Hoy también valdría evadir el repudio automático y banal, porque siempre es mejor aprender que amonestar. La aparición en Bolivia de grupos juveniles organizados para enfrentar violentamente a la militancia del Movimiento Al Socialismo (MAS) ha llevado a hablar de una embrionaria fascistización del país. Corresponde ver si la etiqueta corresponde.
Yassir Molina fue el cuarto detenido por la Policía después de la expresidente Añez y dos de sus exministros. Es integrante de la llamada Resistencia Juvenil Cochala (RJC). Fundada por Molina y otros seis jóvenes en 2019, su objetivo era actuar física y discursivamente contra el MAS, partido al que catalogan como hostil a sus creencias.
Más conocido como Yass, o Choco, Molina señaló en una entrevista con Víctor Hugo Núñez del Prado que los integrantes de la RJC llegaron a ser “cinco mil en listas”. Operativamente, habrían logrado juntar 1.500 motocicletas.
En su momento de auge montaron un taller para reparar sus vehículos, un centro médico para curar sus heridas y un servicio estable de provisión de alimentos. Molina calculó hasta “50 señoras” cocinando para estos guerreros de dos ruedas. Otros testigos aseguran que la red de apoyo era más amplia. La columna actuaba en nombre de un segmento vasto de la sociedad urbana cochabambina.
La RJC ejecutó labores de desbloqueo contra las federaciones del trópico, pero también de apoyo a bloqueadores (asistencia a las llamadas “pititas” y “llantitas”). Tras la renuncia de Evo Morales, se erigió en barrera humana para evitar que la militancia rural del MAS ingrese a la ciudad de Cochabamba. Molina recordó que su máximo logro fue haber instalado una pared de fuego hecha de una hilera de turriles con aceite y gasolina. Esas son cosas que la Policía o el Ejército no se atreverían a hacer.
La acción directa a cargo de civiles es hoy, en el país, una táctica atractiva para cualquier bando en confrontación. Molina apuntó en su entrevista que las leyes inhiben a los uniformados, no así a la gente común que puede invocar el derecho a la defensa propia. En el puente de Huayculi, la última refriega de tres horas ocurrió ante la expectación encogida del Estado. Los motoqueros portaban palos, pirotecnia propulsada por lanzadores caseros, granadas de gas lacrimógeno, banderas bolivianas, cascos, chalecos y botas de combate.
Molina dijo que el suyo es un “movimiento cívico revolucionario”, “que ellos no son de acción, sino de reacción”. Consolidada la transición política, el grupo se dispersó. Algunos de sus miembros se asomaron a los partidos, pero Yass decidió no involucrarse en candidaturas. Molina cuenta que la mayoría de sus “hermanos” (los de RJC), juega Freedom Fighter en sus pantallas. La iconografía del grupo así lo confirma. Emplea letras góticas, imágenes de encapuchados, calaveras y las alas de un ángel sin rostro que parece vengador.
Los miembros de RJC provienen, sobre todo, de las clases medias cochabambinas. Es posible que hayan crecido escuchando a sus abuelos hablar mal de la reforma agraria, mientras la tele les mostraba el ascenso al poder de un agricultor orureño crecido y educado en el Chapare. Sí, ese es el lugar del que más desconfían. Cochabamba goza y sufre por esa escisión con el campo.
Yass contó que una vez estuvo en un penal. Cuando lo insultan, sólo le duele que le digan “gordo”, prometiendo volver a “entrenar”. La cultura física es un pilar del grupo y es que desbloquear o frenar acciones campesinas cansa y lastima. RJC tiene un mártir: Limbert Guzmán, asesinado en Quillacollo y un posible pionero involuntario: Cristian Urresti, muerto a golpes en las dolorosas jornadas de 2007.
A la fecha, la RJC yace inactiva, con sus líderes refugiados en Santa Cruz. La victoria del MAS en octubre de 2020 la ha desmoralizado. Antes, en agosto, habían advertido con desbloquear carreteras (léase, durante la guerra del oxígeno), pero en eso no son tan efectivos. Es más seguro rodar por Cala Cala para blindarla. En enero de 2020, RJC intentó formar Resistencia Juvenil Nacional. La idea no prosperó, quizás porque la formación social cochabambina difiere de las de otras regiones de Bolivia.
La información recogida de fuente propia nos lleva a pensar más en un grupo con funciones de escudo, un cofre de idiosincrasias urbanas más que un germen de un fascismo valluno. En la trinchera opuesta, los jóvenes de las provincias se miran en el espejo de RJC. La diferencia es leve, en vez de tricolores, portan wiphalas. ¿Estuvimos entonces a un tris de una guerra civil?
Rafael Archondo es periodista.