protejamos a los nuestros, al núcleo familiar, abuelos, padres, hijos, nietos, todos bajo una causa común y elevando la mirada en mística oración. 

No tardará en llegar el nuevo amanecer mundano. Espéralo con serenidad de ánimo, grandeza espiritual y sin desesperar por el agobio de la hora.

La vida es una sola, no nos equivoquemos en elegir oportunidades. No  todo lo que aparenta ser verdadero resulta real.

La poesía enarbola ilusiones y, de pronto, súbitamente, asoma a la mente a despertar una actitud positiva, llana, clara, que se tornará en melodía que arrulla el corazón y roza el fondo del alma. Feliz danza alegórica de palabras.

El viento remece las hojas de los árboles y la pandemia, sin remilgos y con furia avasalladora, corta la vida de las personas.

No es éste, tiempo de concordia. Los gobernantes con pie firme y alas desplegadas, debieran velar por la salud y bienestar de la población, que vive el minuto a minuto agobiada y triste.

Lo que abriga  la mente y el corazón, sólo la muerte e lo arrebata.

El colmo de un alcohólico: tener una hija llamada Ginebra. Y si es chino, apellidar Chu flay.

Somos pasajeros del tren que devora el tiempo y la pandemia.

Nada es eterno en la vida, todo es aleatorio y frágil como el cristal. Ruega porque no se desvanezca ante la furia del covid 19.

El tiempo nos cambia en el raudo camino por el sendero de la existencia. Ya no somos los de ayer. Cómo serán los que sobrevivan al mal..?

Cuando todo oscurezca y se vaya el fatal virus amanecerá más tarde, en señal de solidaria despedida a los que partieron hacia el infinito azul.

Desde el balcón observo gente pasar, no veo a algunos amigos y vecinos. Ausencia de rostros, de gente próxima a la fácil plática, o, al menos, al saludo cotidiano de buen día o buena tarde. Ya no habrá respuesta a la pregunta: ¿cómo está?, tampoco asomará la sonrisa del abuelo que alegra a los niños y apareja recuerdos en la memoria de hijos y familia toda.   

Duerme, duerme. Sueña, sueña. Tal vez despiertes a una nueva realidad, sin miedo a la enfermedad y libre de temores a la muerte, que es un capítulo más, el último, de tu vida. Dios nos permita tan anhelado afán: continuar el tránsito por la existencia.

Angustia  el sólo rememorar una época pasada, pletórica de paz, sociabilidad en encuentros con vecinos y amigos, así como entrañables visitas a la familia para alternar  y ver a los nietos. Todo  se escabulle en los vericuetos del tiempo, sin que  queden si no recuerdos de lo ya vivido, sufrido, experimentado en carne propia y  soñado. Ahora apenas duerme  la esperanza anidada en el dolorido corazón de los humanos.

¿Cómo te enfrentas ante un enemigo al que no puedes ver, y poco, o casi nada, sabes? Sólo cuidándote en lo personal  y cuidando a tu familia, para evitar el contagio, maligno y en muchos casos mortal.

Si cayera en esta guerrilla invisible, acuérdate amigo que te previne del ataque a mansalva. Dios nos libre del mal.

A nuestros semejantes que se adelantaron en la partida, en el último viaje, es preciso recordarlos en sus mejores facetas, ya de amor, grandeza de espíritu, acentuada soledad, afabilidad notable, rebosante alegría, alguna pícara reacción,  en suma, lo más destacable de la persona.

Así no olvidaremos a los ausentes y quedarán por siempre cobijados en la memoria.

En el tiempo que me resta por vivir, que únicamente Dios lo sabe, aprenderé a estar solo, ya que después lo estaré para siempre, aunque  es un decir porque como expresa el precepto bíblico: Eres polvo de la tierra y al polvo volverás.

¡No! Cultivaré el trato humano,  en cuanto lo pueda, si hubiese tiempo, antes de que realice  el postrero viaje, camino hacia la sepultura del olvido.

En esta época da miedo hacer la siesta, ahora que los jubilados disponemos de tiempo, porque si lo logramos será un entrenamiento con miras al descanso eterno. A mis amigos recomiendo no dormir después de almuerzo, ya que por ahí se les ocurre continuar el viaje…

¡Vaya, es una simple broma!                                         

En medio de semejante pesadilla, que ya se alarga por más de un estólido año, precisamos encender una luz. A empezar a orar, a hablar con Dios que nos dio la existencia y supo alumbrar nuestro peregrinaje sobre la faz de la tierra. Hoy no queda más que rezar para que la oscuridad se aleje de nuestras vidas, hoy tediosas y amargas.

La existencia es un don recibido, un regalo del cielo. “La muerte es un acto más de la vida”, ha escrito un pensador. Por ello, no  queda más que decir, llegado el momento,  cuando se asome al umbral del  tiempo y toque mi cuerpo, bienvenida seas.

Si puedes remontar vuelo hacia el pasado, en alas de la ensoñación y  cúmulo de recuerdos, te parecerá que tu vida no fue más que una aventura, entremezclada de acontecimientos gratos, algunas veces, y otras  de hechos negativos, así como rutinarios y anodinos las más de las veces. Pero ahora la humanidad entera toca fondo. Feliz quien mañana pueda decir: sobreviví. Y otros por qué no?

En lugar de la absurda chakana, voz quechua que representa algo así como un puente, constituyendo un verdadero  esperpento  que pretende suplantar a nuestro Escudo Nacional, yo habría diseñado  juguetonamente y para mi sola distracción, un arco iris a fin de colgar mi alma de esta maravilla de la Creación y esperar a que muera el virus maligno. Dios proteja a Bolivia y a la humanidad entera.    

Heberto Arduz Ruiz

Paceño de nacimiento, 1946. Abogado de profesión. Los estudios  educativos los hizo   en Tarija y Sucre. Cursó la carrera  de Derecho  en la Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, obteniendo el doctorado.

Desde la época de universitario sus artículos fueron publicados en Presencia Literaria, El Diario, Hoy, El País, Correo del Sur, La Patria y en diversas revistas  culturales, entre ellas Signo.

Al presente, jubilado en la administración pública, dedica su tiempo a leer y escribir; habiendo editado  hasta la fecha doce libros,  bajo los siguientes títulos:

  • Hombres y letras (1978).
  • Mis personajes de fin de siglo (2013).
  • Rastrojo de lecturas y Obituario (2013).
  • Brizna de fuego  (2014).
  • Trivialidades de tiempo libre (2015).
  • De la vigilia al sueño (2016).
  • Sueños intactos (2017).
  • La patria del corazón (2018).
  • Antes de la sombra de olvido (2019).
  • Tiempo y vida (2019).
  • De la época cruel (2020).
  • Itinerario de letras (2020).
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